Las 2 caras de la migración venezolana en Bolivia: trabajadores e infractores

 

Trabajo duro y búsqueda de días mejores, en contraparte de  robos y agresiones, son parte de las múltiples facetas de la migración venezolana forzosa en Bolivia.  Al igual que en otros países con fuerte presencia de esa migración, los  incidentes con la población local empiezan a surgir generando  reacciones xenófobas y discriminatorias en contra de toda una comunidad que se esfuerza por lograr estabilidad y seguridad.

“No todos somos iguales. Sabemos que muchos venezolanos vinieron y hacen cosas malas. Pero, créame, no todos somos iguales. Son unos cuantos  y por ellos nos tratan mal a todos (…) no estamos en nuestro país y es muy difícil estar lejos, solos y sin familia”, afirma Jeferson,  migrante venezolano que se quedó en Bolivia luego de ser “rebotado” en Chile.

Ha pasado por Colombia, Ecuador y Perú. En esos países conoció el maltrato y desconfianza de la población local. Cuenta que allí lo miraban con temor u odio, porque  generalizaban los actos de algunos de sus compatriotas que se dedicaban a delinquir. Una situación que  genera la idea errónea de que los migrantes incrementan la inseguridad allá donde llegan.

Señala que en Bolivia aún esa percepción no es común, pero que ya empieza a sentirse.

Las denuncias y su incidencia

“Al principio vendían dulces, pero luego empezaron a pedir monedas. Cuando no se les daba, se ponían agresivos y con los días  empezaron a intimidar y maltratar, incluso físicamente, a otros vendedores ambulantes. Fue en uno de esos momentos en que algunos vendedores del lugar nos metimos y nos agredieron”, afirma S.T.M., una vendedora de los puestos aledaños al Obelisco, en el centro de La Paz.

Por lo ocurrido, tanto ella como el grupo de venezolanos fueron llevados a una estación policial, por riñas callejeras. En represalia, el grupo retornó, esta vez con armas blancas. Una vez más se hizo una denuncia, pero esta vez en la Felcv.

S.T.M. dice que después de  la última denuncia el grupo de agresores no volvió por el lugar.

P.M.A. trabaja en una oficina de la calle Colombia. Salía de su trabajo cuando un ciudadano venezolano se le acercó para pedirle dinero. Apenas había intentado sacar unas monedas de su cartera, cuando el hombre le puso algo filoso en la cintura y le sacó la billetera y también el celular.  Lo mismo le pasó a C.P.F., por la misma calle, hace varios meses.

Hace un par de semanas, un grupo de comerciantes locales y otro de venezolanos se  enfrentaron en una “pelea campal” en plena plaza San Francisco. Ambos bandos se acusaron  mutuamente por malos tratos.  Tras  el incidente, el grupo de venzolanos no volvió al lugar.

“Estos casos son más comunes de lo que parece, aunque no con ese nivel de violencia. Por lo general,  insultan cuando no les dan dinero o  ‘matan’ el cambio. Pero no son todos, son algunos y ya conocidos. La mayoría trabajan igual que nosotros, vendiendo de todo”, señala otra vendedora en El Prado.

“No solo pasa en el centro. En la zona Sur los vemos vendiendo sus postres, limpiando parabrisas o pintando calles. Algunos  piden dinero o beben en las plazas y son los agresivos. No son todos, pero por una mala experiencia ya se tiene temor a todos. No debería ser así, pero pasa”, comenta la presidenta de la Fejuve Sur, Maclovia Yujra.

“Es que uno nos hace quedar mal a todos”, afirma  Bridghit, una venezolana que llegó a Bolivia,  junto a sus hijas, hace 12 años. Arribó a Cochabamba sin nada y le costó años de trabajo duro el poder establecerse y ganarse el cariño y confianza de los bolivianos.

“Yo no puedo opinar de esta situación a fondo, si no desde el sector al que represento, que es el de los emprendedores en Cochabamba. Hay muchos venezolanos que vienen a delinquir, pero somos muchos  más los que nos esforzamos, trabajamos en diferentes rubros, vendemos… emprendemos. No es que delinquen por ser venezolanos o por ser migrantes, es gente como la que viene  de cualquier otro país o como la que también hay en Bolivia”, dice.

