Cuentan las crónicas del 9 de octubre de 1982 que, pocas horas antes de su asunción a la presidencia de Bolivia, en una masiva concentración realizada en el centro mismo de la capital política del país, Hernán Siles Suazo, líder de la izquierda boliviana y de la Unión Democrática y Popular (UDP), al mejor estilo de los políticos de su época y con aura divina y de un poder mesiánico, lanzaba el siguiente mensaje: “es posible que, por el gran esfuerzo democrático y pacífico llevado a efecto, en los próximos cien días la situación económica empezará a ser aliviada” (inmediatamente se me viene a la mente la imagen reciente de algún sempiterno candidato de la política boliviana).
La historia económica de Bolivia reporta crisis constantes en periodos de tiempo más o menos homogéneos. Corrían los primeros años de la década de los años ochenta y la debacle económica parecía inevitable. Tras el final de una seguidilla de golpes militares que azotaron al país por años. La llegada de Hernán Siles Suazo al poder, venía precedido del antecedente de haber resuelto de manera efectiva la crisis económica registrada en la década de los años cincuenta.
En los primeros seis meses de gobierno, éste, era arrastrado por los efectos de la inflación. El dólar se disparó y como consecuencia de ello, los productos de primera necesidad y servicios comenzaron a elevarse de manera incontrolable. El descontento de las huestes sindicales que habían promovido la llegada de un gobierno de izquierda a palacio, mostraban su descontento y comenzaron a movilizarse, reclamando de su gobierno la búsqueda de soluciones inmediatas a la crisis.
La crisis económica experimentada en Bolivia durante los años 1982 y 1985, trajo como consecuencia la devaluación monetaria más de un millón de veces. Cuando Siles dejó el poder, el dólar americano valía 1.149.354 (Un millón ciento cuarenta y nueve mil trescientos cincuenta y cuatro pesos bolivianos) por cada dólar. La inflación había llegado a un 11.749,64 por ciento. Las reservas internacionales cayeron de 300 millones de dólares netos en el año 1977 a cero para el año 1983.
El descontento social se volcó a las calles, multiplicándose las protestas que a medida que se agudizaba el problema se tornaban cada vez más violentas. Contingentes de trabajadores mineros llegaban en masa a la sede de gobierno, convulsionando y enfrentándose a otros sectores movilizados.
Se protagonizaron huelgas por parte del transporte y bloqueos de carreteras. La falta de insumos para la elaboración de pan hacía que escasee este producto en las mesas de los bolivianos. El gobierno optó por fijar precios a los productos de primera necesidad que tampoco podían encontrarse en los mercados, debiendo los bolivianos recurrir a buscar en el mercado negro aquellos productos para abastecer a sus familias. El gobierno, al no encontrar una solución efectiva, comenzó a repartir cartillas de racionamiento, obligando a las madres de familia a pernoctar en las instalaciones para poder recoger: diez panes, dos kilos de azúcar, un kilo de arroz, y un litro de aceite por familia.
Durante este periodo de tiempo no quedaron exentos los escándalos de corrupción protagonizados por los políticos que mostrando su completa falta de humanidad, realizaron negociados con los proveedores de productos destinados a cubrir las necesidades de la población. Por su parte, los partidos políticos coadyuvaban en exacerbar los ánimos de la ciudadanía, utilizando brazos operativos para llevar un discurso ideologizado entre las protestas, agitando más el avispero para lograr lo que finalmente aconteció, el acortamiento de mandato y el cambio de gobierno que encontraría soluciones gracias a la colaboración de los organismos internacionales.
La crisis experimentada durante ese periodo, dio paso a la implementación de un modelo de libre mercado, políticas económicas orientadas a estimular la inversión privada, lo que permitió estabilizar la moneda, permitiendo que el mercado regule las relaciones comerciales, excluyendo la participación nociva del sector público, posibilitando el reordenamiento de las instituciones, con una reducción significativa del aparato estatal.
La caída de los precios del estaño a mediados de la década de los ochenta y la conclusión de venta de gas a la argentina, amenazaban seriamente al programa de estabilización impulsada por el gobierno. La inversión privada internacional posibilitó el descubrimiento, perforación y explotación de importantes reservas de gas en el país, que fueron el soporte económico del país en las últimas décadas.
