ANTONIO SARAVIA

Hagamos un esfuerzo por terminar el año con buenas noticias. Sí, ya sé que nuestra economía se va al despeñadero y que la irresponsabilidad de Luis Arce y su séquito de burócratas no deja mucho espacio para el optimismo… pero ampliemos por un minuto la perspectiva, miremos al mundo con ojos históricos y hagamos un esfuerzo por entender cómo se compara nuestra vida con la de generaciones anteriores.

Lo cierto es que la vida en este planeta nunca fue mejor que hoy. Los seres humanos hemos alcanzado niveles de desarrollo imposibles de imaginar hace solo 200 años.

De acuerdo con los cálculos del prestigioso historiador Angus Maddison de la Universidad de Groningen, el PIB per cápita del mundo (o, lo que es lo mismo, el ingreso promedio anual por persona) era de solo $us 800 el año 1 DC. Eso equivale a $us 2 al día, que coincide con el límite que usa el Banco Mundial para definir la pobreza extrema. Es incluso más trágico saber que ese bajísimo ingreso promedio se mantuvo estancado ahí y sin moverse ¡los siguientes mil años!

Y si ese largo período de tiempo no suena muy acogedor, lo que pasaba antes era aun peor. El PIB per cápita del mundo antes de Cristo era esencialmente $us 0. Esto significa que desde la aparición del homo sapiens en la tierra hace unos 200 mil años, la condición natural del ser humano ha sido la pobreza, una pobreza angustiosa, violenta y miserable. ¡La esperanza de vida el año 1 DC era de solo 21 años y un recién nacido enfrentaba una probabilidad de morir de 36% antes de cumplir el primer año de vida! Un simple dolor de muelas podía causarnos la muerte porque no teníamos idea de cómo curarlo. La miseria que enfrentamos el 99% de nuestra existencia en la Tierra era tan feroz que el método más usado para conseguir más comida era la violencia. Si querías comer un poco más tenías que atacar a tu vecino. No teníamos nada, las epidemias y las hambrunas se cobraban la vida de cientos de millones de personas, y la esclavitud y la barbarie eran el pan de cada día (si había pan…).

El panorama se mantuvo más o menos igual hasta el año 1800. Ese año el PIB per cápita del mundo era de $us 1.140. Sí, un poco mejor que los $us 800 de los primeros mil años, pero todavía terriblemente bajo. La esperanza de vida en 1800 era de solo 40 años. Pongamos estos datos en perspectiva: por 18 siglos, desde el nacimiento de Cristo hasta la elección de Thomas Jefferson como presidente de Estados Unidos o las declaraciones de independencia de las naciones americanas, el PIB per cápita del mundo se incrementó solo un 42%.

Pero en ese momento nuestra historia da un giro radical. Algo cambió nuestra suerte de forma dramática y espectacular entre 1820 y 1840: la Revolución Industrial. El advenimiento de una industria pujante y el descubrimiento de importantes tecnologías hizo que podamos producir de forma masiva y así inundar los mercados con más productos a mejores precios. Al producir masivamente también consumimos masivamente y nuestros niveles nutricionales empezaron a subir. Al mejorar nuestra nutrición nuestra esperanza de vida se empezó a incrementar rápidamente y subió a 47 años en 1900. Ese año, el PIB per cápita del mundo era ya de $us 2.180. Es decir, en 100 años, de 1800 a 1900, ¡el ingreso promedio por persona se incrementó en 91%! En esos 100 años la humanidad generó más del doble del progreso que generó en los casi 200 mil años precedentes.

El resto es historia conocida. El progreso de los últimos 200 años ha sido simplemente espectacular. Hoy, el PIB per cápita del mundo está en alrededor de $us 13.000. Esto significa 5 veces el valor de esa cifra en 1900 y 16 veces el valor de la misma el año 1 DC. Hoy, la esperanza de vida en el mundo es de 73 años.

Pero veamos otros indicadores de desarrollo humano. Si el año 1 DC la pobreza extrema alcanzaba al 99% de la población, para 1900 ese número se había reducido a 78% (otra vez, la pobreza extrema está definida por el Banco Mundial como vivir con menos de $us 2 al día). Como hemos visto, sin embargo, el progreso fue vertiginoso después de la Revolución Industrial y para 1990 (el año que yo salía bachiller) la pobreza extrema solo alcanzaba al 40% de la población. Hoy, solo el 9% de la población mundial vive en extrema pobreza y la mayoría de los pronósticos indican que ese número se habrá reducido esencialmente a cero para el año 2050.

