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CARLOS LEDEZMA
Cuentan las crónicas del 26 de enero de 1939, a la edad de 64 años, fallecía uno de los ilustres visionarios que había alumbrado Bolivia durante el siglo XX. Jaime Mendoza Gonzáles, médico de profesión, escritor y político, fue quien se había encargado de refutar al español Badia Malagrida, quien propugnaba por una nueva división sudamericana en la cual, era inminente la desaparición de Bolivia.
Mendoza respondió estableciendo tres espacios vitales en el territorio nacional, “el mar del sur”, que debía resolver el error histórico de haber abandonado de las regiones del chaco y los valles; “El Macizo Boliviano” que tenía el desafío de redirigir la economía minera y extractivista que se había encargado de monopolizar la identidad nacional en el corazón montañoso del continente; propuso además la “Ruta Atlántica”, extendiendo los caminos del desarrollo hacia el Oriente, constituyéndose en buena medida en la respuesta –que en justicia– debía brindársele a las regiones que habían sufrido el abandono y desatención del poder andinocentrista.
Un siglo atrás, entre 1831 y 1832, el naturalista Alcides D’Orbigny, había organizado una expedición por las tierras de Moxos y Chiquitos, reflejando en su informe aspectos relacionados con la economía, así como los aspectos sociales y de comportamiento de las sociedades del Oriente durante las primeras décadas de la República. Santa Cruz de la Sierra, un pequeño poblado que en sus alrededores trabajaba los cultivos de maíz, yuca, camote y arroz, en sus orígenes vivía bastante deprimida. Las construcciones en su mayoría precarias, constaban de apenas dos habitaciones, una para el descanso de la familia y la otra, para almacenar las provisiones. Por la zona conocida como el Paurito, se escuchaba el ruido proveniente de los animales de granja, que eran llevados para intercambiar los productos derivados.
Para aquellos años, la población de Santa Cruz de la Sierra y sus alrededores, bordeaba los 12.000 habitantes, mismos que se dedicaban a diferentes actividades manuales, existiendo una dinámica interesante entre artesanos, panaderos, hilanderos, que comercializaban e intercambiaban servicios y productos sin la intervención del Estado, asumiendo desde siempre, que el destino de estas regiones y de sus familias dependía únicamente y exclusivamente de ellos.
Este aspecto ha marcado a sangre y fuego la identidad del cruceño, inspirado en la estirpe de las comunidades indígenas guaraníes, chiquitanos, ayoreos y guarayos, que posteriormente fueron entremezcladas con las importantes migraciones llegadas desde Europa, gracias a lo cual fueron adquiriendo una forma única de trabajar, sentir, pensar y sacrificarse en torno a su visión de desarrollo que nada tuvo que ver con los intereses de un centralismo secante y discriminador.
Durante la década de los años cuarenta del siglo anterior, la cooperación técnica de los Estados Unidos envío una comisión encabezada por el economista Melvin Bohan. Este episodio poco recordado, es sin lugar a dudas uno de los más significativos en la historia de Bolivia. El “Plan Bohan”, fue la primera propuesta seria para el desarrollo del país en base a sus reservas naturales, planteando el fortalecimiento en los sectores vinculados a la agroindustria en el Oriente boliviano.
Tras el duro revés experimentado en las arenas del Chaco (1935), las secuelas del conflicto habían dejado una serie de problemas que los sucesivos gobiernos no alcanzaban a resolver. Una economía languidecente e incapaz de encontrar alternativas para su recuperación, carente de proyectos y políticas claras, un panorama desalentador que mostraba en la alternancia del poder una profunda crisis. En ese sentido, se recibía con entusiasmo la propuesta que a la postre, terminaría siendo el mejor ejemplo del desarrollo económico gracias al impulso y esfuerzo de la actividad empresarial privada y la poca participación del Estado.
Hasta 1950, Bolivia permanecería siendo un país dependiente de la minería, además de ser un país desvertebrado, lo que se traducía en una falta de abastecimiento de productos alimenticios en las regiones más vastas del país. Con el “Plan Bohan, se dio inicio a un nuevo enfoque en la economía y fundamentalmente en el Oriente boliviano, por lo que los Estados Unidos mostraron su interés por incorporar a Bolivia país dentro de los países aliados, negociando a cambio de su cooperación la provisión de estaño, materia prima fundamental para la producción de armas.
Las repercusiones se dejaron ver en las políticas implementadas durante la década de los años cincuenta, la redistribución de tierras, incentivos y créditos al sector agropecuario, un impulso significativo por integrar al Oriente a través de vías camineras, estímulo a la actividad migratoria. La distribución de tierras en el periodo comprendido entre 1953 a 1992, llegó a un total del 30 % en Santa Cruz, un 21 % en Beni y Pando considerada una región inhóspita y poco conocida apenas tuvo un 0,77 % del total de tierras distribuidas a nivel nacional.
El impulso otorgado por el gobierno de los Estados Unidos mediante la inyección de capitales, así como, la implementación de programas de cooperación y asistencia técnica, posibilitó que Bolivia pasase de ser un país monoexportador de minerales a ser un proveedor de productos de primera necesidad, con los que lograba cubrir la demanda interna y externa, convirtiendo a Santa Cruz durante la segunda mitad del siglo XX en el motor de la economía nacional, producto del fortalecimiento e incentivo de las actividades privadas que caracterizaron un modelo económico exitoso, que convirtieron a esa tierra de libertad en el destino preferido de extranjeros y nacionales en búsqueda de progreso y bienestar.
La “Marcha hacia el Oriente” fue el resultado de una serie de factores productivos y los valores que motivaron al empresario cruceño visionario, que arriesgo sus inversiones una y otra vez en su afán de cubrir las crecientes demandas del mercado nacional e internacional, mostrando su capacidad para innovar con buenas prácticas y responsabilidad social, lo que permitió el respaldo de instituciones privadas que fueron captando oportunidades y sorteando las barreras que comenzaban a crear desde el Estado.
En tiempos de crisis, es necesario mirar con detenimiento la historia y buscar respuestas en aquellos modelos que en la práctica se han mostrado eficientes, viables y sostenibles. El modelo de desarrollo de Santa Cruz es sin lugar a dudas el mejor ejemplo en la historia reciente del país, gracias al empeño y tesón de hombres y mujeres que dejaron de ver hacia Occidente en búsqueda de respuestas que nunca llegaba y decidieron comenzar a forjar su propio destino, con el empeño y compromiso de sus ciudadanos que aún conservan la esperanza, pensando siempre en un mejor mañana.