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El 19 de Octubre de 1492, a una semana exacta de su histórico desembarque en la isla de San Salvador, Cristóbal Colón escribía así en su diario de bordo: “Aquí crecen muchas yerbas y plantas que podría tener en España gran valor para usos de tinturas y especies medicinales, yo pero no las sé distinguir y esto me produce la mayor pena del mundo”.
El médico Francisco Hernández enviado al Nuevo Mundo por el rey de España Felipe II, desde 1571 hasta 1577 empadronaba y describía más de 1.200 plantas medicinales, siete veces más de las registradas en la farmacopea europea de entonces por el médico griego Dioscoride. Actualmente una tercera parte de todas las substancias vegetales registradas en la actual farmacopea europea es de proveniencia americana.
En México, el cultivo, cosecha y venta de las plantas medicinales estában a cargo del Estado, Hernán Cortés contaba que cerca del mercado de Tenochtitlán (actual Ciudad de México), “había una calle donde se vendían únicamente yerbas, raíces y plantas medicinales”.
Los emperadores aztecas habían instituído grandes jardines botánicos dedicados exclusivamente al cultivo de las plantas medicinales, mucho mas ricos y mejor concebidos que los “hortuli” que se encontraban en los conventos europeos medioevales. El jardín botánico de Moctezuma I, uno de los más grandes de Tenochtitlán, suscitó la admiración de los conquistadores españoles que no habían visto nunca uno igual.
Las autoridades y la sociedad controlaban la actividad de los “curanderos”, y entre los aztecas un consejo de sabios vigilaba sobre los “médicos-indígenas” que en caso de repetidos insucesos eran condenados a muerte; igual suerte corrían los “médicos incapaces” entre los incas.
Esta selección aseguraba a la medicina indígena primitiva un indiscuso valor, sobretodo en la medicina terapeútica. No nos debemos sorprender si en esos tiempos los conquistadores tenían en gran cosideración la medicina local y preferían hacerse curar por los “médicos primitivos” hechando de menos a los enviados por los monarcas españoles.
Actualmente por su eficacia y popularidad muchas medicinas provenientes del continente americano siguen siendo usadas en la fitoterapia europea y son vendidas no sólo en la herboristerías sino en todas las farmacias bajo forma de pildoras, ungüentos y pomadas.
El febrífugo americano más conocido y más eficaz es sin duda alguna la quinina, alcaloide del grupo de la quinoleína que se encuentra en la corteza de la planta de quina. Los conquistadores españoles descubrieron sus propiedades en 1630, algunos años después fue exportada en Europa por iniciativa de los Padres de la Compañía de Jesús que controlaron por muchos años tanto el comercio como la venta. Era usada para todos los estados febriles; su acción antimalárica fue descubierta sólo en el siglo XIX. Otras moléculas de la quina como la quinidina y la hidroquinidina actualmente sirven para prevenir y curar las aritmías cardíacas.
La hojas de la coca, exportadas a Europa entre los siglos XVII y XVIII, estuvieron muy de moda entre la nobleza europea, sobretodo por sus efectos afrodisíacos. En 1860 venía aislado el alcaloide de la planta, la cocaina, y se inició de este modo la difusión de la droga, bajo forma de polvo blanco. Cinco años después en Italia se fabricaba el “Vino Mariani”, mezclado con extracto de coca que volvió eufórico incluso a un Romano Pontefice, se trataba de León XIII que confirió al inventor de tan singular producto vinícolo no sólo una medalla de oro sino que le dió el título de “Benefactor de la Humanidad”. A fines del siglo XIX, casi un centenar de bebidas que se consumían tanto en el mercado nord-americano como en el europeo, contenían un extracto proveniente de las hojas de coca.
Mientras eran evidentes los daños causados por el alcaloide de la coca -la cocaina- las propiedades de la hoja de la coca empezaban a suscitar el interés de los estudiosos. En el Hospital General de Viena, en Austria, dos jóvenes investigadores, el psiquiatra Sigmund Freud, futuro fundador de la psicoanálisis, y el médico oculista Carl Koller empezaron a estudiar los efectos de la coca y de la cocaina en la anastesia local, Koller la experimentó la primera vez en una operación de glaucoma que efectuó sobre el padre de Freud. La cocaina hacía su aparición también como anastesia total. Poco despuès se la usó en operaciones dentarias, de otorrinolaringología, de raquinestesía y abdominales. Actualmente la industrialización de la hoja de la coca es reconocida por sus altísimas virtudes médicas.
A inicios de 1595, durante sus exploraciones en la Guayana, Walter Raileigh notó que los indígenas cazaban pequeños mamíferos lanzando flechas envenenadas con una cerbatana. Se trataba del curaro, veneno inocuo si es ingerido y paralizante si es inyectado, proveniente de plantas de varias especies. Se empezaron a exportar a Europa sólo en 1780. Los primeros estudios científicos sobre las propiedades del curaro fueron iniciadas en 1789 en Florencia (Italia) por el médico Felice Fontana. En 1947 fue descubierto por el farmacólogo italo-suizo Daniel Bovet (Neucahâtel 1907 – Roma 1992) la “gallamina” el primer derivado científico del curaro que le procuró a Bovet el Premio Nobel de la Medicina en 1957. Actualmente son numerosos los experimentos que se están realizando con los derivados del curaro, confirmando el antiguo dicho que el veneno puede convertirse en medicina, como sabían muy bien los griegos ya que la palabra “pharmakon” significa tanto medicina como veneno.
También el tabaco es de orígen americano. Durante su primer viaje, los marineros de Colón vieron a los indígenas “producir humo de una yerba enrollada en la boca”. Los sacerdotes fumaban en continuación hasta tener la mente anublada para entrar en contacto con el mundo ultraterreno. Los misioneros naturalmente condenaron este uso indiscriminado y llamaron al tabaco “yerba del diablo”.
Fue un fraile a introducir el tabaco en Europa, se trataba de André Thevet que en 1518 llevó algunas plantas a la corte portuguesa. Tuvo grande acogida porque decían que sanaba de muchas enfermedades como la gota, dolores de cabeza y de dientes. Algunos años después Jean Nicot de Villemain embajador de Francia en Portugal, envió la milagrosa planta a la corte francesa donde Catalina de Medici, esposa del rey Francisco II sufría de emicranías dolorosísimas.
A fines del siglo XVI el cardenal Niccoló Tornabuoni la bautizó como “yerba tornabuona” y la introdujo en Toscana haciendo muchos prosélitos, tanto que el Papa Urbano VIII excomulgó a todos los fumadores sin conseguir ningún resultado. Los aristocráticos eran ávidos de tabaco en polvo, los embajadores lo llevaban a sus cortes, los reinantes los regalaban a sus súbditos, los médicos lo prescribían como remedio y poco a poco la “yerba del diablo” se dfundió en todos los cetos sociales.
El tabaco continuó su marcha triunfal dilagando de Oriente a Occidente y justamente en Oriente fue inventado el cigarrillo así como hoy lo conocemos por los soldados musulmanes de Ibraim Pasciá.
- RODOLFO FAGGIONI
- Periodista y Corresponsal en Italia. Miembro efectivo de Prensa Internacional
- *NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21