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MAGGY TALAVERA
El 15 de mayo cumplirá veinticinco años. Dos décadas y media de una vida llena de luz. Una luz que irradia desde la boca y no desde los ojos. Su pelo largo, lacio y unos hilos dorados que le dan un brillo especial. Hoy más delgada y más madura que hace ya 11 años. Claro, cómo no. María Nazareth tenía 14 años cuando la conocí. Recuerdo haberla recibido en el estudio de Marítima, con un asombro que se transformó en admiración al escuchar su voz.
Imposible no admirar a la mujer en la que se ha convertido María Nazareth. Privada de la vista desde sus dos años, pero no de la extraordinaria capacidad que tuvo desde entonces para soñar y realizar sus sueños, ha logrado superar innumerables límites y alcanzar logros que muchas personas no consiguen, pese a las ventajas que gozan al no tener ningún tipo de discapacidad. Una constatación que me hizo pasar de la admiración a la glorificación.
Glorificación en el sentido que le da la Real Academia Española: “Alabanza encarecida que se tributa a algo digno de honor, estimación o aprecio”. Sí, María Nazareth es digna de ese tributo. Basta recorrer el camino abierto por una joven que desde niña fue capaz de vencer la ceguera, para tomar consciencia de lo extraordinario que son las metas alcanzadas hasta hoy: desde las logradas por su talento musical, como las obtenidas en lo académico.
Bachiller del Colegio Manos Unidas, ubicado en el Plan Tres Mil, en el que también está la vivienda que comparte con su madre de corazón, Eloísa Vaca, María Nazareth logró vencer todas las materias de la carrera de Comunicación Estratégica y Digital en la Utepsa, incluso las que parecían imposibles para una ciega (fotografía, producción audiovisual y otras), y se graduó con excelencia el año pasado. Hoy ostenta con orgullo su título universitario.
No fue fácil, por supuesto, y ella lo recuerda con serenidad. Tuvo que vencer obstáculos de todo tipo, tanto materiales como humanos, sobre todo durante la pandemia del COVID-19, cuando todo contacto o actividad se redujo al Zoom. No solo tuvo que lidiar con equipos y herramientas digitales no aptas para ciegos, sino también con personas incapaces de lidiar con quienes tienen alguna dificultad visual.
María Nazareth venció una a una esas dificultades. No solo por mérito propio, sino también con el apoyo y la guía de docentes capaces de superar, por su lado, las barreras impuestas por un sistema pensado casi exclusivamente para las personas que no tienen discapacidad. Ella recuerda de manera especial a su jefe de carrera, Juan Carlos Peña, que la alentó a no abandonar sus estudios, y su profesor de Fotografía, Luis Eduardo Arnez, entre otros.
Estoy haciendo un resumen apretadísimo de todo lo que le ha tocado vivir a María Nazareth en estos sus primeros veinticuatro años. Hay mucho más a destacar en su historia de vida, de la que ella rescata más alegrías que tristezas, gracias sobre todo a Eloísa que la alentó desde niña a desarrollar su talento musical, haciendo posible que grabara su primer disco cuando tenía solo siete años, y otros tres más a los ocho, nueve y 14 años.
Da para escribir un libro con esta historia de vida. A falta de ése, dedico este privilegiado espacio que tengo los domingos a compartir al menos un poquito de la extraordinaria vida de una joven que nos deja muchísimas lecciones, y que es inspiradora. Comienzo por las que recojo para mí, y que seguro pueden ser compartidas por muchos.
Una lección central: no hay obstáculo que nos impida realizar nuestros sueños, si somos pacientes y perseverantes. Menos aun si gozamos del privilegio de tener buena salud y los cinco sentidos funcionando a plenitud. Queda claro, sin embargo, por el testimonio de vida de María Nazareth, que no basta gozar de todos esos privilegios si carecemos del principal sentido: el sentido de la vida. Y ella, María Nazareth, sí ha sabido darle un sentido a su vida.