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JORGE ESPAÑA
Cuando la sed sorprende a propios y ajenos, bajo el quemante sol paceño de invierno, siempre es bueno un refresco de mocochinchi. Para mí, un excelente indicador de la economía del país y resulta que también de nuestra situación legislativa. En ambos casos, inflacionaria.
12:10 p.m. Pérez Velasco. ¡Un mocochinchi, por favor, caserita!
Primero, como casero que soy, me someto voluntariamente todos los días a las leyes del mercado y si no llego a cubrir el costo, pagando el precio que lo define la caserita en relación también a esas leyes del libre mercado: disponibilidad de insumos, ganancia e impuestos diferidos, entonces tengo que aguantarme hasta llegar a casa y tomar agua, de la pila o hervida.
Perdón, ¿cómo que no pagan impuestos?
Es decir, ¿dónde lo metieron a Don Fisco?
Para quienes no tuvieron la dicha de conocerlo, Don Fisco era una caricatura de un adulto con un conveniente chaleco color azul; útil representación gráfica del Estado (adulto-inteligente e ilustrado). Y caricaturizado también, le acompañaba el ciudadano, pero como una niñita “pregun-tonta”: “la Kantutita”. Ambos querían hacerle entender al ciudadano tributante e ignorante: que todos tenemos una imposición que limita nuestra libertad de disponer de todos nuestros colq’es (plata en aimara), para pagarle al tal Don Fisco, pero era “por nuestro bien común”.
Pero igual. ¡Viva la economía de libre mercado! La doñita de los refrescos, emprendedora, con precios regulados por oferta-demanda, libre absolutamente, renunció a su pacto social para no tener que pagar ni un solo centavo al tal Don Fisco. Ni por el bien común, ni por San Flautas, ni por nada. ¿Y los impuestos al azúcar y al gas que utiliza para hacer hervir el refresco?… pues, fácil: los paga el consumidor final.
Ahora, la caserita o el caserito que venden, forman parte del llamado “Ejército Industrial de Reserva”, o de la “Población Económicamente Activa Informal”; aunque no me guste mucho la palabra: informal, porque “formales”, muy formales, no lo son, ya que las diferentes formas de contratación y subcontratación, tratan a ambos por igual. Con formas de empleo encubiertas, doble planilla, contratos por plazo fijo, bonos para enmascarar cualquier incremento, y la monumental cantidad de trabajadores asalariados que hay, 2 de cada 10 ciudadanos bolivianos, son trabajadores asalariados, de esos 1 de ellos es empleado público.
Dichos ilustres y respetados ciudadanos, los empleados públicos, tampoco gozan lo que se diga de una claridad en su estabilidad laboral. Son pocas las prestaciones sociales que tienen todos y en muchos casos, bajo una sobreexplotación que los lleva además de trabajar, a tener que hacer la campañita partidaria para no que no los pongan de patitas en la calle.
Pues bien, volviendo a nuestros caseritos y caseritas, también llamados: “Trabajadores por Cuenta Propia” o si se prefiere rebuscar los términos: “enterpreneurs”, como dice el anglicismo afrancesado, cuando quieren decir “emprendedor” que cada vez más habemos en nuestro medio; ya que alrededor de 8 de cada 10 ciudadanos bolivianos para ser más o menos exactos, son trabajadores informales (fuente: OIT, 2022).
¿Por qué será, no?
Pero íbamos por el tema de que la caserita que tiene que cobrar lo que dicta el mercado, aunque no pueda pagarlo de mi bolsillo.
Que yendo por partes -como decía Jack el destripador- en primer lugar y en cámara lenta pareciera que vamos acercándonos con éxito a la Hungría de 1946, a la UDP de 1985, a la Venezuela de 2015. Con supermercados que se vacían y se cierran, casas comerciales que despiden a su personal todos los días, reducciones en las importaciones de insumos, maquinaria y repuestos, migración de inversiones del sector formal al sector informal; o sea desempleo encubierto; escasez intermitente de combustibles (gas, gasolina, diesel, etc.); locales comerciales, departamentos y casas en venta por doquier; precios en escalada progresiva.
