IGNACIO VERA
Recuerdo que, hasta hace unos quince años, mi abuela llegaba a las ocho en punto de la mañana de la misa dominical con llauchas y el periódico del día en manos, y los colocaba en el velador de la habitación donde dormíamos con mi papá. El diario que ponía en la mesita de noche era un gordo compilado de muchas hojas, grueso, pesado e incómodo de manipular debido precisamente a la gran cantidad de papel. Al punto mi padre lo levantaba, lo descomponía en separatas, fascículos y suplementos, y recién así comenzaba a leer sosteniendo cuerpos ya más delgados. Era, pues, el domingo el día de la semana en que los diarios eran más voluminosos y tenían más contenidos, entre noticias, reportajes, avisos necrológicos e incluso publicidad.
El anterior domingo, también luego de la misa dominical, compramos el periódico porque se había publicado la columna semanal de mi padre. Pagamos al canillita un precio no menor al que solemos pagar casi todos los domingos, pero en cambio recibimos un compendio de páginas mucho más reducido que en aquellas épocas, casi como el de un folleto o una gaceta. No era nada muy nuevo, pues ello viene sucediendo desde hace unos cuantos años, sobre todo desde la pandemia del coronavirus, evento que alteró varios aspectos de la vida de los seres humanos, tal vez para siempre.
¿Qué le sucederá al periodismo impreso, que es muy caro (querido) para muchos que amamos el papel entintado? Durante mucho tiempo, tal vez sin mucho fundamento y para autoconvencerme de que no sería realmente así, me resistí a creer que el papel impreso de los periódicos desaparecería con el paso del tiempo. Ahora bien, hoy tampoco puedo afirmar rotundamente lo contrario, pues el futuro siempre es un enigma. Sin embargo, la tendencia hasta el momento es muy clara: el papel impreso de los periódicos puede tener sus años contados.
No podemos no ver la historia y negar que existen tendencias que, si no los predicen, al menos sí perfilan posibles escenarios futuros. Y una de ellas es la digitalización de los contenidos periodísticos e informativos, la cual está arrinconando al papel físico, porque va eliminando a los potenciales compradores de periódicos impresos. Este fenómeno arrastra otro fenómeno que es adverso para la sostenibilidad financiera del periodismo escrito: la pérdida de ganancias para los diarios debido a la posibilidad que ahora tienen los lectores de informarse desde sus teléfonos inteligentes u ordenadores, sin pagar un céntimo. Lastimosamente, las políticas de suscripción a periódicos todavía no funcionan en países o sociedades con bajos niveles de consumo cultural, como la nuestra. Por tanto, aquellos que no deseen pagar un monto de dinero para estar bien informados día tras día desde sus dispositivos digitales (que temo que son la mayoría), sencillamente se encogerán de hombros y preferirán ver videos en TikTok o Snapchat.
Pero el problema mayor, temo yo, tiene que ver no con los potenciales lectores de noticias que no estén dispuestos a pagar para estar suscritos en un medio, sino con los haraganes a quienes lo último que les podría importar es estar bien informados. Es que las redes sociales, con contenido útil pero también embrutecedor, están modificando la rutina de los seres humanos, sobre todo la de quienes carecen de sentido crítico y autocontrol y dedican cada vez más horas de sus días al improductivo y mecánico ejercicio de deslizar el dedo gordo de la mano para ver más y más contenidos carentes de valor intelectual o instructivo, contenidos que están cuidadosamente direccionados y segmentados por algoritmos que procesan millones datos de una manera que ni imaginamos. Mientras más contenido estúpido ves, más contenidos de ese tipo envía el algoritmo a tu pantalla, y más te envicias de la banalidad. Y mientras más vicioso eres de lo trivial, más pierdes tu instinto racional e individualizador (te conviertes, en palabras de José Ortega y Gasset, en un individuo-masa).
Estos fenómenos pueden estar firmando el acta de defunción del periodismo impreso. Ahora bien, no creo que esto quiera decir que el periodismo escrito tenga que desaparecer de la faz del mundo (lo cual, creo, sería un verdadero signo distópico). Lo que puede querer decir es que, como ya ocurrió en incontables ocasiones, el ser humano tendrá que idear maneras de adaptarse y adaptar su trabajo de acuerdo con la nueva realidad; en este caso, reflexionar cómo el periodismo escrito podría migrar a otras plataformas y llegar a millones de lectores, siendo sostenible e incluso lucrativo, pues los buenos periodistas que van tras la verdad de los hechos, como durante las épocas doradas del papel impreso en el mundo, deberían estar siempre muy bien remunerados.
IGNACIO VERA DE RADA
Politólogo y docente universitario
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21