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DIEGO AYO
Siempre me llamó la atención un ensayo sobre Hitler y su libro Mi lucha que leí hace tiempo. La tesis defendida era simple: Mi lucha es un manual de cómo ser orgullosamente estúpido. Y no lo digo exclusivamente por culpa del libro y su autor, lo digo señalando a quienes se contornean de gozo al comprender el contenido vertido. Lo entienden a la perfección y se sienten inteligentes.
¿Por qué lo logran? Porque no hay cómo no entender el conjunto de frases lastimeras repetidas a cada página: “los judíos son la escoria de la sociedad”, “somos una raza privilegiada”, “Alemania (está) sobre todo”. ¿Qué puede significar esta verborrea tan elemental? Simple: la lectura ha sido debidamente convertida en una sesión de cachascán contra judíos, gitanos, discapacitados. En la página 6 aplaudes, en la 135 identificas por trigésimo-séptima vez a los “enemigos”, en la 280 quieres escupir al autor o escupir algún judío (depende de tu orientación) y en la 352, bates palmas al terminar esa terapia de cantina que baila frenéticamente al ritmo del odio y la venganza.
Hago este recuento para conocer el poder omnipresente de la estupidez. Trump enardecía a un país acusando a los demócratas de ser pedófilos. Precisamente Edgar Maddison, republicano de corazón, fue a escarbar en una pizzería en Carolina del Norte buscando a la red de pedófilos “administrada” por los militantes de la candidata presidencial Hillary Clinton. En el sótano de dicha pizzería encontró una cárcel con 29 niños aprisionados. ¡Se convirtió en un héroe republicano al salvar a esas criaturas de las fauces infanto-sexuales de algunos demócratas mal nacidos! Obviamente no era verdad. El patológico consumidor de las más reputadas teorías de la conspiración sólo encontró tomates y queso, mucho queso, rellenando el depósito. Se lo juzgó castigándolo con cuatro años de cárcel.
¿Más hitler-pizzeros? Muchísimos más. ¡Por montones! Ávidos de escuchar alguna sandez facilona que devuelva el sentido a su vida. He ahí los no menos populares integrantes de QAnon invadiendo la casa presidencial, el ultraconocido “asalto al Capitolio” comandado por un grupo de perlas que aseguran que Trump viene librando una guerra secreta contra aquellos medios de comunicación estadounidenses enamorados de Satanás. Y no es el Satanás del carnaval de Oruro que se disfraza de diablillo para chupar a gusto. Son un montón de adoradores celestiales que prometen ajusticiar a Hillary y a una larga fila de pecadores sexuales, penosamente excitados con wawas y púberes sueltos.
¿Y qué tiene que ver todo esto con Jorge Tuto Quiroga y Carlos Mesa? Para redondear la idea un poco, ¿nos acordamos de Choquehuanca promoviendo la lectura en las “arrugas de los viejos”? El mensaje era simplón: “lean en las arrugas y no hagan caso de esos q’aras que se hacen los capos leyendo libritos”. Bueno, la segunda parte es mi cosecha que, a decir verdad, no es tan complicada de obtener: Choquehuanca buscaba la contraposición odiosa de Hitler: “los judíos nos destruyen”, aquella republicana: “los demócratas son unos enfermos mentales que quieren violar a nuestros niños republicanos”, y esta última de QAnon: “Dios nos va a salvar de estos medios y empresarios”. ¿Y el actual vicepresidente? “Esos q’aras nos desprecian y se burlan de nosotros”. Golazos rápidos y emotivos.
¿Y el Tuto y el Mesa? Piensan, disertan y elaboran ideas. He ahí su error. Mientras el hualaycho está convocando a “defendernos de la quinta guerra mundial y el Covid inventado por el Imperio para eliminarnos” (véase a don Evo Morales), este par de señores comete la terrible falta en política de hacer trabajar sus cerebros. Es preciso que haya gente formada, pero si quieres ganar una elección también se requiere copiar a esa surtida prole de pelotudos. A los políticos ignorantes los debes capacitar en el programa electoral y de Gobierno, pero a los inteligentes debes capacitarlos en la bulla, el alarde, el lloriqueo. Ergo: los debes pelotudizar con urgencia. Esa es la condición ineludible para ganar una elección…