CAROL CANALES
Desde hace unas semanas el tema que acapara titulares es la creciente inflación de las canastas básicas y el encarecimiento del costo de vida en muchos países del globo.
Determinar las causas no son secretos que se tengan que descubrir con grandes análisis, y es que la guerra Rusia – Ucrania, la crisis de alimentos más desastres naturales y los rezagos de la COVID- 19 son los ingredientes de un caldo que se viene cocinando y sabíamos que nos servirían el plato en cualquier momento. Lo que es peor, sabíamos que deberíamos tomarlo cómo Mafalda: a regañadientes.
En este contexto, otra situación que ha llamado la atención de muchos es que, en Bolivia parece que hemos encontrado la fórmula perfecta para blindarnos de los duros efectos de las subidas de precios. Algunos creen y aseguran que somos “ejemplo de gestión económica”.
Varias cadenas de noticias y periodistas, incluso tik tokers, han mencionado esta situación, seguramente buscando esas explicaciones sobre esa tierra prometida antiinflacionaria. Las explicaciones más coherentes de verdaderos analistas económicos nacionales, han puesto en evidencia la pobreza estructural crónica de la golpeada, pero bien maquillada, Bolivia.
Las subvenciones a los cereales e hidrocarburos, el tipo de cambio fijo promotor de importaciones, el crecimiento de “ferias del contrabando” cada vez más numerosas, el nulo incentivo fiscal a las pocas empresas “legales” que tributan y sostienen los salarios del aparato público, el cual sigue como en la era de piedra en atención al cliente. Y cómo si fuera poco, nuestras Reservas Internacionales Netas, nuestro ahorrito en dólares ya ha tocado más que fondo.
Cualquiera diría que esto no tiene solución y estamos al borde del cataclismo. Si bien sí lo estamos, las soluciones no pasan por generar más leyes o reformas estructurales epopéyicas (sería bueno hacerlas, pero de eso hablamos otro día).
Una solución rápida y sencilla está en nuestro olvidado sector exportador no tradicional. Ni gas, ni mineral, señores. Lo nuestro debe enfocarse a los alimentos, el mundo está pasando hambre, y nosotros tenemos productos de alto valor, pero lo que es mejor pueden traer dólares para nuestro chanchito de reservas. Ni qué decir los efectos sobre el empleo y la estabilidad social. ¡Huele a oportunidad!
El sector exportador requiere de inversión inteligente, conexión entre la investigación y desarrollo de productos finales, que los campos de cultivo se conecten con estrategias comerciales y logísticas. No somos ejemplo de economía y peor de logística. Tenemos las carreteras con los tiempos de recorrido, más largos de la región. Nuestro sector exportador sortea entre paros, bloqueos, falta de apoyo y la dejadez de los gobernantes.
Parecería que estos últimos esperan soluciones caídas del cielo, como los altos precios del gas del periodo 2006-2014. Como país NO SOMOS EJEMPLO de gestión y cuando el espejismo termine las consecuencias serán atroces.
En definitiva, yo no pido milagros, la verdadera oportunidad está en que las autoridades, por fin, HAGAN SU PEGA.
CAROL CANALES VILLARROEL
Licenciada en Comercio Internacional, Mgr. en Dirección en Comercio Internacional, Consultora en Comercio Internacional y Estrategias Comerciales, Docente Universitaria.
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21