Partidos políticos y partidos de fútbol

JORGE ESPAÑA

La verdad es que, conceptualmente, política y fútbol comparten mucho en común: sufrimiento, emoción, fanatismo y la identificación hasta la médula con algo que, a pesar de que ni como hincha o militante el individuo interviene como actor, porque no es ni candidato ni jugador en la cancha; sin embargo, le es tan propio como su más íntima y sensible esencia identitaria de su profundo ser, por alteridad emocional principalmente y sobre todo en época de elecciones y el día del partido.

Pero es algo más que eso, porque además el individuo en esencia forma parte de manera tan elemental de algo más grande, en una relación oposicional, diferenciadora, distinguidora y negacional del otro. Así, se tiende a percibir y se distingue autoafirmándose y manifiesta: “yo soy de Derecha”, “yo soy de Izquierda”, “yo soy liberal, “yo soy conservador”, “yo soy del Tigre”, “yo soy del Bolívar”. ¿Y tú, de cuál eres?

Mamíferos, gregarios, viscerales y tribales por esencia, por siempre son los seres humanos. Buscan confundirse con la muchedumbre a la que deciden pertenecer, a la que también deciden pertenecerle y se enajenan voluntariamente. Dejan de ser uno para convertirse en una partícula social que suma a la totalidad, para todos convertirse en algo diferente a especie, se convierten en legión, en clan, en Club o en Partido Político. Enarbolando preferencias y diferencias con enorme fervor religioso. Porque es así, primero el individuo deja de ser una persona que se piensa a sí misma en el solipsismo cotidiano. Un buen día, se despoja de los ropajes habituales y se atavía de los colores que le distinguen, por supuesto, de todos los demás colores. Se asume y espera que lo asuman los demás.

Un buen día de esta autoafirmación por lo que es, pasa a la relación dialéctica de oposición destructiva y comienza la entropía social ¡Eres liberal! ¡Eres comunista! ¡Eres zurdo! ¡Eres conservador! ¡Eres progresista! ¡Eres de derecha! ¡Eres de izquierda! ¡Eres un facho! ¡Eres del Bolívar! ¡Eres del Tigre! ¡Eres de otro equipo! ¡Qué diablos importa lo que seas!, lo importante es que tengas una etiqueta en la frente como el signo de la bestia y que no estemos de acuerdo en algo, en parte o en todo.

En ese mismo ser diferenciado, llevan como estandarte pendones de guerra sobre el corazón, el emblema que todos los demás reconocerán, porque se requiere del simbolismo que como un tótem inspira a quien lo lleva, con fuerzas místicas, esotéricas y telúricas.

Cuando se encuentra con sus pares, cuando va a la calle o ahora, como nunca antes, cuando se escamotea en las redes sociales, adeptos, militantes, fanes, partidarios, acólitos o simpatizantes se encolerizan, maldicen; llevan consignas, conjuros, diatribas, profiriendo amenazas como en una jaca neozelandesa. Se reafirma negando al otro en una taxonomía en la que ya se tiene a todos clasificados, a todos los demás y a uno mismo, como no puede ser de otra manera, como “lo mejor”.

Entonces, cuando se acompaña de quienes lo animan, de quienes lo arengan para el choque frontal, cuando encuentra convergencias con algunos y se tiene de frente al otro, trata de herir, lacera con expresiones dolorosamente ajenas a un ser racional, grita, hace cánticos, se musicaliza en formas tan imaginativas como absurdas y menta a la madre del otro una y otra vez, tal como si ella tuviera alguna culpa de haber traído al mundo a un hijo del otro bando. A veces también hay enfrentamientos con los puños, con palos, con petardos, con sillas azules volando por los aires. Porque el fanático se inflama, se incendia y enardece el ambiente por simple contacto ignífero, como un fósforo cuando se roza por la cabeza contra una superficie seca y áspera.

Luego cuando se libra “su batalla cultural”, cuando sale del resultado el pobre viandante, sufre con la derrota como si hubieran sido derrotados todos juntos con él, todos sus sueños, como si le hubieran arrebatado el mañana, como si él hubiera jugado el partido por cada uno de los 11 jugadores o por su favorito; como si él hubiera sido derrotado en las urnas de votación como el candidato que nunca fue; como si le hubieran despojado del Santo Grial o de la última gota de dignidad que tuvo por un tiempo.

Y cuando gana, celebra la victoria con una locura inusitada, desmedida; llegando al paroxismo como Maradona en Rusia 2018. Entonces le retorna la sonrisa, el alma vuelve al cuerpo, calienta de nuevo el sol por la mañana, todo se vislumbra hermoso, diáfano y completo a su alrededor. Abraza y saluda, camina erguido, henchido el pecho de orgullo. El fracaso es huérfano, el éxito tiene muchos padres.

De pronto es lunes, un día más del tiempo de la contabilidad del año, de un marcador con el resultado del partido de fútbol, de los resultados del partido político en las urnas de votación.  Se tiene que decantar en un retorno al cauce normal de la parsimonia y de lo monótono; pero ahí está el individuo, llevando debajo de su camisa el uniforme como Superman, para cuando tenga que entrar en acción, para tener algo en común con el semejante y para poder librar más batallas culturales, en la siguiente, en la próxima; como Sísifo subiendo su roca, pero alegremente a la cima de la montaña para verla rodar otra vez.

Así también, la democracia se convierte en un partido de fútbol, el militante como el hincha, prefieren anularse para percibirse y encarnar en forma lúdica en su representante, en el candidato al que solo le falta un “10” en la espalda y por quien es capaz de enfrentarse en horda al otro.

Trata de encontrarse o reflejarse en su carismática forma de dirigirse a todos, de expresar sus posiciones, en su vida privada y en cada una de sus palabras como si fuera uno de los dioses del Olimpo. Se transfiere en forma pueril a su héroe; como cuando jugábamos de niños. Se aliena hacia el candidato como lo hace con el mejor jugador, como un referente ético, como un bastión intelectual y hasta como un gurú espiritual de quién más de uno hasta con su nombre bautizará a alguno de sus hijos poniendo en conflictos al oficial de Registro Civil.

El candidato en cuestión no puede ser cuestionado, no es oponible; sería una herejía y un sacrilegio hacerlo: Milei, Morales, Maduro, Castro, Chávez, Bukele, todos son superhéroes. La mayoría decide, porque la voz del pueblo es la voz de Dios.

¿Programa de gobierno? ¿Políticas de Estado? ¿Principios ideológicos?

¿Quién los necesita a la hora de elegir por el futuro de toda una Nación?

Yo ya deposité mi voto, ahora que el otro haga su trabajo de gobernarme que yo no sirvo para eso.

Por cierto: ¡El domingo hay clásico! ¿Vamos al partido?

JORGE ESPAÑA LARREA
Abogado. Sociólogo
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21