La mortalidad infantil definida como la muerte de los niños antes de cumplir 5 años de vida se redujo de 42% en 1800 a menos de 5% hoy. La mortalidad materna (la muerte de una mujer embarazada o hasta 42 días después de dar a luz) era de 385 por 100.000 nacimientos con vida en 1990 y hoy es de solo 216. Eso significa una reducción de 44%.

Las hambrunas se han acabado y hoy el planeta tiene más comida que nunca. Los nutricionistas recomiendan que los hombres consuman entre 2.200 y 2.800 calorías diarias y las mujeres entre 1.800 y 2.000. En 1970, el consumo de calorías promedio era más bajo a 2.000 calorías en 34 de 152 países. Hoy eso solo pasa en 2 de 173 países.

La tasa de mortalidad por malaria cayó de 12,6 por 100.000 habitantes en 1990 a menos de 8 por 100.000 habitantes hoy. Un patrón similar se observa para la mayoría de las enfermedades. Incluso la tasa de mortalidad de cáncer cayó un 17% desde 1990 hasta nuestros días.

La tasa bruta de escolaridad en primaria se incrementó de 89% en 1970 a 104% hoy en día (este número puede ser mayor a 100 porque incluye personas que asisten a primaria, aunque no están en la edad de hacerlo). La tasa bruta de escolaridad en secundaria se incrementó de 41 a 77% y la tasa bruta de asistencia a la universidad se incrementó de 10 a 37%, durante los mismos años. También nos hemos hecho más inteligentes. Durante los últimos 100 años los resultados de pruebas de inteligencia o IQ se incrementaron 30 puntos en promedio.

El de hoy es también un mundo mucho más pacífico y seguro. El número de muertes por guerras bajó de 23 por cada 100.000 habitantes en 1953 a 2 por cada 100.000 habitantes hoy. Los homicidios bajaron de 7,5 por cada 100.000 habitantes en 1993 a 5 por cada 100.000 habitantes hoy. Es más, dado el incremento de la riqueza y la tecnología que hemos experimentado, la probabilidad de que una persona muera por desastres naturales como terremotos, inundaciones, o epidemias ha caído un 99% desde 1920 hasta la fecha.

Y si les interesa el respeto por las libertades civiles, les gustará saber que pasamos de tener más de 50% de los países del mundo gobernados por autocracias o dictaduras en la década de los 70 a tener solo un 10% de ellos hoy.

¿Cómo fue que nuestra suerte cambió tan radicalmente durante la Revolución Industrial? ¿Qué milagro sucedió? Los cambios tecnológicos, la acumulación de capital y la creciente urbanización jugaron un rol, pero lo que realmente estuvo por detrás de este gran fenómeno fue un cambio cultural e ideológico. La prestigiosa economista Deirdre McCloskey argumenta que lo que se necesitó para generar un cambio tan profundo fue que el mundo occidental empezara a abrazar decididamente el liberalismo. La idea de un mundo sin esclavos y libre en el que se respeten la libertad de expresión y la libre empresa se fue abriendo paso en los Países Bajos y en Inglaterra y después en el resto de Europa y los Estados Unidos. Adam Smith y Thomas Jefferson empezaron a argumentar algo impensado en esa época: que nadie debería ser esclavo de nadie y que todos éramos iguales ante la ley. John Stuart Mill hizo el mismo argumento en el siglo 19. Las ideas liberales desencadenaron la innovación y los jóvenes empezaron a admirar a los emprendedores y a soñar con ser emprendedores ellos mismos. La ética del trabajo y el esfuerzo personal para el bien personal empezó a ser respetada y valorada.

El camino liberal es el camino de honestidad, esfuerzo y competencia que generó el gran enriquecimiento de los últimos 200 años y que seguirá brindando progreso a pasos agigantados en el futuro. El camino iliberal o estatista, en cambio, es el camino que nos infantiliza, nos hace siervos del poder y nos condena de nuevo a la pobreza.

Festejemos hoy lo que hemos logrado como humanidad, pero no olvidemos nunca como lo conseguimos.

ANTONIO SARAVIA
Economista liberal. PhD. en Economía
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21