LUIS ANTEZANA
Todavía más. En vista de que el gobierno de Melgarejo daba muestras de no querer cumplir con las reglas internacionales para este tipo de problemas, movilizó su ejército y comunicó que dictó un ultimátum, según el cual, si en plazo determinado, no era escuchado, declararía la guerra a Bolivia e invadiría territorio boliviano, como forma de responder al agravio.
En efecto, en medio de la expectativa popular y ante las autoridades diplomáticas de Lima, a medio día de esa fecha, Melgarejo, en forma humillante, encabezando su “ejército invencible de Diciembre”, rindió honores y pidió disculpas al de Perú, ante los emblemas peruanos y todo el cuerpo diplomático. A la vez, debió pagar por los daños y perjuicios ocasionados por la invasión.
No pasó mucho tiempo, y todos los pueblos de Bolivia se manifestaron contra el déspota en una cadena de rebeliones y movimientos de resistencia, creando un ambiente general de oposición, que culminó con una situación revolucionaria. Entonces, a fines de 1870 se rebelaron los pueblos de Potosí, Santa Cruz y otros, a donde Melgarejo marchó en persona para dominarlos a sangre y fuego.
Cuando el autócrata festejaba su victoria en Potosí, a sus espaldas se levantó el pueblo paceño, se armó y organizó un ejército. El tirano, seguro de que triunfaría sobre el pueblo paceño, que marca el destino histórico de Bolivia, llegó la mañana del 15 de enero de 1871, a la ceja de El Alto y miró con desprecio a la ciudad cubierta de densa niebla y ordenó el bombardeo a La Paz y el avance de sus tropas para ocuparla como botín de guerra.
Ese 15 de enero de 1871, hace 142 años, La Paz se convirtió en campo de batalla, al mando el coronel Hilarión Daza, y al atardecer, ante la ofensiva del sátrapa, empezó a incendiar la ciudad a partir de la plaza de San Francisco y alrededores, para no dejar pasar a los atacantes, mientras Melgarejo, batiendo palmas, esperaba la victoria, en una casa de la Plaza Alonso de Mendoza.
Pero, hacia las 8 de la noche, el indomable pueblo paceño pasó a la contraofensiva, arrolló y puso en fuga al ejército del tirano, el que, por lo demás, desertaba. Esa noticia lo obligó a fugar a El Alto y, enseguida, hacia el Desaguadero, a donde llegó a galope tendido toda la noche. En la mañana, perseguido por miles de campesinos que lo cercaban y deseaban recuperar la propiedad de sus tierras, se salvó de morir, defendiéndose a sablazos.
LUIS ANTEZANA ERGUETA
Escritor e Historiador
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