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CARLOS LEDEZMA
El bombardero B-29 “Bockscar”, apodo con el que el oficial Charles Sweeney había bautizado su nave en homenaje a su amigo Fred Bock, sería el encargado de poner punto final a la Segunda Guerra Mundial el 9 de agosto de 1945. Esta aeronave de largo alcance y gran envergadura, fue seleccionada para llevar adelante una de las tareas más importantes de las historias bélicas de la humanidad, el lanzamiento de la segunda bomba atómica sobre la ciudad japonesa de Nagasaki, que forzó al gobierno nipón a deponer las armas y firmar su rendición tal como había ocurrido con Alemania en mayo del mismo año.
El Proyecto Manhattan dio inicio a finales de la década de los años treinta, ante el peligro de que el ejército alemán estuviese desarrollando armamento nuclear, tal como el físico húngaro Leo Szilard, había hecho conocer al presidente de los Estados Unidos Franklin D. Roosevelt a través de una carta en la que le advertía acerca del potencial que implicaba el uso de la energía nuclear desarrollado por Alemania.
Sin embargo, no cobraría relevancia hasta el año 1942, tiempo en el que bajo supervisión del Ejército Norteamericano se conformó un equipo de ingenieros a la cabeza del científico Julius Robert Oppenheimer, quien sería el encargado de reunir a los más brillantes hombres de ciencia de la época, entre ellos Niels Böhr, Enrico Fermi, Heisenberg Werner, Pauli Wolggang o Max Born. En aquellos momentos, lo que nadie conocía era qué tan avanzado estaría el proyecto nuclear alemán, por lo que debían marchar a toda prisa.
La primera bomba que empezaron a desarrollar era un arma de fisión del tipo pistola de plutonio, en la que utilizaban plutonio-239, que se fisiona al ser bombardeado con neutrones, liberando una enorme cantidad de energía. El riesgo se presentaba era su alta radioactividad y una concentración de plutonio-240 que lo hacía inadecuado, por lo que se vieron obligados a abandonar ese diseño. Comenzaron con otro de tipo implosivo en el que la masa crítica se conformaba en menor tiempo, debiendo reorganizar el laboratorio de Los Álamos (Nuevo México) y ponerse a trabajar inmediatamente con Uranio-235.
Tras varios años de investigación, finalmente lograron desarrollar las primeras tres armas nucleares de la historia. La primera de ellas de nombre “Trinity” fue detonada en el desierto de Alamogordo –una zona desértica en el Estado de Nuevo México–, la madrugada del 16 de julio de 1945. Esta primera explosión no mató a nadie, pero fue la fase de prueba y culminación del denominado Proyecto Manhattan que se presentaba al mundo luego de permanecer desarrollando sus actividades en secreto.
La guerra en Europa había cesado el 7 Mayo de 1945, aunque Japón, resultaba ser el único país de las “potencias del eje” que continuaba en guerra con los Estados Unidos. Después de “Trinity”, el bombardero B-29 bautizado como “Enola Gay”, sería el encargado de lanzar la segunda bomba nuclear de nombre “Litle Boy” en la ciudad japonesa de Hiroshima, el 6 de agosto de 1945, provocando una explosión cataclísmica de 16 kilotones y una columna de humo de 6 kilómetros de altura, quedando la ciudad devastada en unos pocos segundos. Tres días más tardes y ante el mutismo japonés, Nagasaki sería la segunda ciudad japonesa bombardeada con una potencia explosiva de 25 kilotones, lo que provocó una columna de humo de más de 12 kilómetros elevándose por el cielo, convirtiéndola en la segunda ciudad arrasada en cuestión de segundos. Finalmente se conoció acerca de la rendición definitiva del ejército de Japón y el fin de la Segunda Guerra Mundial.
El encargado de llevar adelante el Proyecto Manhattan fue el científico Julius Robert Oppenheimer, quien lograría transformar aquella novedosa teoría en el arma más temida de la historia de la humanidad, convirtiendo así a los Estados Unidos en la primera potencia en desarrollar armamento nuclear. La percepción del “padre de la bomba atómica” cambió con el correr de los años, convirtiéndose en uno de los críticos de su uso y siendo uno de los que más se opuso a la creación de la bomba de hidrógeno.
Una mente preclara, con la brillantez de los hombres llamados a cambiar el curso de la historia. Químico de profesión, se había Doctorado en Física en la Universidad de Gotinga en Alemania. Oppenheimer era uno de los más brillantes profesores de la prestigiosa universidad de Berkeley, lo que le permitió alcanzar el reconocimiento y notoriedad dentro del mundo científico. Después de que se detonaran las bombas, Oppenheimer no volvería a ser el mismo. En audiencia con el presidente Harry Truman comentó que: “sentía tener las manos manchadas de sangre”.
En una entrevista Oppenheimer recitó el Bhagavad-gita: “Si el resplandor de mil soles estallara de una vez en el cielo, sería como el resplandor del poderoso. Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos”. El Bhagavad-gita es un texto sagrado del hinduismo que forma parte del Majabhárata escrito durante el Siglo III a.C., lo que mostraba el interés que había tenido desde joven por la filosofía hindú.
Oppenheimer fue una figura compleja y fascinante, con una enorme pasión por la ciencia y profundo compromiso por la investigación, en los que exhibía una pertinaz reflexión filosófica, aspecto que lo llevó a cuestionar en reiteradas ocasiones las implicaciones morales y éticas de su trabajo. Su vida estuvo marcada por logros científicos sin precedente, pero también por controversias que pusieron a prueba sus más profundas convicciones.
El uso de la bomba atómica desde su creación ha desatado debates éticos y morales de toda índole, debido al temor de la carrera armamentística nuclear en relación a la responsabilidad que pueda tener la humanidad para evitar que se desate un conflicto de connotaciones apocalípticas. Es importante considerar las implicaciones de los avances científicos y la responsabilidad intrínseca que conlleva su manejo y probablemente, su uso.