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CARLOS LEDEZMA
Cuentan las crónicas del 9 de marzo de 1908 que, durante el gobierno del presidente Ismael Montes, se suscribía el primer Contrato de Servicios Eléctricos para la ciudad de La Paz entre el gobierno de la República de Bolivia y la empresa francesa Bolivian Rubber & General Enterprise Limited, mismo que sería ampliado y completado por la compañía canadiense Bolivian Power Company Ltda. La construcción de la planta de energía eléctrica de Achachicala, abasteció de fluido eléctrico a la ciudad de La Paz hasta 1925 gracias a la construcción de la represa de Milluni, misma que permitía almacenar y abastecer de agua potable a la población.
La historia del siglo XX en Bolivia, inició con el quiebre violento de los paradigmas conservadores, debiendo las ciudades aprontar transformaciones significativas tras el ascenso del Partido Liberal al gobierno. La visión urbana de la ciudad de Nuestra Señora de La Paz, experimentaría cambios notables debido a que, a finales del siglo XIX, la pequeña ciudad provinciana se erigía como la nueva sede del poder político de todo el país, en consecuencia, las nuevas autoridades impulsarían un cambio que reconfiguraría el viejo damero español rumbo a La Alameda y hacia los barrios de indios: San Pedro y San Sebastián.
Para el año de 1900, la corriente de ideas inspiradoras del nuevo gobierno liberal, mostraban una clara tendencia de desarrollo. Desde la fundación de Bolivia el crecimiento demográfico había sido significativo y con el traslado del poder político, con lo que la migración cambió de rumbo, debiendo las autoridades asumir medidas urgentes para consolidar los espacios públicos de la nueva ciudad. Ese proyecto urbanístico, significaba crecimiento y expansión, apartándose del centro histórico y abriendo sus brazos hacia los barrios aledaños.
Durante el primer tercio del siglo XX, paralelamente a los cambios políticos, sociales y económicos alentados por el Partido Liberal, la ciudad de Nuestra Señora de La Paz experimentaba los efectos de la modernidad que se vivía en otras ciudades importantes del continente y el planeta. Una conjunción resultante de la fragmentación de espacios divergentes que comenzaban a coexistir, abrían manifestaciones duales que terminarían por hacerse parte de las características y peculiaridades de una urbe moderna y misteriosa.
San Francisco conserva la historia, la arquitectura y cultura de un pueblo lleno de tradiciones, que en sincronía perfecta conecta la fe y religiosidad que se abre paso por la calle Sagárnaga –nombre de nuevo cuño en memoria del protomártir Juan Bautista Sagárnaga– rumbo al “Mercado de las Brujas”, espacio donde se respira un aire de misticismo ancestral. Espacios de dualidades marcadas, mezcla de colores y formas, perfumes, sabores, hiervas y minerales que bien pueden ser utilizados para curar, enamorar o simplemente soñar con otras realidades futuristas.
Las brasas incandescentes arden al tiempo que desprenden fragancias penetrantes que inundan las calles del centro paceño; trozos pequeños de madera y resina alimentan el fuego que devora pequeñas figuras hechas de azúcar y sal, en búsqueda de hacer realidad los anhelos de la población. Casas, coches, dinero en miniatura, trabajo, deseos de suerte y maldad, encerrados en pequeñas cajas de cartón, son la suerte del amante desafortunado o la ambición de riqueza y poder del corazón del malvado.
Un viaje en el tiempo nos invita a decolar con la imaginación, recordando el puente de la calle Loayza construido para unir el caserío de San Pedro, hacia la ciudad, rumbo a Plaza Mayor. Un paseo atractivo lleno de paz por el paseo de La Alameda, que iba abriéndose paso en medio de álamos, sauces y pinos que adornaban graciosamente la parte baja de la pequeña ciudad. Es allí, donde forjados en hierro macizo, entre arcos de calicanto se levantaban las celosas protectoras que cerraban el paso ante el peligro. Con el crecimiento urbano los arcos se emplazaron en el convento de los san agustinos donde fueron conocidos como “Los Portales”, pasando poco tiempo más tarde a ser derribados para abrir sus puertas a las modernas avenidas Villazón, Arce y 6 de Agosto.
El Mercado Central “Recoba” legó su nombre a la moderna calle Mercado, y cedió su espacio para que se levante el Palacio Consistorial (Gobierno Autónomo Municipal de La Paz), justo al lado del templo de San Agustín, entre las calles Colón y Ayacucho. Esta construcción fue inaugurada en 1925, al conmemorarse el centenario del nacimiento de la República de Bolivia.
El plan de desarrollo urbano comenzó a extenderse hacia el Sur. Avenidas amplias hasta de cuatro carriles como la actual Kantutani fueron cambiándole el rostro a la otrora pequeña ciudad. La avenida Costanera integrando Norte y Sur sin pasar por el centro, serpenteando entre montañas y quebradas se convirtió en otro prodigio de la ingeniería paceña, en tiempos en los que la voluntad y esfuerzo de las autoridades podían más que los recursos y la tecnología.
El desarrollo urbano resultó ser el proceso que dio respuesta a las crecientes demandas de la población paceña. La nueva sede de gobierno mostraba así sus cualidades de liderazgo que le concedía la historia y que asumió con responsabilidad y entereza. Para su pesar, tras 215 años del grito libertario, Nuestra Señora de La Paz tiene poco que celebrar. Las últimas tres décadas las autoridades ediles y nacionales no han estado a la altura de los desafíos modernos y tampoco han dado respuesta a la población que ve desmoronarse el sueño forjado por costumbres y tradiciones vivas, junto a la llama ardiente de una tea que no debe apagarse jamás.
No cabe duda de que el embellecimiento de las ciudades constituye una aspiración permanente de sus habitantes. El rostro de Nuestra Señora de La Paz de inicios del siglo XX, le permitió asumir un protagonismo polifacético, integrador y solidario, gracias a la voluntad de su gente, misma que persiste en encontrar los caminos que le conduzcan a descubrir la libertad interior y de simplificación mental, con las que pueda crecer y hacer frente a sus desafíos para que el crecimiento de La Paz no se detenga.
CARLOS MANUEL LEDEZMA VALDEZ
Escritor. Docente universitario. Divulgador histórico. Miembro de la Sociedad de Escritores de Bolivia.
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21