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ANDRÉS GÓMEZ
Quinto Tulio Cicerón escribió una larga epístola a su hermano, Marco, allá por los años 86-82 a.C. La carta fue bautizada como “Breve manual de campaña electoral”. En una parte de ella, dice: “Piensa qué ciudad es, qué pretendes, quién eres. Casi a diario, cuando bajes al foro, medita esto: ‘Soy novel. Pretendo el consulado. Es Roma”. De ese modo, recordó a su hermano, que postulaba a ser cónsul, la importancia de conocerse así mismo y de conocer a la gente a quien va a solicitar su voto.
Quinto Tulio dice a Marco Tulio que cada día debía meditar sobre la tercera consideración: “Es Roma, ciudad formada por reunión de naciones, en que pululan muchas insidias, muchas falacias, muchos vicios de toda especie, en que hay que soportar la arrogancia, la contumacia, la malevolencia, la soberbia, el odio y la impertinencia de tantos”.
Desde hace años, escucho, leo y veo a políticos que buscan ganar elecciones sin conocer a los votantes. En casos extremos, los desprecian. Un poco más, algunos quisieran hacer desaparecer a ese electorado y fabricar uno a imagen y semejanza suya. En ocasiones, usan términos despectivos contra la gente que piensa diferente a ellos en lugar de preguntarse por qué piensa diferente.
Otros postulantes copian el discurso de políticos de otros países sin percatarse que las circunstancias son diferentes. Creen que lo que funcionó en otra realidad puede funcionar, de forma automática, en Bolivia. Es posible que haya un denominador común en la región y que las elecciones sean iguales en todas partes, pero no tendrían que olvidar que el perfil del candidato debe responder al perfil del electorado del momento.
Por ejemplo, si resucitara Víctor Paz Estenssoro y se presentara a una elección, no ganaría en las circunstancias actuales porque su perfil no responde al presente. No es cuestión de edad, sino de circunstancias que determinan la identidad y el pensamiento colectivo a la hora de votar por el político que logró introducirse en la mente y en los corazones del electorado.
Pasa lo mismo con ciertos aspirantes actuales que son muy conocidos, tan conocidos que generan hastío, ya sea porque sobreponen sus intereses individuales a los nacionales, porque viven desconectados de las expectativas de los votantes o porque han sido rebasados por la evolución de la sociedad política.
Alguno piensa que el electorado de Bolivia es como el de Roma del año 80 a.C. Entonces, cree que pierde las elecciones por culpa de los electores que no son como él, un ser perfecto. Tras la derrota, concluye que los bolivianos no tenemos remedio porque no giramos alrededor de él como la Tierra alrededor del Sol.
En democracia, se ganan las elecciones a través de formas de influencia legítimas. Una campaña es un proceso de seducción y persuasión a los votantes para lograr su consentimiento. Por ello, los políticos deben estudiar por qué los electores piensan lo que piensan y por qué sienten lo que sienten. No se trata de que el político sea moldeado por la mayoría de los electores, pero mínimamente debe haber una conexión de emociones, aspiraciones, identidades y pensamientos entre aquel y éstos.
Manuel Mora y Araujo, en su libro “El poder de la conversación”, explica cómo se estructuran los juicios en la mente. Juicios que después se convierten en opinión y luego, en voto. Expone cinco tipos de motivos:
- Convicciones: Son las razones que cada uno puede tener para justificar una opinión. Por ejemplo, una persona tolera la homosexualidad porque piensa que la orientación sexual es genética; otra tolera la homosexualidad porque valora la libertad del ser humano.
- Intereses: Son las utilidades que el individuo asigna a determinadas situaciones, recurso o consecuencia de sus decisiones. “Mis opiniones cambian, en efecto, con mi fortuna”, diría Alexis de Tocqueville:
- Conformidad a normas sociales: Son los intereses específicos asociados a la pertenencia a un grupo social. Son la fuente más recurrente de las conductas cotidianas. En mi criterio, este motivo es determinante por el carácter gregario del ser humano que se somete a la opinión de los demás: a) Ya sea por decisión explícita y porque valora la conformidad al grupo; b) porque existen incentivos negativos (castigo, sanción moral, chicotazos, silletazos), o c) porque se ha convertido en predisposiciones no necesariamente conscientes. La politóloga y periodista alemana, Elisabeth Noelle-Neuman, autora del libro “La espiral del silencio, opinión pública: nuestra piel”, cita a David Hume para graficar esta realidad: “Hasta a los hombres de mayor discreción e inteligencia les resulta difícil seguir su propia razón o inclinación si se opone a la de sus amigos y sus compañeros cotidianos”. Por ello, cada vez que una persona dispara un insulto contra el electorado masista por su condición étnica, éste se refugia más en su grupo.
- Benevolencia: Es un conjunto de sentimientos que llevan al individuo a la solidaridad con otros o a la caridad, o a valorar el bienestar del grupo más que el propio. Son acciones en busca de utilidad moral y la materialización de responsabilidad social que se originan en la pertenencia a un grupo social.
- Emociones: Son impulsos generados por deseos o sentimientos intensos; por ejemplo, el susto o la angustia; el amor o el odio a otra persona; la identidad, el patriotismo o la identificación con un líder colectivo. También se considera como pasión la lealtad a un partido, a un símbolo o a una ideología.
Imposible ganar una elección desconociendo los pensamientos y sentimientos del votante. En el oficialismo, creen que siguen despertando pasión en la mayoría de los electores. En la oposición, piensan que el electorado se amoldará a sus pensamientos. Las circunstancias demuestran que alrededor de la mitad de las personas que votaron en las elecciones del 2020 por el MAS rompió emocionalmente con ese partido, pero aún no conectó con alguien de la oposición. En política, las reconquistas suelen ser fáciles cuando no hay nadie para llenar el vacío electoral.