RODOLFO FAGGIONI
La flora precolombina ha jugado en el transcurso del tiempo, un capítulo importantísimo en el proceso de desarrollo en la agricultura europea y en la evolución de las costumbres alimenticias, y al mismo tiempo ha permitido descubrir nuevas facetas del carácter de Cristóbal Colón, personaje que aún hoy en día es muy discutido, y por muchos aspectos aún no identificado. No sólo navegante experto, sino hombre rico en intereses y en conocimientos culturales de valor histórico.
Se afirma que ha descubierto el territorio americano por casualidad errando el cálculo de la circunferencia de la tierra. Esta discusión continuará hasta el fin de los siglos. Pero lo cierto es que Cristóbal Colón, no cometió errores evaluando lo que vio en tierras que tocó durante sus cuatro viajes, observando especialmente a la naturaleza, a los productos del suelo y evaluando su importancia para cuando se hubiera “exportado” allá donde aún no eran conocidos. Productos de la tierra y de la creatividad del hombre, mucho más importantes que el oro que los reyes de España, así como todas las demás potencias de la época andaban buscando.
El diario de bordo del primer viaje de Cristóbal Colón en la sección preparada por el Padre Bartolomé de las Casas, se basa sobre una copia que los soberanos de España habían mandado hacer, traducida y preparada por Cayetano Ferro en una importante edición de la Editorial Mursia. En sus páginas hay anotaciones que se refieren a flores y plantas que eran características de esas tierras, peculiaridades de los productos, que de la naturaleza obtenían los que se había dado por llamarlos “indios”.
Las citas que se refieren a la flora o a cuanto está relacionada con ella, son menos de doscientas y revelan no sólo la curiosidad, capacidad de anotación, intuición sobre las perspectivas futuras, sino también una participación casi conmovida en todo lo que se iba descubriendo de este mundo desconocido. El rostro frío del navegante genovés que nos ha sido transmitido por las interpretaciones iconográficas, parece animarse revelando profundidades inesperadas.
Al citar una planta desconocida escribe: “no la sé reconocer y esto me produce la mayor pena del mundo”. Aunque antes de partir preparó un herbario, un muestrario de plantas europeas, para poder compararlas con la vegetación que hubiera podido encontrar durante sus descubrimientos.
Más adelante habla de “montañas llenas de árboles altos y frescos que era una gloria mirarlos”. Lo concreto del genovés comprometido en una empresa de gran significado político y económico, emerge luego, cuando escribe: “sobre el monte más elevado podrían arar los bueyes”, o indica la técnica de cultivo de raíces que después de rayadas servían a los indígenas para producir el pan que consumían. La referencia a la mandioca (yuca) es evidente. Y aún más, citando el hallazgo del algodón, lentiscos, oro, cobre y especies, anota una evaluación económica, escribiendo que “de esto es posible cargas cincuenta carabelas al año”.
Mucha importancia tuvo el descubrimiento del maíz, cuyo valor y perspectivas, el mismo Colón ilustró en 1498, apenas seis años después de su primer viaje, en un discurso que pronunció en Barcelona ante los reyes de España: “el maíz -explica el navegante- es una planta que tiene una espiga como una mazorca que he traído desde allá y hay … hay de esto mucho en Castilla, y éste alimento, cuidado de la manera más excelente es tenido como cosa de gran valor”. Sabemos de este modo por el mismo Colón, que apenas seis años después de su primer viaje, en la misma España se cultivaba ya “mucho” maíz.
Sabemos, por una carta del 15 de Febrero de 1493 a Rafael Saxis, tesorero del rey, traducción literal, de las “Cartas autógrafas e inéditas de Cristóbal Colón” impresores, “G. Daelli & Cía. Milán, 1863” que “todas las tierras son bellísimas y variadísimas y todas son accesibles y llenas de árboles de muy diversas formas y altos que parecen que tocan el cielo y creo que no pierden nunca sus hojas, según he podido juzgar, viéndolos tan verdes y tan bellos como son en mayo en España, estando unos con flores y otros con frutos y otros de otros modo, según su calidad y cantaban el ruiseñor y otras aves de mil especies, en el mes de noviembre y por doquier que yo iba. Y existen allí, palmas de seis y ocho especies estupendas de verse por su variadísima belleza; y allí hay miel y muchas especies de pájaros y frutas y hortalizas muy diferentes”.
