- Redacción VISOR21
El exdiputado por Chuquisaca, Horacio Poppe, visitó al gobernador de Santa Cruz, Luis Fernando Camacho, ayer domingo en el penal de Chonchocoro, y escribió con detalle ese encuentro con quien califica un valiente que no se deja doblegar por las circunstancias por estar detenido por el denominado “golpe” de 2019 desde el 28 de diciembre de 2022.
El texto íntegro, publicado por Poppe en sus redes sociales, describe la experiencia de visitar a uno de los cientos de presos político que mantiene el régimen de Luis Arce, por los hechos que derivaron en la renuncia y huida de Evo Morales, tal como sucede con la expresidenta Jeanine Áñez o el exdirigente cívico de Potosí, Marco Pumari.
“Es domingo y son las 9 de la mañana. Mi camarada y yo estamos en la puerta de Chonchocoro. Frente a ese inmenso recinto penitenciario. El centinela se nos acerca y nos pide nuestra identificación para verificar si estamos en la lista de invitados.
Al poco rato, tras verificar en un computador, nos da el visto bueno y nos pide esperar.
Hace frío, pero se soporta.
A las 9:30 nos hacen pasar. Nos meten a una sala donde nos revisan por separado y más rigurosamente que a las otras personas que ingresan a ver a sus familiares.
Visitar a Luis Fernando Camacho automáticamente te convierte en sospechoso.
Nos piden ingresar a un escáner en forma de callejón, que te lleva de un extremo al otro a través de una cinta transportadora, que muestra tu cuerpo a detalle, donde se distinguen los músculos, los huesos e incluso los genitales, algo un tanto obsceno y denigrante.
Como no llevamos nada raro encima, nos ponen a disposición de otro guardia que nos conduce hasta el sector principal.
Una vez allí nos meten a una habitación pequeña, de dos por dos, con vista al patio donde los reos de dos pabellones se pasean aprovechando del sol.
Al poco rato entra Camacho y el sargento que lo escolta nos pide agruparnos para la foto. La foto que luego llega al Ministerio de Gobierno.
Nos abrazamos y sonreímos, para que la foto sirva también de mensaje.
Camacho aparece impecable, se nota que no le gusta victimizarse, que no quiere pasar de “pobrecito”. Se arregla bien con lo poco que tiene. Se muestra fuerte. Se lo ve emocionalmente estable. Físicamente resistente.
Ha aprendido mucho. Se nota.
Al tiro me doy cuenta que ya es parte del entorno. De alguna manera se ha integrado a ese medio que es totalmente hostil. No le queda otra. O sobrevive o se trastorna.
Los reos que pasan y lo ven a través de una ventana que tiene los vidrios rotos, lo saludan efusivamente. “Doctor, buen día”. “Mi gobernador, un gusto saludarlo”. “Hola Camacho”. Son algunas cosas que le dicen con una sincera sonrisa.
Camacho no comparte con ellos porque no tiene autorizado salir de su celda más que cuando recibe visitas. Pese a ello, pese a lo poco que interactúa con el resto, se nota que se ha ganado su respeto.
Él no es un preso común, es un preso político en medio de asesinos, narcotraficantes y violadores. Un preso que, como él dice, es el único que no sabe cuándo termina su encierro, a diferencia de los otros.
Difícil ponerse en sus zapatos. Difícil juzgarlo. Difícil comprender por los miedos que seguramente pasa y no se notan.
Él y yo nunca nos entendimos en política. Nunca nos apoyamos. En su momento luchamos por lo mismo, pero por separado. Pero soy amigo de su padre y por eso siempre le guardo un afecto particular.
Hablamos de todo. De lo que pasó. De lo que está sucediendo en el país. De la crisis económica. De la división del MAS y de sus palos blancos. De los traidores. De los íntegros. De la necesidad de lograr un mayor alcance como oposición, etc.
Fueron cuatro horas de intenso y ameno debate.
Nosotros queriendo ver qué había aprendido “adentro” y él queriendo saber un poco más de lo que sucede afuera.
Es una obviedad decirlo, pero a pesar de su fortaleza, se nota que extraña mucho a los suyos. Y aunque no se le quiebre la voz, su mirada lo dice todo.
¿Algún mensaje? ¿Algún recado? Le pregunto antes de que los guardias nos ordenen salir. “Ninguno mi hermano”, me responde. Y no es que no tenga nada que decir. Tiene tantas cosas guardadas, que solo un libro va a poder revelarlas.
Con un fuerte abrazo nos despedimos. Da pena. Uno se va sintiéndose un poco egoísta, por tener mucho de lo que él no tiene: libertad.
Si al final me pidieran definir a Camacho con una sola palabra, ahora que lo he visto humanamente desnudo, sin dudarlo diría, VALIENTE”.