Los que delinquen son pocos

Según un informe de la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela (R4V),  publicado en octubre de 2021, el número de venezolanos que se vieron forzados a salir de su país asciende a 5,9 millones. De ellos, 4,8 millones se encuentran en América Latina y el Caribe.

Colombia es el país que alberga al mayor número de  venezolanos: 1,7 millones. Le siguen Perú con 1,2 millones,  Ecuador con 482.897 y Chile  con  448.138.

En Bolivia, según el “Monitoreo de flujo de población venezolana” de la OIM, se estima que hasta finales  de 2021 había alrededor de   18.940 personas migrantes y refugiadas venezolanas. Una cifra muy por debajo de las reportadas en los países vecinos.

Aunque Bolivia es un paso para grandes grupos de migrantes, no tiene cifras o estudios oficiales sobre la cantidad de desplazados que pasan o se quedan en el territorio nacional. Se desconoce su situación o el impacto que tienen en la economía, en la salud, en la cultura, en la  seguridad ciudadana  o en los índices de discriminación, xenofobia y vulneración de derechos.

Un estudio realizado por el Instituto de Políticas para la Migración (IPM) y la  Institución Brookings, con sede en Washington, descarta que la migración venezolana aumente la delincuencia en América Latina. Para establecerlo tomaron como muestra los tres países con mayor presencia de venezolanos: Colombia, Chile y Perú.

Los dos últimos, además de vecinos, son destino y origen de  las  grandes olas migratorias que pasan o se quedan.

“En Chile, solo el 0,7% de las personas acusadas de algún crimen eran venezolanas, mientras que los venezolanos representan el 2,4% de la población en ese país”, indica el estudio.

En Perú la cifra es similar. Solo  el 1,3% de los detenidos fueron extranjeros, mientras que los migrantes venezolanos representan el 2,9% de la población total.

“Algunas personas tienen la percepción de que los recién llegados están aumentando las tasas de criminalidad. Sin embargo, estas preocupaciones son en gran parte infundadas”, enfatiza el estudio.

En Bolivia,  desde el Servicio Jesuita a Migrantes (SJM), la asesora legal Gloria Plata  coincide con esta visión. Señala que en su atención  a la población migrante han visto casos  de agresividad y delincuencia, pero que estos se dan en una mínima proporción.

“Nosotros también fuimos afectados, pero los incidentes son contados.  Si hablamos de conductas  agresivas  podemos decir que de cada 100 migrantes que atendemos en el SJM, uno tiene este tipo de conflictos. Si hablamos de los que están involucrados en algún delito, el porcentaje es mucho menor. El indice es súper bajo”, afirma.

La trabajadora social del SMJ, Anabel Huarachi sostiene que detrás de estos comportamientos hay kilómetros de un viaje lleno de dificultades y desesperación por conseguir dinero para pagar un hospedaje o comprar alimentos. Indica que esta y otras tantas situaciones extremas son las que desencadenan conductas violentas o las que los orillan a la delincuencia.

“Nos ha tocado ver grupos que ya no solo pedían ayuda, sino que la exigían, y de forma muy dura. Tal como pasa cuando piden dinero en la calle. Esto encendió las alertas de las instituciones que brindan apoyo a esta población porque por temor se pueden cerrar las puertas de ayuda”, comenta Huarachi.

Indica que como parte de su labor tuvo que trabajar con ellos y  confirmó que en casi todos los casos la conducta agresiva es fruto de la desesperación y el cansancio. “No buscamos justificarlos, pero sí entender la dura historia que traen por detrás”.

Plata recordó que la migración venezolana está conformada por personas o familias enteras que se vieron obligadas a salir de su país por la falta de condiciones, trabajo, alimentos y otros. Advirtió que este éxodo o desplazamiento forzado, que causa  impacto a toda la región, empieza a tomar  nuevas características en Bolivia.

“Nuestra calidad de país  de tránsito o expulsor de migrantes está cambiando a receptor. Antes el destino era Chile o  Perú, pero por como han sido rebotados de estos países, han encontrado en Bolivia la estabilidad que estaban buscando para asentarse. Este año ya hemos visto  familias íntegras que  ven al país como un lugar seguro, donde son libres y  pueden alimentar a sus hijos”, añade.

//FUENTE: PÁGINA SIETE//