La liberalización de la economía, significó para Bolivia, uno de los hitos más importantes de toda su historia, mostró el camino que se debía seguir para alcanzar el desarrollo, gracias a la participación activa del sector privado, quitándole protagonismo al Estado y a los políticos. Los ingresos económicos que comenzaron a ingresar en el país, permitieron estabilizar la economía y permitían vislumbrar al futuro con mayor optimismo.
Para finales del siglo XX, la reinvención de la izquierda internacional a través del Foro de Sao Paulo, tendría un rol determinante en la historia de Bolivia. La influencia del socialismo del siglo XXI en los sectores reactivos del país (al igual que otros varios de la región), tendría consecuencias amargas para los bolivianos. La agenda del Foro, buscaba el apoyo de países que compartan los mismos principios ideológicos de la izquierda, por lo que, a comienzos del siglo XXI la convulsión social recrudeció y la crisis social alcanzó una escala de violencia inusitada.
La llegada de un gobierno socialista el año 2006 impulsada una vez más por los “sectores populares”, implementó un nuevo modelo económico y social, que entre 2006 y 2014, dispuso cerca de seis mil millones de dólares anuales para implementar sus políticas públicas orientadas fundamentalmente al gasto y la subvención, sin realizar inversiones en estudios, exploración de nuevos campos o industrialización, despilfarrando el dinero en canchas de césped sintético, museos personales, palacios y elefantes blancos. De esta manera, como agua entre los dedos, comenzaba a diluirse la mejor oportunidad en la historia de Bolivia para poder alcanzar un verdadero desarrollo económico para su gente, debiendo por el contrario en la actualidad, aquellos mismos “sectores populares”, afrontar las duras consecuencias de la peor crisis económica de la historia de Bolivia.
Escases de divisas internacionales, falta de hidrocarburos, desabastecimiento en los mercados, además del incremento diario de los alimentos, son consecuencia directa del modelo económico implementado en los últimos dieciocho años, lo que puede verse reflejado en el gasto fiscal sin control, el aumento de la deuda y la incapacidad por parte del gobierno para poner freno a la catástrofe inminente.
La precarización del empleo, la fuga de capitales y de inversión privada, así como la falta de políticas públicas para resolver el problema, son la razón para comenzar a buscar de forma inmediata, alternativas que aligeren la carga provocada por la profunda crisis. Estamos frente a un escenario completamente desalentador y la única propuesta que se escucha desde Plaza Murillo, son los detalles de una campaña propagandística sin precedentes, para conmemorar los doscientos años de creación de la República de Bolivia (no del Estado Plurinacional), el mismo que será inolvidable, no por los agasajos y actividades conmemorativas, sino más bien, porque será el “Bicentenario de la Crisis”, la peor crisis económica que recuerde el país, debido a que es aquella que se presenta después de que el gobierno socialista, dilapidó el dinero que hubiese servido para acabar con la pobreza, sin embargo no tuvo la voluntad de hacerlo.
Es imperativo cambiar de modelo económico, es imperativo cambiar de gobierno, es imperativo cambiar a los viejos políticos, aquellos que son parte del problema y no de la solución. Esos “viejos políticos” que reciclan discursos guardados hace cuarenta años, mostrando un total desconocimiento de la realidad y aplaudiendo los desatinos del gobierno del cual se dicen ser “opositores”, esos “viejos políticos” que siguen creyendo que la política es un concurso de popularidad.
En el año del Bicentenario, hago un llamado clamoroso a la gente joven que no está dispuesta a rendirse ni dejar que Bolivia caiga. Un llamado a esos líderes emergentes, gente joven, políticos renovados que están decididos a librar la batalla cultural, para que unan sus voluntades y articulen un proyecto que anule de una vez por todas a los “viejos políticos” herederos de la izquierda, aquellos que insisten en mostrarse como una alternativa (desde hace décadas). Si los líderes emergentes son capaces de hacerlo, al menos habrá un motivo para celebrar en los doscientos años de creación de la república.
- CARLOS MANUEL LEDEZMA VALDEZ
- ESCRITOR. DOCENTE UNIVERSITARIO. DIVULGADOR HISTÓRICO. MIEMBRO DE LA SOCIEDAD DE ESCRITORES DE BOLIVIA.
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