Es durísimo darnos cuenta de que en Bolivia la economía ha estado en picada desde hace un año con más fuerza, pero es aún peor para quienes no ignoramos las causas reales de la crisis.
Tengo la costumbre de almorzar en el mercado, comida deliciosa por un precio irracionalmente bajo, sobre todo si consideramos su sabor inigualable que recuerda a la casa (obviamente, los narices estiradas de los restaurantes 5 estrellas no estarán de acuerdo conmigo). Empecé a notar, entre mis visitas regulares al mercado popular de una zona de La Paz —mercado construido casi exclusivamente por las caseras, debido a la ineficiencia de la municipalidad— que las mesas ahora se llenan más de lo habitual, mucho más que en meses anteriores. Quienes solemos visitar el mercado sabemos que los clientes habituales son empleados de tiendas, obreros de construcción y oficinistas. Sin embargo, por alguna razón, ahora también veo a la gente más “refinada” del mundo como clientes regulares: personas con trajes caros, familias enteras de altos ingresos que se han vuelto parte del paisaje común de los asientos de las caseras.
No solo me parece un hallazgo interesante a nivel cultural, sino sobre todo económico. Ahora, la gente que antes encontraba más económico comer en un restaurante caro, prefiere el mercado. Curioso, pero no deja de ser un simple dato de chicle Bazooka.
¿Por qué la gente debería cambiar sus hábitos de alimentación en un país económicamente estable? La respuesta es obvia: en un país económicamente estable, nadie cambia de la noche a la mañana sus hábitos alimenticios.
La segunda vez que me di cuenta de esto de manera personal fue en un puesto callejero de hamburguesas, unos días atrás. Llovía tanto que parecía que los ríos se desbordarían, pero decidí comprarme una hamburguesa en una caseta cerca de mi casa. Habitualmente hubiera ido a otro lugar, quizás más cómodo o incluso con mejor sabor, pero el precio en los demás puestos de hamburguesas se disparó, por lo que mi mejor opción era esa caseta de “sabor aceite reciclado”, aunque un poco más económica. Mi sorpresa fue al llegar al lugar, normalmente vacío o con poca gente. Ahora había una fila de 8 personas esperando bajo la lluvia, todos con paraguas. Esto ya no era un hecho aislado, no eran nuevos clientes, era un patrón constante. La gente está cambiando sus hábitos de consumo, lo que puede reflejarse en la compra de productos de menor calidad, pero sobre todo más económicos, ajustados al cada vez más angosto presupuesto de los bolivianos.
Pero no quiero hablar solo de eso; quiero usarlo como ejemplo para hablar de la venta y compra de productos. El mercado funciona como un semáforo: manda señales a dos partes de la sociedad. En el caso del semáforo, a quienes quieren cruzar la calle y a los conductores que deben detenerse o no. En el caso del mercado, las señales se envían a quienes quieren adquirir un producto o servicio y a quienes quieren ofrecerlo. Estas señales dependen de múltiples factores que, en una sociedad normal donde se garantiza la propiedad privada, la seguridad jurídica, el libre intercambio de bienes y servicios, la tolerancia y la libre asociación, se dan de manera organizada. No por un ente regulador o seres humanos mediadores, sino de manera natural, como diría Mises, a través de la acción humana, que se proyecta de forma que los individuos leen en la conducta de sus prójimos patrones que les ayudan a tomar decisiones en su vida diaria. Qué comer, dónde comer, a qué hora hacerlo, etc.
Un ejemplo de esto es el hombre que vende hamburguesas. Él debe llevar la cantidad necesaria de comida para terminar el día con la mayor cantidad de clientes satisfechos. No porque le guste complacer a los demás, sino porque de eso depende su sustento. Si un día tiene 10 clientes y le sobran hamburguesas para 10 más, al día siguiente comprará ingredientes para menos. Así minimiza los costos. Si nota que su fila de clientes crece constantemente, puede lanzarse al éxito y aumentar el precio de sus hamburguesas. Y así, cientos de decisiones ocurren en espacios tan pequeños como una hamburguesería en la ciudad de La Paz en una noche lluviosa.
Lo mismo pasa en el mercado. Las caseras deben saber a quién ofrecerles qué almuerzos. Si notan que su clientela ahora es de mayores ingresos y que les cuesta más servir la misma cantidad de platos, verán con buenos ojos la opción de aumentar los precios. No es maldad, no es egoísmo, es la acción humana actuando en libertad.
Hasta aquí todo bien, pero ¿cuáles son las consecuencias, especialmente para quienes tienen menos capacidad adquisitiva y para los comerciantes? Volvamos al semáforo: ¿se imaginan qué pasaría si las calles estuvieran llenas de semáforos que cambian de color en cada calle o barrio, que no tuvieran tres luces, sino 30 o 40, y que cambien de posición constantemente? ¿Todo porque un funcionario o un burócrata lo ordenó así? Pues así es como está funcionando el consumo en Bolivia en el último año. Nadie sabe cuándo cruzar, los autos chocan constantemente, tenemos muchos accidentes y ¿cuál es la solución que proponen? Tener aún más señales para el mercado.
El hombre de la hamburguesería no alcanzó a servir a todos los clientes bajo la lluvia, lo que le da la posibilidad de llevar más ingredientes al día siguiente. Pero como las señales del mercado están tan desordenadas por el exceso de intervención, probablemente pensó que habría más clientes y llevó más material del necesario. Lo mismo puede pasar con las caseras del mercado. Si ven que no les alcanza la comida, pueden aumentar los precios para ganar lo mismo, pero haciendo menos platos. El problema es que aquellos de nosotros, con menos dinero pero clientes recurrentes, ya no podremos permitirnos comer en el mercado. Los más acomodados probablemente encontrarán otras alternativas, lo que reducirá la capacidad adquisitiva tanto de las caseras como de los hamburgueseros, pero también de los antiguos clientes. Esto, a su vez, provocará que los clientes más acaudalados, como los empresarios, enfrenten demandas de aumento de sueldos, lo que reducirá su capacidad adquisitiva y contraerá aún más la economía.
Esta contracción económica no es más que la consecuencia de buenas intenciones con un enfoque erróneo, que pretende igualar la situación económica para todos, sin darse cuenta de que lo que genera desigualdad y pobreza son esas mismas “buenas intenciones”.
Esta bola de nieve gigante puede tener un freno de mano, y dependiendo de la rapidez con la que se tomen decisiones, las consecuencias serán más o menos dolorosas, pero se tendrán que aguantar por un tiempo más corto o más largo. Pero, ¿qué podría saber un youtuber sobre economía? Habría que preguntarles a quienes sí saben. Spoiler: no son los economistas atrapados ni los políticos oxidados, son los caseros y caseras del país, las empresas familiares, los ambulantes, y todo aquel que nunca le ha pedido al gobierno que cambie el semáforo.
- ALEJANDRO HURTADO
- DIRECTOR ALELE EN BOLIVIA
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