En una de las preciosas páginas de la monumental obra histórica sobre el Almirante, el historiador y político italiano Paolo Emilio Taviani habla de un viaje y permanencia en Madera para comprar caña de azúcar de uno de los mayores empresarios agrícolas del lugar, por cuenta de un comerciante y constructor de naves genovés.
Los viajes que realizó por el Mediterráneo, a Inglaterra, a Irlanda, tal ves también a Islandia, a las Islas Canarias a lo largo de las costas atlánticas de África conocidas hasta hace aquel entonces, le permitieron no sólo de descubrir las Américas, sino también todo lo nuevo que ellas custodiaban en su patrimonio cultural.
Taviani cita el juicio del historiador español Ballesteros que afirma como nada escapaba a la observación sagaz del navegante. Describe minuciosamente los frutos de aquellas zonas desconocidas, hasta la forma de las plantas. Entre las coníferas distingue los pinos siempre verdes, semejantes a los de Europa y los pinos con fruto monocárpico. Encuentra los pinos siempre verdes en la costa septentrional de Cuba, cerca de las Sierras de Moa y contempla cerca de Baracoa el espectáculo de la presencia contemporánea de pinos y palmeras, espectáculo que ya había llamado su atención en la isla de Madera.
Colón, agrega Ballesteros, no se limita a registrar los hechos observados, los combina, indaga sobre relaciones entre ellos. A veces, llega con audacia a formular leyes generales que gobiernan los fenómenos fisicos.
En la literatura europea, la flora del Nuevo Mundo, hace resaltar este aspecto poco conocido pero bastante relevante de la actitud del navegante genovés, más conocido en el mundo por su actividad marinera, por su coraje y determinación, que por sus dotes intelectuales que participan y en cierto modo anticipan, el carácter del hombre del Renacimiento y de época moderna. El problema de la navegación tal vez no fue fundamental para él porque había intuido la importancia de la flora y de la madera.
A las intuiciones y a los descubrimientos del Almirante se debe atribuir también el conocimiento en Europa, del tabaco, de pimiento, de la patata dulce, del cacao, del tomate. Alguien, que pertenece más al campo de las tecnologías que al campo de la agronomía, atribuye también a Cristóbal Colón el descubrimiento de la goma, cuya utilización comenzó en Francia a mediados de 1700. Colón habla repetidamente en sus anotaciones de árboles que producen una “resina muy tenaz”.
Tras la huella de la empresa colombiana, Europa conoció después la patata común y los tomates que debían modificar de un modo profundo las costumbres alimenticias europeas.
La empresa de Colón abre una nueva era en la historia de la humanidad que encuentra testimonios especialmente significativos también en el sector de la flora, dando origen a una auténtica transformación de los cultivos.
Si el Mundo Antiguo recibe del Nuevo contribuciones importantísimas, otro tanto sucede al continente americano, cuyas características señaladas en parte por Colón y luego profundizadas por otros conquistadores, misioneros, aventureros, hombres de negocios, se revelaron tan favorables. Recordamos el cultivo de la caña de azúcar y del café originarios de Asia y Africa, que con el tiempo se convirtièron en productos típicos de las Américas que del viejo Mundo recibió la cebada, el centeno, los cítricos, la alfalfa, el plátano y el mango. Y además una contribución importante tuvo la fauna agrícola con la introducción de las cabras, cerdos y ovejas.
Este florecer de intercambios y de cultivaciones configuran el descubrimiento en una visual poco conocida pero de fundamental importancia con respecto a la evolución del mundo moderno del cual Europa ha dado testimonio con el sector dedicado a la flora americana. Este sector ha comprende sea la parte importada directamente por el navegante genovés, de la que fue descubierta después, por mérito de sus observaciones que estimularon la fantasía, el espíritu de empresa y de aventura de las generaciones europeas que le sucedieron en el tiempo.
De este modo Europa y América, son una síntesis expresiva de la relación entre dos continentes, que los enriquece con un aporte científico y original haciendo resaltar un aspecto decisivo del gran descubrimiento: una página poco conocida de la historia del mundo moderno abierta sobre la extraordinaria novela del hombre y el mar.
RODOLFO FAGGIONI
Periodista y Corresponsal en Italia. Miembro efectivo de Prensa Internacional
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21