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CARLOS LEDEZMA
Las sagradas escrituras se refieren a la maldición de Caín, como el acontecimiento histórico que el mundo católico recordará como el primer fratricidio desde la creación. Abel, hermano de Caín, se dedicaba al pastoreo de ovejas, mientras que Caín, era un laborioso agricultor que trabajaba la tierra. Ambos personajes bíblicos son los descendientes de Adán y Eva. Al querer agradar a Dios, ambos hermanos deciden ofrendarle aquello que producen, Caín llevará entonces el sobrante de los alimentos que ha cultivado, mientras que Abel, sacrificaría a la mejor oveja de su rebaño.
De acuerdo a los historiadores, las ocupaciones de pastores y agricultores arrastraban una fuerte tensión entre las tribus del Levante, lo que los llevaba a tener desacuerdos permanentes durante la época conocida como la Edad del Bronce Temprano. Una vez realizada la ofrenda, Dios aceptó con agrado aquella recibida de Abel, por el contrario, no aceptó el sacrificio de Caín, quién había destinado únicamente el sobrante. Esta situación despertó la ira de Caín, quien no escuchó la advertencia de Dios que le dijo: “el pecado acecha a la puerta; su deseo es para ti, debes dominarlo”. Caín atrajo a su hermano hasta el campo, donde lo mató.
El sacrificio realizado por Caín, fue rechazado, no por considerarlo de poco valor o por que el presentado por Abel sea mejor, es porque Dios quería rescatar el valor intrínseco de cada uno de ellos. Abel es bueno, ama a Dios y a su hermano, mientras que Caín, obra mal y no demuestra el mismo amor que su hermano. Dios le pide a Caín que cambie, aunque la actitud de éste, es completamente ajena a este pedido.
La maldición de Caín, inicia cuando es arrojado de la tierra donde habitaba su familia, condenado a vagar por el mundo y vivir huyendo como un proscrito. Después de algún tiempo, llega a establecerse en la tierra llamada “Nod”, en una época en que los migrantes de las montañas del Cáucaso se mezclaban con la población indígena, formando la cultura cananea que dominaría la región entre Egipto y Mesopotamia entre el 3.500 al 1.200 a.C.
Cuando Marc Haber, genetista del Wellcome Trust’s Sanger Institute del Reino Unido, mostró los resultados de una investigación realizada durante el año 2017, acerca de la enorme similitud genética de la población judía y palestina con los cananeos de le Edad del Bronce, no resulta difícil pensar en la posibilidad de que la sangre de Caín haya trascendido generación tras generación hasta llegar a nuestros días.
Por su parte, Glenn Schwartz, arqueólogo de la Universidad John Hopkins, señala que la información biológica brinda un conocimiento importante sobre como los cananeos compartían una notable cantidad de genes, así como rasgos culturales. Lo que nos lleva a pensar que estamos más ligados a nuestros antepasados de lo que podríamos imaginar.
Trasegándonos al presente y a colación del texto presentado, debemos mencionar que la violencia en el seno de la comunidad, ya sea vecinal, nacional o internacional, es una problemática que activa constantemente las alarmas. Indagar en sus orígenes es fundamental para evitar que se siga dañando la convivencia social y por consiguiente a la integridad familiar. En los relatos bíblicos, tenemos varios capítulos como el de Caín y Abel. Está Sem que es elegido y no Cam, lo mismo ocurre con Abrahán y Lot, Isaac e Ismael o Jacob y Labán, mostrándonos que desde la propia elección divina se han generado conflictos y violencia entre hermanos.
Si tomamos en cuenta que la envidia y la ira son sentimientos irracionales que forman parte de la conducta humana y que la historia se encarga de mostrarlos en episodios multifacéticos, debe quedar en claro que no existe una pretensión de querer erradicarlos y acabar con ellos (hacer lo que no se pudo durante toda la historia de la humanidad). Lo que es posible sin lugar a dudas, es buscar mejores caminos para evitar que estos sentimientos y fuerzas sigan causando daño, antes de que las narrativas modernas convenzan a todos de que fue Abel quien mató a Caín y no al revés, es tiempo de poner freno al descontrol de locura y esquizofrenia en el que vamos girando.
Levantar la cabeza y aprender a sobrellevarlos con serenidad, evitará caer en sus garras y convertirnos en esclavos, ver coartada nuestra libertad que cada vez está siendo más asechada por ambas fuerzas, debe impulsarnos a tomar caminos reflexivos para aprender a dominarlas. El fruto de nuestro espíritu debe estar marcado por el amor, la alegría, la paz, la bondad, la confianza, mostrando a aquellos que se empeñan en hacernos pasar las de Caín y que destruyen el mundo, el país y una pacífica convivencia con la que crecimos, que ellos también pueden comenzar a reconciliarse con ellos mismos, con su fe y posteriormente con sus hermanos.