La fábrica de pobres en el País de las Maravillas

Cuentan las crónicas del siglo VII de nuestra era, que en la China de la dinastía Tan, apareció lo que a día de hoy se conoce como papel moneda. Aquellos billetes conocidos como dólares, euros o libras esterlinas, que muchas personas desean acumular como una expresión de riqueza. Con la llegada de Marco Polo a las costas asiáticas, se replicó el modelo en Europa recién a partir del siglo XIII. Aquel papel insignificante y de valor intrínseco producido de la corteza de los árboles, carecía de valor por sí mismo; lo que le daba el valor real para las transacciones comerciales, era el sello del Gran Kan, aquel acto, era el que convertía el sencillo trozo de papel en dinero.

Los emperadores de la época en China, no querían que los metales preciosos en los que se acuñaban las monedas saliesen de su territorio, por lo que el papel moneda resultaba ser un gran invento que les permitía respaldarlo con el oro acumulado. A Marco Polo le pareció tan interesante el sistema que permitía la circulación de papel simple en lugar de las monedas de plata y oro, que no dudo en transmitir la idea, a pesar de la resistencia de la Europa de la edad media que estaba familiarizada con el dinero en metálico, lo que dificultó su ingreso. Sin embargo, el tiempo finalmente terminaría por imponer el papel moneda por todo el mundo.

Ante la dinámica económica y mediante los procesos globales del comercio (desde hace aproximadamente dos siglos), existen países que lograron consolidar la hegemonía de su moneda por encima del resto, convirtiéndose en la más importante para las operaciones comerciales. Durante el siglo XIX, la libra esterlina fue el referente para las relaciones de comercio internacional, basándose su solvencia y respaldo en el patrón oro. Esta condición se mantendría hasta la Segunda Guerra Mundial, donde los factores económicos del planeta sufrirían importantes transformaciones que derivaron en una nueva etapa para la hegemonía del dólar americano.

Este fenómeno se consolidó mediante los Acuerdos de Bretton Woods, que definieron el uso del dólar americano a nivel global. Para la década de los años setenta, la relación del patrón oro cambió, abriendo paso a un proceso novedoso de fondos fiduciarios basados en la confianza y el respaldo de la economía del país norteamericano, que a su vez estaban respaldados por una institucionalidad sólida, lo que le ha permitido a Estados Unidos mantener la relación cambiaria del planeta, con una presencia absoluta en 195 países hasta el día de hoy.

Ante esta premisa, se debe establecer con absoluta claridad que la emisión de billetes sin respaldo alguno, no resuelve la situación económica de ningún Estado, por el contrario, la empeora. Quizá los ejemplos más ilustrativos al respecto sean la Alemania de Weimar, el caso de Zimbawe y muy recientemente Argentina y Venezuela, que introdujeron una cantidad enorme de billetes en el mercado, que terminó por convertirse en papel mojado en los bolsillos de sus ciudadanos, carente de valor alguno.

La impresión de billetes sin el debido desarrollo del sector productivo de un país que, dicho sea de paso, se encuentra relacionado directamente con el sector privado, así como el incremento de las exportaciones, la generación de fuentes de empleo, carece de todo sentido. Estos son factores que permiten generar la suficiente credibilidad y confianza en la moneda de un país. Los aspectos políticos no están exentos, por el contrario, deben estar estrechamente vinculados, partiendo del respeto de las instituciones, crear un cuerpo legal que otorgue seguridad jurídica y amplias garantías a los inversionistas, así como ciertos incentivos fiscales, para posibilitar atraer capitales e inversiones privadas dispuestas a arriesgar su patrimonio y generar riqueza expresada en la economía y la mejora de las condiciones de vida de sus habitantes.

Contrariamente en otros países la realidad es totalmente distinta, los responsables de generar las condiciones necesarias para desarrollar la economía, siguen empeñados en vender discursos demagógicos y excusas fútiles, buscando mostrar a sus habitantes que el “país de las maravillas” existe y que todas las consecuencias acumuladas de malas gestiones en la administración pública de años, la van a resolver en cuestión de meses.

Encender la impresora de billetes es una solución irresponsable, a pesar de que es la que se viene ejecutando en los últimos años, la consecuencia lógica, es la pérdida del poder adquisitivo, incremento de la demanda y la caída de la oferta, consiguientemente el incremento de los productos es indefectible, afectando de forma significativa a todos aquellos que (como en el caso de Bolivia el 80,8%) se encuentran trabajando en la informalidad.

Mientras los políticos discursean acerca de mundos paralelos fabulosos y la opinión pública no se pierde capítulo alguno de la novela romántica de palacio, la fábrica de pobres vuelve a ponerse en marcha, debido a que todo aquel que sin tener ninguna otra alternativa para subsistir decide trabajar por cuenta propia, observa como cada día ingresa menos y su capital va en detrimento.

La historia nos enseña que los periodos de estancamiento político, derivados generalmente por la caída del producto interno, la corrupción, además del privilegio otorgado a grupos económicos locales e internacionales, producen un incremento de la pobreza. ¿Quiénes son los responsables –la mayor parte de veces– de este fenómeno?, son aquellos grupos que responden a una línea política nacionalista o populista, sin dejar exentos otros grupos de ideología distinta, debido a que la falta de institucionalidad y el respeto a las leyes por parte de los políticos, afecta a la población y los arrastra a experimentar un retroceso social, pérdida de identidad, valores y cultura, incrementando por este medio los índices de pobreza.

En Bolivia, la caída de las reservas internacionales, el déficit fiscal constante, subvenciones, corrupción, así como las múltiples medidas de corte populista, han derivado en el desplome de las reservas, perdida de divisas internacionales, falta de hidrocarburos, entre muchos otros problemas por los que se atraviesa en la actualidad. A pesar de que, siendo algo más críticos, probablemente el mayor problema de todos, sea que quienes están por encima del ochenta por ciento (cuentapropistas) trabajando en el sector informal, (muchos de ellos) seguirán apostando y entregándose como ovejas rumbo al matadero, por un modelo económico empobrecedor, debido a la ausencia de verdaderos líderes políticos que tengan interés en promover un cambio real. Por lo que puede verse en el horizonte, una vez más están los de siempre, aquellos que se empeñan en mantener abierta la fábrica de pobres en un país de las maravillas.

CARLOS MANUEL LEDEZMA VALDEZ

ESCRITOR. DOCENTE UNIVERSITARIO. DIVULGADOR HISTÓRICO. MIEMBRO DE LA SOCIEDAD DE ESCRITORES DE BOLIVIA.

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