IGNACIO VERA DE RADA

Vi una conferencia que dio Mario Vargas Llosa en Montevideo bajo el auspicio del Centro de Estudios para el Desarrollo, cuyo director es Agustín Iturralde, un joven politólogo a quien tuve el placer de conocer personalmente durante unas jornadas académicas organizadas por la Konrad Adenauer Stiftung en Santa Cruz de la Sierra en septiembre de 2018. En el evento de Montevideo, el Nobel peruano habló sobre la crisis de la democracia y la política en Latinoamérica y la deseable implantación práctica de las ideas del liberalismo, como suele hacer siempre en sus conferencias que imparte en el marco de la Fundación Internacional para la Libertad, que él mismo preside.

El discurso del escritor en este tipo de eventos es redundante y se está volviendo monótono porque insiste siempre en lo mismo: hace una crítica ácida al populismo de izquierda, sin hacer lo propio a las propuestas de derecha a la crisis de ideas que persigue a los partidos de derechas. Vargas Llosa dice que los países pueden caer en el error garrafal de elegir mal a sus gobernantes (con lo cual yo concuerdo), pero no se cuestiona el motivo de esas malas decisiones colectivas consumadas en el ejercicio del sufragio. Como liberal, yo también desapruebo, aunque sean fruto de procesos electorales en apariencia legítimos, los gobiernos de izquierda de Chile, Perú, Argentina y el tristemente probable gobierno de izquierdas de Colombia, pero, como ente racional y crítico incluso con mis convicciones y conmigo mismo, pienso que debe haber una razón histórica profunda para que las masas electoras estén virando hacia propuestas de izquierda antes que liberales, serias y/o racionales. Es decir que, siendo autocrítico, pienso que hubo en los partidos liberales una suerte de desgaste que está haciendo que las grandes masas de votantes se decepcionen porque no están hallando nada nuevo para resolver las controversias presentes.

En síntesis, quizás podríamos aportar más al liberalismo criticando su falta de renovación y de propuesta en la praxis política que denostando redundante y monótonamente las manías, las faltas, la corrupción y el populismo que, como ya sabemos hasta el cansancio, signan a los partidos de izquierda latinoamericanos. Yo creo que el liberalismo, al igual que las nuevas teorías políticas de izquierdas —que se renuevan a veces con nomenclaturas y formulismos irracionales y cuentan en sus filas con intelectuales posmodernos y poscoloniales difíciles de leer tanto por su lenguaje enrevesado como por lo oscuro de sus ideas—, tiene que estar en constante debate y replanteamiento para extraer de él, a partir de sus principios éticos y filosóficos irrenunciables, nuevas propuestas políticas para resolver las nuevas demandas y necesidades del tiempo presente.

Mi impresión es que los liberales estamos durmiendo en los laureles, nos hemos dejado estar en un marasmo de confianza porque creímos que las ideas de la libertad eran estáticas e invencibles tal como son. Creemos que la teoría, intocable, ya está hecha. Nos basamos en un manual hace mucho tiempo inalterado. Desde puntos de vista ontológicos de la individualidad del ser humano, claro que los postulados liberales fundamentales son inamovibles, pero la interpretación liberal debe ser siempre nueva y fresca para enfrentar con ideas a los del bando políticamente antagónico: los demagogos, los populistas y los izquierdistas. Hay que releer a los grandes teóricos como Popper y ver quiénes son ahora los enemigos de la sociedad abierta, para diseccionarlos nuevamente y abatirlos con ideas. Hay que incluso ser críticos con los padres del liberalismo, pues el liberal no es un dogmático ni un determinista de la historia, como son los izquierdistas.

Históricamente hablando, los grupos liberales latinoamericanos no han sabido responder a los flujos cambiantes de la sociedad y la economía, pues se han anclado en recetas simples y poco creativas como las del libre mercado, pudiendo haber pensado en ideas eclécticas como las de la social democracia o las de la economía social de mercado, que fueron las que tan buenos frutos dieron en la Europa de posguerra, concretamente en Alemania.

Hago pues un llamado a la comunidad liberal, para que, antes que a la izquierda, se cuestione a sí misma y a los partidos liberales que apadrinan, ya que así estará aportando más en la conformación de frentes liberales que respondan a los desafíos del presente y del mañana.

IGNACIO VERA DE RADA 

Politólogo y docente universitario

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21