La impostura de los esclavos modernos los conduce a actuar en consecuencia de lo “políticamente correcto”. Las redes sociales se han convertido en los cuadriláteros en los que se protagonizan combates descarnados entre facciones radicalmente opuestas. Quienes creyéndose imparciales ponen al descubierto su falsa imparcialidad, se llaman neutrales, aunque resulten ser los más fieros y radicales cuestionadores del libre pensamiento, la disonancia, el desacuerdo, el “derecho” de negarse a hacer, decir o pensar aquello que en lo que no se cree.
En los regímenes totalitarios, el temor a la crítica o la represión –encarnada en la figura del Estado–, limita considerablemente la posibilidad de manifestar abiertamente el pensamiento personal, más aun, cuando los verdaderos censores son miembros de la familia, amigos, vecinos o conocidos. La coacción ejercida violentamente, coarta todas las libertades, pensar, sentir, hablar, actuar, obligando a mirar el mundo con prismas colectivistas que extirpan el individualismo adquirido al momento de nacer y que le brinda a cada individuo su personalidad única, completamente diferente a la de cualquier otro ser humano, buscando convertirlo en un ser gregario carente de voluntad.
Parafraseando a George Orwell en su obra 1984, el poder gobierna y vigila cada paso de las personas de una sociedad (distópica). Un mundo en el que la libertad ha transformado su significado y debe adaptarse a la conjura promovida por el poder a través de la “neolengua”, la misma que ha logrado dar vuelta a todo: “el bien es el mal, guerra es paz, libertad es esclavitud y la ignorancia es la fuerza”. La obra de Orwell resume perfectamente bien lo que es el “scratch” de las sociedades modernas, mostrando del revés como se encuentra el mundo actualmente.
Un mundo en el que quiénes nunca creyeron en la denuncia social y se adscribían contrarios, son actualmente quienes la utilizan a su favor. Quienes se han dado a la tarea de deconstruir el lenguaje, utilizando palabras para definir algo que significa completamente lo opuesto o inventan palabras y términos, queriendo aparentar que son seres rebeldes, avanzados, modernos, intelectuales. Esta realidad ajena a la razón, se ha dado a la tarea de ir aplastando cual un rodillo, todo cuanto se conocía y posibilitaba una convivencia pacífica.
Mientras más “derechos” te otorgan los gobiernos, más limitadas se encuentran tus espurias libertades. La esclavitud del hombre moderno está condicionada por los discursos gregarios y colectivistas (políticamente correctos) del poder que se han ido generalizado por el mundo. Quienes hablan del bien (buenistas del planeta), de “solidaridad”, “bien común”, “justicia social”, “igualdad”, entre otros, vienen produciendo una aplastante derrota a los valores humanos de “respeto”, “tolerancia”, “integridad”, “responsabilidad”, entre otros que hacen a la conducta intrínseca e individual del ser humano.
Mikel Navarro Ayensa señala: “la era de la inmediatez transforma a la sociedad en una comunidad desprovista de valores éticos, de los valores que creíamos que eran los valores básicos con los que partíamos. Esa base parece perdida y bueno, parece también que vender la intimidad a cualquier precio al mejor postor normaliza lo que antes nos parecía que estaba fuera de lugar. Priorizar lo viral, lo efímero por encima de la calidad, de lo contrastado, de lo verás [por aquello] que vende. Parece que vende la violencia, el morbo, la humillación y lo que rápidamente se olvida o que queremos olvidar”.
El mundo moderno es solamente impacto, al mundo le están quitando contexto, plano, secuencia, la realidad junto con la inteligencia están dejando de existir y a los esclavos modernos poco parece importarles. La historia nos enseña que todo tiene un qué y un por qué, pero a título de modernidad se roban las explicaciones de las cosas. Todo lo que es impacto vende, al menos por unos minutos, pero de tantos y tantos impactos, se va perdiendo poco a poco el interés. Vivimos en un mundo en el que no parece haber un antes ni un después, no existe el tiempo para pensar ni reflexionar sobre lo que sucede.
Esa es la historia del mundo, unos se encargan empeñosamente en ponerlo del revés y luchan contra quienes tratan de ponerlo derecho, mientras que la infamia de la neutralidad (que es la mayoría), amplifica inconscientemente el discurso “políticamente correcto”. La costumbre, las normas, las obligaciones se contraponen a una idea impuesta: de sumarse a la idea de todos, sin saber siquiera de donde ha venido, sólo por creer que el mundo piensa así, sea lo que sea. Se trata de hacer lo que sea con tal de no parecer diferente y sojuzgar el pensamiento crítico, coherente y racional.
Ya lo señalaba Dante Alighieri en su monumental obra “La Divina Comedia” que: “Los confines más oscuros del infierno están reservados para aquellos que eligen mantenerse neutrales en tiempos de crisis moral”.
Tal parece que no existen alternativas puesto que el poder es el dueño de todas ellas y si por casualidad surge una alternativa fuera de sus márgenes, esta cae aplastada por el peso de la intolerancia humana, señalando que el individuo no puede hacer nada para cambiar la realidad y que lo más razonable es sentarse frente del televisor, coger el móvil, ver videos, memes, creer mentiras, participar en referéndums, obedecer y no cuestionarse absolutamente nada. Se busca crear culpables, se endilga la culpa de los errores a los demás, una culpa provocada por unos cuantos que debe ser asumida por todos y que termina por convertir al verdugo en víctima.
La paradoja de planeta es, que resulta “políticamente incorrecto” hablar sobre lo “políticamente correcto”, por ello es importante conocer e identificar los sofismas que se construyen planificadamente para poder denunciarlos. Los hombres libres no deben dejarse convencer por los discursos “buenistas” que tratan de hacerlos ver como villanos. Que no se pierda de vista la espiral en la que gira la impostura colectivista, aquella que amenaza a los hombres, las familias, su sana y pacífica convivencia. La libertad de obrar y actuar de acuerdo a su conciencia debe ser una regla.
La esclavitud moderna soslaya el problema de la tiranía de la palabra, paradójicamente para pesar de aquellos, hay quienes han comenzado a romper cadenas, abren los ojos y ven la luz. Dejaron de bailar y aplaudir como corderos camino al matadero, dándose cuenta de que el problema existe y es real, por más que el poder intente desvirtuarlo por todos los medios a su alcance. Mañana saldrá el sol nuevamente, es posible mirar el futuro con optimismo.
- CARLOS MANUEL LEDEZMA VALDEZ
- Escritor. Docente Universitario. Divulgador Histórico. Miembro De La Sociedad De Escritores De Bolivia.
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