Una colonia española, sus tributos y una horca en Plaza Murillo (parte I)

Cuenta la historia que allá por el año 1807, desde Madrid, España, en el Palacio Real más grande de Europa occidental, reinaba sobre el 50% del continente americano un Rey, Carlos IV de nombre. Reinaba en los cuatro puntos cardinales con sus cuatro virreinatos (del Perú, de Nueva Granada, de Nueva España y del Rio de la Plata), mismos que le pertenecían con todos sus derechos de uso, goce, disfrute y demás aderezos; bajo el sacrosanto signo de la cruz y la bendición de la Santa Iglesia Católica.

El Rey, con alegría y encanto ponía énfasis en la designación a dedazo y mediante Reales Provisiones de Nombramiento, a cada uno de sus virreyes gachupines, para que por su intermedio y por “pragmáticas” y Reales Ordenanzas y Cédulas, cobraran principalmente tributos para la Corona, (no para comprar la cerveza). Así también para que impongan monopolios comerciales, tasas aduaneras y otras formas variopintas de expoliación y explotación que servirían para subvencionar, lo que yo llamaría un estilo de vida propio de un “rock star”.

No menos importante, estos agenciados, diligentes y prestos caballeros chapetones; los virreyes – todos ellos españoles de cuna -, tenían que juntar del vil metal del diablo, desde las tierras del Potosí principalmente, para fondear las guerras que ya se venían librando por el imperio desde años ha: como la Guerra contra la Primera Coalición (1793-1795); la Guerra contra Gran Bretaña (1796-1802); la Guerra de las Naranjas (1801); o la Guerra contra la Tercera Coalición (1803-1805). Carísimas todas ellas por cierto, especialmente la de Las Naranjas, porque todo era para que Manuel Godoy (amigo personal de la familia real), pueda recogerlas de un jardín en Portugal. ¡Estaban flipaos estos tíos!

Pues bien, las imposiciones tributarias se cobraban y eran cumplidas por criollos americanos y españoles hacendados y/o dueños de minas; de la misma manera como por indígenas en diferente, pero no por ello menor grado. Estos abandonados de la mano de Dios, sin carta de ciudadanía, ni alma siquiera; a quienes se les reconocían pocos derechos, pero sí montón de obligaciones; debían tributar capitaciones, tributos indígenas, trabajos comunitarios forzados en la mita o en la minga para reparar y construir caminos, entregar productos agrícolas o cantidades de plata y trabajar en calidad de mitanis, o lo que es lo mismo de mujeres sirvientes “cama adentro”, muchas veces la del “caballero”. Vaya forma de civilizarlos y convertirlos al Señor Jesucristo.

También estaban las medidas de control sobre los recursos a ser exportados, para asegurar que los beneficios fluyeran principalmente hacia la Corona española, como eran los monopolios comerciales, la Casa de Contratación de Sevilla, la restricción de puertos (Buenos Aires, Portobelo, Cartagena de Indias, Veracruz, Panamá y Callao). Por lo que ni un ají de tierras amerindias salía, ni menos entraba nada sin que el Rey gravaría, hasta la sombra de toda mercancía. Me salió en verso y sin mucho esfuerzo.

Es digno de mencionar además, que estos mismos tributos tenían que servir para que en nombre del Rey, los recaudadores y sus faltriqueros de tributos, es decir, Virreyes, Capitanes Generales, Gobernadores, Oidores de las Audiencias, Alcaldes Mayores, Encomenderos, Visitadores, Obispos y Corregidores de Indios, se paguen sus costos operativos y se les permita ganarse el pan nuestro de cada día; ya que eso de vivir de “likes” o de ser “influencers”, “youtubers” o “tik-tokers” no se podía todavía. Por cierto de la misma manera, ocupaciones igualmente deshonrosas, “que no aportan en nada” – a decir de un periodista (V.H. Rosales, 2024).

Entonces, la Corona mandaba a decir todo lo que tenía que pagarse en una lista larga de tributos como ser: quintos reales, censos (préstamos obligatorios), derechos de aduana, diezmos (religiosamente cobrados), derramas, obrajes (por eso se llama así la zona en La Paz), tributos de encomiendas, sisas, medias anatas, tasas iniciales de alcabalas o impuestos a las compras y ventas del 2%, entre muchos otros más.

-¡Alto!

¿Cuánto era lo que pagaban de IVA en la época de la colonia española?

2% desde 1500 y luego cerca de 1800, lo subieron al 10%, con el descontento que ello implicaba.

– Ya lo creo, menos mal que no pagaban el 13% como hoy en día y sin ser colonia de nadie. Colerón que les hubiera dado, que atropello a la razón, que bochorno.

Estas imposiciones, como dice Don Fisco (2020): “obligatoriamente voluntarias del contribuyente para el desarrollo y bienestar de todos”, eran cumplidas “guardando un silencio cómplice parecido a la estupidez”, como dice la Proclama de la “Junta Tuitiva”; como se llamaban quienes escribieron mucho tiempo después de muertos, en ese libro de piedra que está en Plaza Murillo de la ciudad de La Paz, donde yo jugaba al resabalín allá por la década de los ’70.

Mientras tanto de regreso a España (1808), Napoleón Bonaparte con la astucia del pirata Jack Sparrow, se aprovechó que el tonto de capirote de Carlos IV, le permitiera entrar a través de España con la promesa de que le pague de peaje a resultas, con la mitad de lo que Don Napoleón saqueara de Portugal. Carlitos IV recibió un palmo de narices. Todo por confiar nada menos que en el anticristo de Napoleón; como profetizó Nostradamus en la Cuarteta 60 del Centuria I y en la Cuarteta 1 del Centuria VIII, allá por el año 1555. No la vieron venir.

Mientras Napoleón jugaba a “Age of Empires” con sus tropas asentándose en suelo español bajo las reales narices del Rey Carlos IV, se enteró que este Rey tenía problemas de conducta con el chaval de 23 años, Fernando VII, quien quería para sí el trono de papá Carlos IV. Además el amigo de la familia, Manuel Godoy (el de las naranjas) andaba de cizañero por toda Europa haciendo pelear a medio mundo, incluyéndolos. Y les mandó a llamar para que fueran a Bayona, en el sur de Francia, supuestamente para hacerles tomar “el champán de la paz” y conciliar diferencias.

Finalmente el pícaro del tal “Napo”, ya teniéndolos juntos en casa, les hizo jugar la gallinita ciega, pero para obligarlos a que voluntariamente abdicarán uno seguido del otro y que se fueran despidiendo de la vida de ricos y famosos a la que venían acostumbrándose. Sabiendo que habían dejado el arroz en la lumbre en casa y que no habían dejado a nadie en el Palacio Real de Madrid para que quede como “Sobreviviente Designado”.

  • JORGE ESPAÑA LARREA
  • ABOGADO. SOCIÓLOGO
  • *NDE: LOS TEXTOS REPRODUCIDOS EN ESTE ESPACIO DE OPINIÓN SON DE ABSOLUTA RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO COMPROMETEN LA LÍNEA EDITORIAL LIBERAL Y CONSERVADORA DE VISOR21