IGNACIO VERA
Los intelectuales de nuestro tiempo, a diferencia de los de ayer, tienden a exaltar lo nativo, lo vernáculo, lo subalterno y lo históricamente marginado. Y está bien que lo hagan, si lo consideran provechoso. Pero haciendo eso lamentablemente tienden a caer en falacias y simplismos acríticos que debilitan sus argumentos, unos que, por estar en perfecta sintonía con las modas políticas del momento y lo políticamente correcto, logran cautivar con pasmosa facilidad a las masas lectoras —generalmente acríticas y eufóricas— que consumen su literatura.
Uno de los tópicos más trabajados actualmente y que más polémica causan —y no sin falta de motivos— es el del racismo. Se dice, casi en coro, que el racismo es una forma de violencia discriminadora unidireccional; vale decir, que sola y únicamente puede partir de un sector privilegiado (el que lo asesta) hacia otro vulnerable (el que lo sufre). En torno a ese aserto ya generalizado, existen muy pocas voces críticas o disidentes, ya sea porque hay poca actividad crítica ante lo intelectualmente estandarizado y lo políticamente correcto, ya porque existe un miedo a ser rechazado por la masa por tener una opinión diferente a la del intelectual popular que teoriza por y para el subalterno.
Sobre el asunto anteriormente apuntado, pienso que el racismo no es privativo de un sector social únicamente. Si bien es evidente que se manifiesta mayoritariamente en un sector social (las élites tradicionales “blancas”, en el caso boliviano) y es sufrido por otro (la sociedad indígena), también lo es que en varios casos dignos de atención el racismo se manifiesta radicalmente a la inversa. Este racismo a la inversa puede evidenciarse, por ejemplo, en los dichos y escritos de diferentes políticos e intelectuales aimaras, como Felipe Quispe, David Choquehuanca o el adalid teórico y político del indianismo desde hace muchas décadas: Fausto Reinaga. ¿Dónde está su racismo, cuáles son sus características o cómo se manifiesta? Sobre esto podría hacerse un estudio comparativo minucioso, pero digamos que en general todos ellos hablan de la indianidad como un elemento de superioridad, como una cualidad ad hoc de pureza, armonía, corrección y autenticidad y como un baluarte étnico-biológico que habría que cuidar para que no se mancille ni mezcle con la rémora de la blancura foránea, depositaria de todos los vicios que llegaron con la Conquista española. En conclusión, y al igual que los nacionalsocialistas respecto a la raza aria u otros grupos celosos de la pureza de su sangre, ellos tienen a la indianidad como un elemento de supremacía frente a las demás razas, depositarias de vicios, depravaciones y maldades.
Reitero que es indudable que la mayor parte de las manifestaciones de segregación y rechazo sociales de los indígenas bolivianos representan en realidad un freno, una defensa, una resistencia frente a las manifestaciones racistas de las élites tradicionales, pero tampoco lo es que la sociedad indígena no está eximida de ser racista y discriminadora con quienes no poseen sus mismas características fisionómicas, somáticas y fenotípicas. Que Choquehuanca se refiera en sus discursos públicos a su —pretendido o verdadero, eso no importa— rancio abolengo inca, que Quispe hable de la corrupción de la nación aimara cuando ésta convive con la sociedad blanca y de la creación de centros universitarios para indios solamente y que Reinaga proponga el arrinconamiento progresivo y la eventual eliminación física del blanco para la indianización del Estado (Estado que, según su obra cumbre, La revolución india, es una rara mezcla del Tawantinsuyo con los adelantos de la tecnología occidental), donde no existen más ya la maldad y la decadencia, son pruebas irrefutables de que el racismo puede tener un flujo de relación inverso y diferente al que se conoce ya por todos. Y no solo de que puede tenerlo, sino además de que existe en nuestra realidad. Así, no es imposible que el no-indígena pueda también ser discriminado por su cultura eurocentrista, su blancura cutánea, su idioma, su fenotipo, etc.
En esta nuestra sociedad racista y racializada, hay personas de raigambre indígena (una reducida minoría, eso sí) que no reniegan de su condición indígena y jamás se esfuerzan por “blanquearse”, sino que, al contrario, se sienten altivas por su ascendencia originaria, enaltecen la indianidad, profesan la superioridad de su sangre y evocan con nostalgia ciertas estirpes y abolengos del extinto Imperio inca o de los señoríos collas. Estas son pruebas palmarias de que el racismo no es privativo de los grupos tradicional e históricamente dominantes y de que puede estar también muy internalizado en el espíritu del subalterno boliviano.
IGNACIO VERA DE RADA
Politólogo y docente universitario
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21