ANTONIO SARAVIA
Agustín Laje visitó Bolivia el pasado 20 de mayo logrando un verdadero éxito de taquilla en sus dos presentaciones en Santa Cruz. Laje es un escritor, politólogo y conferencista argentino “de derechas,” como él mismo se define, que ha logrado mucha popularidad en el mundo de habla hispana. Ha publicado varios libros y se ha constituido en una voz relevante en la discusión política de la región, sobre todo entre los jóvenes.
En su primera presentación en la Fexpo, Laje propuso el concepto de “nueva derecha,” una idea emanada de su libro La Batalla Cultural. El concepto es valioso y vale la pena analizarlo.
Está claro que uno puede hablar de “nueva” derecha en casi cualquier momento del tiempo en contraposición a la derecha que antecedía ese período. Cada nueva derecha será diferente a la anterior porque se nutrirá de su propio contexto histórico. Laje argumenta que la nueva ola de partidos, movimientos y líderes de derecha actuales como Javier Milei en Argentina, José Antonio Kast en Chile, López Aliaga en Perú, Vox en España, Bolsonaro en Brasil, Trump en Estados Unidos, etc., tiene rasgos que la hacen marcadamente distinta a su antecesora.
Para Laje, esta nueva derecha es amplia y se caracteriza por combinar diferentes vertientes o ramas del liberalismo clásico. Es una derecha que agrupa a libertarios (aquellos no progresistas), conservadores (aquellos que no sean inmovilistas o hagan de la religión su valor político fundamental) y patriotas (siempre y cuando no sean estatistas) bajo el paraguas de un conjunto básico de principios liberales. La nueva derecha aprovecha, entonces, lo mejor de cada vertiente liberal y reconoce que esa unión es fundamental para hacer frente a un oponente ideológico poderoso: la izquierda organizada globalmente.
Lo primero que se debe rescatar del concepto es que este se construye dentro de los cánones clásicos de izquierda-derecha. Este es un dato no menor. Mucha gente pretende abandonar esta dicotomía de análisis al considerarla anacrónica, poco práctica, difusa, etc., pero la verdad es que es una dicotomía muy útil que permite avanzar diálogos y entendernos. Es cierto que izquierda y derecha son cajas conceptuales que varían dependiendo del político, filósofo o economista que consultemos, pero, en general, la intuición básica es que la izquierda favorece el colectivo y la derecha el individuo. De esa bifurcación se derivan las diferentes propuestas de política pública: la izquierda favorece un Estado grande que ejerza mayor control sobre la sociedad, la derecha, por su parte, trata de minimizarlo; la izquierda favorece la redistribución social de la riqueza, la derecha favorece la generación de riqueza individual; la izquierda favorece la propiedad colectiva o pública, la derecha favorece la propiedad privada; etc.
Es importante notar que la izquierda no se ha avergonzado nunca de su etiqueta aun cuando sus ideas causaron estragos, muerte y pobreza allá donde reinaron. La izquierda abraza su naturaleza y transforma la palabra “derecha” en insulto con la venia de los mismos derechistas a los que les cuesta asumirse como tales. Noten, por ejemplo, que, en los más feroces ataques de Evo Morales al gobierno de Arce, la acusación central es que Arce y su gobierno se “derechizaron.” La nueva derecha, sin embargo, rompe con este trauma y recupera con orgullo su marbete. Milei, Kast o Bolsonaro no tienen problemas en considerarse abiertamente de derecha y argumentar con valentía porqué su oferta es superior.
La unión de diferentes vertientes liberales bajo un paraguas de principios básicos es otra virtud de la nueva derecha. Esta unión o amalgama es una articulación política que la antigua derecha tecnocrática, puritana e intelectualoide nunca pudo conseguir. La nueva derecha articula posiciones, no idénticas, pero similares, y así logra ser relevante y generar músculo político. Los libertarios contribuyen con su análisis económico, los conservadores con su celo por la protección de la vida y la familia (sin que eso implique que traten de restringir las elecciones de cada individuo siempre y cuando no afecten a terceros), y los patriotas con su vigilancia de la soberanía en tiempos en que el globalismo y los organismos internacionales promueven agendas mundiales de izquierda cada vez más agresivas.
La nueva derecha es también juvenil, contestataria y abierta al mundo. Estas son virtudes que, una vez más, sacan a la derecha de su purismo tecnocrático y la acercan a lo popular. Esto se logra con la creación de narrativas que hagan lo que la izquierda siempre hizo muy bien: apelar a las emociones. Y aquí está probablemente la parte más controversial de la caracterización que hace Laje de la nueva derecha. El apelo a las emociones es esencialmente un artefacto populista. La izquierda de la región no tiene muchos reparos en usar el populismo, pero la derecha tecnocrática siempre fue más reacia a hacerlo. Laje propone, entonces, que el populismo es un recurso o un estilo de hacer política al que la nueva derecha no tiene porqué hacerle asco.
El populismo consiste en hacer política identificando al pueblo y contraponiéndolo con un enemigo: las élites, los políticos, los empresarios, etc. La izquierda, por ejemplo, identifica al pueblo como la clase obrera, los campesinos o los sindicatos, y los contrapone con los empresarios, los ricos o las empresas transnacionales. En el caso del populismo de derecha, el pueblo podría ser identificado como la clase media, los que pagan impuestos o los informales, y su contraposición serían los políticos (la casta, como diría Milei), el Estado grande o el globalismo internacional.
El problema, por supuesto, es que el liberalismo en su esencia más pura o teórica no puede admitir el populismo. Su objetivo no es la confrontación entre grupos sino la maximización de la libertad individual para todos. En la práctica, sin embargo, la libertad debe conquistarse y la consecución del poder político es la única vía para hacerlo. Esta discrepancia abre una potencial grieta entre el liberalismo y la nueva derecha.
Lo cierto es que ninguna propuesta política moderna esta excepta de algún grado de populismo. Sin narrativa no se apela a las emociones y sin apelar a las emociones no se ganan votos. Las formas y los límites personales hacen, sin embargo, una gran diferencia. El populismo de Luis Lacalle Pou es muchísimo menos agresivo que el de Javier Milei, el populismo de José Antonio Kast es más sofisticado que el de Bolsonaro, y así.
En Bolivia urge una nueva derecha, una unión de liberales de diferente gama que no tengan miedo de asumirse de derecha y le hagan una propuesta seria al país. Una propuesta de sólido soporte técnico, pero despojada de remilgos y acercándose a la gente. Ojalá lo menos populista posible, pero decidida a denunciar al adversario y a enamorar al electorado con esperanza. El país la necesita y está listo para darle una oportunidad.
ANTONIO SARAVIA
Economista liberal. PhD en Economía
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21