“Rayuela”: Ludópatas del Poder

  • “Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo”. – Julio Cortázar.

Cuentan las crónicas del 28 de junio de 1963 que, tras varios años de trabajo, se publicaba finalmente una de las obras que rompería los moldes de la literatura latinoamericana. Julio Cortázar, con cuarenta y ocho años de edad, alcanzaba con “Rayuela”, la cima de la exploración individual que perseguía. Su trabajo vanguardista irrumpió con fuerza para acabar con los convencionalismos establecidos, convirtiéndose en un fenómeno indiscutible en el complejo mundo de las letras. Haciendo un repaso sociopolítico, de búsqueda existencial y una pertinaz crítica a las estructuras del poder, Cortázar profundiza sobre estos y otros temas.

“Rayuela” está considerada una de las obras maestras de la literatura hispanoamericana. La relación entre sus protagonistas, compleja la mayor parte de veces, está caracterizada por el juego del poder y la dominación. El intelecto y su afán por controlar y manipular a la intuición y la emoción. La dinámica del poder condescendiente y paternalista, es el reflejo de la influencia marcada por la sociedad y la cultura del lugar en el que se desarrolla la trama. La búsqueda de sentido, el amor, así como la falta de comunicación, permite desentrañar las complejas luchas existenciales por las que atraviesan sus personajes.

En la obra, El Club de la Serpiente congrega a un selecto grupo de intelectuales que reflejan sus posiciones políticas. Allí tienen lugar sendos debates, contagiados de ideales revolucionarios y una muestra de que los límites del pensamiento intelectual se encuentran enfrentados a la realidad de la política. Una mezcla de posturas críticas, otras marcadas por el escepticismo y la falta de fe, cuestionan el compromiso genuino y la hipocresía con las que actúa el poder.

“Pero decir: la vigilia contra el sueño era ya reingresar en la dialéctica, era corroborar una vez más que no había la más remota esperanza de la unidad” (Cap. 56; Rayuela). Hace algún tiempo manifesté mi pesimismo al “bloque de unidad”, basado en los abundantes antecedentes históricos y fundamentalmente, debido a la calidad de políticos que desde hace cuatro décadas insisten en asumir un “liderazgo” que les ha sido esquivo, mismo que no han podido consolidar en todo ese tiempo.

Así pues, la propuesta de “candidato único” nació muerta. Los eternos candidatos iniciaron tempranamente una carrera rumbo al despeñadero, valiéndose de estrategias basadas en el insulto, la descalificación, difamaciones y un florilegio completo de denuncias de corrupción de ida y vuelta. El “pacto de caballeros” jamás alcanzo tal cualidad, por el contrario, mantuvo a los “líderes” del bloque bajo ataque y crítica desde diferentes frentes, mostrando una vez más el verdadero rostro de la política boliviana.

Lo que terminó ocurriendo era bastante previsible. Un par de encuestas desestructuraron completamente la tan debilitada y golpeada unidad y dejó a Jorge Quiroga (Tuto), como dirían mis amigos españoles: “con el culo al aire”. Ni la experiencia de décadas le sirvieron para controlar el ataque de pánico que lo invadió tras conocerse los resultados desfavorables. En su desesperación recurrió al asesoramiento de aquellos “viejos aliados” de los que se rodea, hombres de confianza que continúan mirando la política con prismas de la década de los años noventa del siglo pasado.

La argucia legal con la que intentaron convencer al electorado se cae por su propio peso, el intento de manipular a la intuición resultó ser más complejo de lo que en apariencia debía ser para la astucia y sagacidad de “políticos septuagenarios” que, probablemente llevaron al “líder omnipresente” a cometer su último y más grosero error en la larga trayectoria política, costándole la actual elección.

Tras no querer reconocer un acuerdo que desde su origen no estaba dispuesto a cumplir, Tuto resultó ser una opción poco confiable. No existe forma alguna de justificar la monumental metida de pata, mucho menos la insensatez con la que continúa actuando, atacando e increpando a los que fueran sus eventuales aliados, aumentando el despropósito de su acción y confiando en el “poder gubernamental” contra el que decía combatir, para que vengan a salvarlo mediante la inhabilitación de su principal adversario.

Las sobre reacciones se pagan caro. En la política boliviana es habitual ver al fuerte, al “líder”, al actor hegemónico de los partidos sobreexcitarse ante la más mínima amenaza, generalmente porque tiende a sobrestimar sus propias capacidades. La “casta política” (como los llamaba Antonio Escohotado), miente siempre. La política se ha convertido en el arte de la mentira y el engaño, atrás quedo eso de “la política es el arte de lo posible”. La política saca lo peor de las personas: la política moderna es una charca de aguas ponzoñosas donde chapotean los peores elementos de la sociedad, por lo que se debe trabajar incansablemente para limitar al máximo sus poderes, controlarlos con bastante celo y garantizar que la independencia de los poderes se cumpla.

Resulta imperativo establecer que deben ejecutarse procesos de radicalización social para recuperar la institucionalidad. La población y la ciudadanía lucha no, por un político, no por un frente único o líder único, lucha por un gobierno que dé respuesta a sus aspiraciones en el marco de la institucionalidad y el respeto a las leyes. La población no lucha por propuestas vacías que buscan únicamente transferir el poder de un grupo a otro.

Tomemos en cuenta que: “Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo” (Julio Cortázar). Que el desánimo y la frustración no minen nuestro espíritu y cambien nuestra manera de pensar, no nos olvidemos que: “Estamos acostumbrados a ver al poderoso como si se tratara de un gigante, sólo, porque nos empeñamos en mirarlo de rodillas y ya va siendo hora de ponerse de pie”.

  • CARLOS MANUEL LEDEZMA VALDEZ
  • ESCRITOR. DOCENTE UNIVERSITARIO. DIVULGADOR HISTÓRICO. DIRECTOR GENERAL PROYECTO VIAJEROS DEL TIEMPO
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