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En los últimos 18 años, que comprende el lapso más antidemocrático de los últimos 42 años de la República, la oposición se anotó dos triunfos importantes: el referendo del 21 de febrero de 2016 (21F) y la movilización popular de 2019 que causó la caída del tirano Morales. Dadas las circunstancias actuales, tiene serias posibilidades de anotarse una victoria más grande en las elecciones nacionales de 2025.
Antes de hablar de esa posible victoria, es necesario comprender que la oposición no se resume a las organizaciones políticas adversarias del régimen, tampoco sólo a los parlamentarios no oficialistas. Es algo más. Aglutina a la sociedad civil organizada, a actores sociales independientes y a todo ciudadano que piensa diferente o se cansó del régimen actual. Algo semejante sucedió en 2005, cuando a todos unió un objetivo: cambiar de gobierno vía urnas.
Si bien el objetivo estratégico y la vía para alcanzarlo une a la oposición, el liderazgo, el discurso y la perspectiva económica la divide. El oficialismo no sufre este problema. Tiene un solo discurso y modelo económico. Ambos agotados. Sus diferencias intestinas son por egos y pueden ser resueltas por instinto de sobrevivencia.
El masismo está en el poder desde hace 17 años y aplica las mismas tácticas que sus aliados totalitarios (Ortega, Díaz-Canel, Maduro, Putin). Incluso, coordina acciones con ellos. Usa el poder con premeditación y alevosía para mantenerse en el gobierno. En casi dos décadas, ha cometido acciones antidemocráticas impensables, inesperadas e increíbles.
Por ejemplo, nadie pensaba que el régimen iba a violar la Constitución que él mismo promovió. Y lo hizo. Nadie creía que iba a desobedecer un referendo (21F). Y lo hizo. Nadie creía que iba hacer fraude. Y lo hizo. Nadie esperaba que iba a armar un “golpe” en vivo y directo sólo para hacer cumplir su invento de “golpe suave”. Y lo hizo. Nadie creía que iba a poner a sus magistrados por encima de la ley para que se autoprorroguen. Y lo hizo. Nadie esperaba que iba a borrar al Legislativo para que el Presidente convoque a referendos por decreto; y lo hará.
Dados los antecedentes, si el régimen se reproduce en el poder el 2025, es muy probable que siga el ejemplo de sus aliados dictadores y acabe no sólo con la oposición, sino con el futuro de Bolivia. Recién nomás, el régimen de Arce proclamó presidente a Maduro pese a que las boletas de votación demuestran que el dictador venezolano fue derrotado en urnas. El régimen no respeta las reglas democráticas.
Sin embargo, hay horizonte. La oposición distribuida en cada casa, en cada familia, en cada cuadra, en cada vecindario, en cada pueblo, en cada ciudad debe aprovechar las debilidades del régimen. Éste ya no adhiere. Ya no emociona. Ya no tiene el 55% con el que ganó las elecciones del 2020. Si hubiera seguido teniendo ese respaldo, hubiese movilizado a sus seguidores para iniciar una reforma parcial de la Constitución por iniciativa popular.
En cuatro años, perdió el capital social que había acumulado no tanto por virtud propia, sino por los errores cometidos por el gobierno transitorio de 2019-2020. He ahí una debilidad. Aquella gestión es la última imagen de la oposición-gobierno que quedó en la memoria de la gente. Esa imagen es negativa. La ciudadanía que ya decidió cambiar de gobierno teme que aquella oposición vuelva al gobierno.
Obvio, hay al menos tres tipos de oposición: la radical, la reflexiva y la que es cercana al masismo. Una de ellas debe demostrar a la oposición-ciudadana que no se repetirá la historia de 2019. Con ese propósito, debería pensar seriamente en bajar el tono de algunas voces opositoras antidemocráticas. No es suficiente que pida a la gente mirar al frente y verificar que en ese lado la oferta es peor porque el modelo económico “milagroso” causó la presente crisis y el naufragio de valores es irreversible.
La oposición ciudadana ya decidió cambiar de gobierno, pero aún no decidió depositar su esperanza en la oposición. Es momento de que ésta muestre sus virtudes. Puede comenzar haciendo un pacto para respetar las reglas de la democracia. Luego, podría reactivar el instinto de animal político de la ciudadanía. ¿Cómo? Escuchando sus expectativas y tomando en cuenta sus ideas en un programa de gobierno.
La solución a la crisis económica no pasa sólo por las manos de los políticos profesionales de la oposición. La solución pasa por manos de la gente. La solución pasa por cambiar de gobierno. Y el único que puede cambiarlo con su voto es la gente. En caso de que el régimen vuelva a hacer fraude y no quiera dejar el poder, el único que puede cambiarlo es el pueblo organizado y movilizado.
¿Cambiarlo por quién? He ahí un problema. El ciudadano busca al reemplazante entre los precandidatos de la oposición. Una gran parte cree que ninguno es el indicado. Por ello, la oposición debería primero demostrar con empatía que tiene la solución a los problemas del ciudadano. Después, proponer a la persona más indicada para ejecutar esas soluciones. Algunos aspirantes tendrán que sacrificar sus ambiciones por un bien superior: el rescate de Bolivia de la debacle. Esta vez, no habrá segunda oportunidad.
En me medio de este panorama, la oposición ciudadana enfrenta un dilema que le causa ansiedad con miras al 2025: ¿Votar por la oposición donde no hay un timonel ideal o volver a votar por el MAS que está hundiendo el país? Si la oposición presenta soluciones a la vida de la gente, la gente actuará como animal político.
A un año de las elecciones nacionales de 2025, la oposición crece, el masismo decrece. Si la tendencia persiste, decrecerá más y más. Para crecer más, la oposición debe dejar que los bandos masistas polaricen. La oposición debe presentarse como despolarizadora, como gente que escucha, como esperanza y como solución.
Entonces, la oposición se anotará una victoria grande el 2025.
- ANDRÉS GÓMEZ VELA
- Periodista. Abogado
- *NdE: Los Textos Reproducidos En Este Espacio De Opinión Son De Absoluta Responsabilidad De Sus Autores Y No Comprometen La Línea Editorial Liberal Y Conservadora De VISOR21