Qué hace entonces que todo suba de precio, en lo que se llama inflación monetaria y que está acumulada para el trimestre con el 1,31% y para los últimos 12 meses del 3,5% de acuerdo con la información del INE.
Así es, ya lo dicen: en la vida hay tres mentiras, las grandes, las pequeñas y las estadísticas.
Mi refresco de mocochinchi subió de 2 a 3 bolivianos en los últimos días.
O sea para el ejemplo, es como si me dijera Luis Arce Catacora en diciembre de 2023, que para llenar mí “canasta familiar” necesitaba Bs 100 (que lo dijo el 2019) y seis meses después a junio del 2024, me dijera que solamente necesito aumentar Bs 3,5 para llevar a mi casa esa misma canasta familiar. Es decir, Bs 103,50.
Pero… ¡Mi refresco de mocochinchi subió el 50% y en cuestión de un día para el otro!
Con seguridad no llegaremos a Budapest (1946), donde a uno le decían al entrar al café son 5 bolivianos, y a la salida, tan solo 10 minutos después, le decían “son 20 bolivianos”. Así de rápido, furioso y sin rubor, con una inflación récord de 41.900.000.000.000.000%. ¡Qué bárbaro! El café más caro de sus vidas en cuestión de minutos. Y no vamos más lejos con Venezuela, que con los ejemplos puedo empapelar de Bolívares Fuertes ($b.) cada una de las paredes del Ministerio de Economía y Finanzas.
Pero volvamos al mocochinchi. Como expresaba: hay una inflación monetaria y hay una inflación legislativa. Desde que el mocochinchi merece el tratamiento de toda una Asamblea Legislativa Plurinacional para su declaratoria como interés nacional: la Feria del Mocochinchi. Ya lo leyeron. Y por lo que además cobran. Alguien tiene que hacer las leyes, no se van a escribir solas.
Es decir, ¿hay una Ley para una feria del mocochinchi? Sí, señor; sí, señora.
12:16 p.m. Yapame pues caserita.
No hace pocos días, la Asamblea Legislativa Plurinacional se autoaprobó un incremento salarial. Es decir, cada parlamentario percibirá 3.350 U$D. cada mes. Que entre todos (senadores 130 y diputados 36) suman 2,41 millones de U$D de gasto mensual (al tipo de cambio oficial y aunque no haya dólares). Sumando al gasto público la friolera suma de Bs 30.406.164; es decir, 4,36 millones de U$D. por año! (Vuélvase a leer en caso de duda).
Por si acaso, más de 12.700 leyes se aprobaron en el país desde su fundación (1825); 1.565 aprobadas desde el 2019 a la fecha (2024), incluyendo la declaración del día de la modista, declaración del día del zapatero, declaración de tal danza folklórica; la declaración de tal o cual fiesta patronal y también de la declaración de un paisaje natural y cultural y de todo lo imaginable -y no era broma-, incluyendo la de declaración de interés nacional la ¡Feria del Mocochinchi!
El tema es sencillo, para terminar: hay informalidad en la economía, no se puede seguir ejerciendo mayor presión tributaria indirecta sobre tanto desempleado informal, emprendedor o como se le quiera llamar y sobre los consumidores que para el caso son lo mismo; existe una enorme carga intolerable en el gasto público sobre todo en la Asamblea Legislativa Plurinacional. Estamos ante una inflación monetaria que también es legislativa. Se aprueban leyes como la Carabina de Ambrosio colgada de un clavo. Es decir, hay billetes como leyes; cada vez más desvalorizados. Próximamente: el fallo del fallo del TCP sobre la Ley 075/2023-2024.
Ya el boliviano que bordea los cincuenta años, aprendió de la historia de 1985. Sabe qué se siente levantarse a las cinco de la madrugada para hacer fila por una garrafa de gas, por doce panes, por un kilo de carne; sabe que le paguen en maletas de billetes sin valor; que no tenga medicamentos aunque tenga papel moneda para vender por kilo; sabe que no puede regresar a su casa con las manos vacías y con bocas que alimentar; que sus hijos no tengan clases; sabe que no puede quedarse mirando a dónde irá a dar con sus huesos en este mundo ancho y ajeno ¿o no?
12:20 p.m. Caserita, dame otro mocochinchi por favor, sin bola.
¿A cinco pesos ya está?