Inicia un nuevo año escolar en Bolivia. Los padres corren estresados en busca de plazas para sus hijos en los colegios privados más prestigiosos o en los estatales más tradicionales. Las tiendas de zapatos abarrotan sus anaqueles con modelos colegiales. Los vendedores de material escolar ofertan todo tipo de cosas, desde carpetas simples, hasta laptops de alta tecnología. Los uniformes y mochilas llenan las vitrinas de los mercados populares y centros comerciales.
Lo paradójico es que mientras la mayoría de los progenitores, por no decir todos, están empeñados en gastar un dineral en insumos y mensualidades para, en teoría, brindarles la mejor educación a sus hijos, descuidan lo más importante en cualquier proceso de enseñanza: la malla curricular.
Los propios maestros del magisterio boliviano cuestionan la Ley Avelino Siñani, pues consideran que está destinada a inculcar una versión sesgada de la historia, obviamente, mostrando al MAS como lo mejor que le sucedió al país, y promover la ideologización por encima de la ciencia. Las críticas, evidentemente, son válidas y sólidas; sin embargo, yo me concentraré en una: el enfoque muy sobredimensionado de los recursos naturales que se les presenta a los niños y jóvenes.
En principio, los recursos naturales, per se, no son riqueza, mucho menos garantía de prosperidad y desarrollo. Bolivia, hoy mismo, con abundantes reservas de gas, oro y más de treinta pisos ecológicos, ocupa uno de los últimos lugares en Desarrollo Humano y los ciudadanos tienen que pasar todo tipo de humillaciones para conseguir combustible y alimentos. Ergo, las esperanzas puestas en el litio son, a lo mucho, un grupo de supersticiones, pues, como afirmó el gran Peter T. Bauer:
- La prosperidad a largo plazo le debe poco o nada a los recursos naturales—fíjense en el pasado de Holanda, gran parte de ella drenada por el mar ya para el siglo diecisiete; Venecia, un rico poder mundial construido encima de unas cuantas islas pequeñas de tierra lodosa; y ahora Alemania, Suiza, Japón, Singapur, Hong Kong, y Taiwán, para citar tan solo los casos más obvios de países prósperos con muy poca tierra y recursos naturales, pero evidentemente no carentes de recursos humanos.
Nótese el punto central en la definición de Bauer: las personas como factor clave en la prosperidad. Sucede que los seres humanos nacemos con algo llamado creatividad, o, en terminología económica: Función Empresarial, que es la capacidad de emprender y solucionar problemas en los más diversos campos. No obstante, para que el talento humano funcione se requiere condiciones de competitividad, que no son nada más que un grupo de sistemas institucionales que garantizan el respeto a la propiedad privada.
Donde existen garantías para la propiedad, pues, el capital será generado localmente o atraído del exterior, y si la tierra es escasa, la comida será obtenida mediante el cultivo intensivo en tecnología o mediante la exportación de otros productos. Por ejemplo, ahora mismo, Holanda es conocida como Reina de las flores, y no precisamente por la abundancia de recursos naturales y climas favorables, sino porque el país ofrece certidumbre a los productores.
El crecimiento de la horticultura ornamental se atribuye a menudo a la innovación de productos y métodos de producción, siendo las empresas especializadas en la selección y el mejoramiento las que contribuyen a ello en gran medida, en resumen, talento humano.
Adicionalmente, las empresas holandesas, que, en su gran mayoría, son emprendimientos familiares, gozan de los Derechos de obtentor, una garantía para que el dueño pueda multiplicar, producir y comercializar su variedad de flores. Note la diferencia respecto a los valles bolivianos (Chuquisaca, Tarija y Cochabamba) donde, a pesar de las favorables condiciones climáticas, la floricultura es casi inexistente, y la poca que hay se debate por sobrevivir en medio de un país convertido en un caos de miseria y desorden.
A modo de conclusión, la riqueza de las naciones no depende de su extensión territorial, menos de su abundancia de recursos naturales, sino de las condiciones favorables a la libertad y la competitividad.
- HUGO BALDERRAMA FERRUFINO
- ECONOMISTA, MASTER EN ADMINISTRACIÓN DE EMPRESAS Y PHD. EN ECONOMÍA
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