La capiguara no pidió ser domesticada. Tampoco pidió que la usen para vender columna

La periodista Noelia Rendón publicó una columna titulada “La capibara no pidió ser domesticada”, donde intenta posar de conciencia ambiental mientras dispara desde la comodidad de un escritorio. Pero lo que realmente escribió fue una mezcla de suspicacia urbana, ignorancia territorial y oportunismo editorial.

Y como buen beniano, no me voy a quedar callado.

La capiguara (no capibara, señora periodista: revise la raíz guaraní si va a escribir desde el centro del país) no fue puesta en un corral, ni mucho menos convertida en mascota de nadie. Vive libre. Cruza calles, descansa en el arroyo San Juan, en pleno centro, y se pasea en barrios donde hace décadas nadie la molesta. ¿Eso le parece un show? Eso se llama convivencia. Y no se improvisa, se hereda.

Lo que sí se improvisa, al parecer, son las columnas que disfrazan el miedo a perder el relato. Porque lo que realmente molesta no es el Capifest ni la capiguara. Lo que jode es que Trinidad haya sido capaz de levantar un símbolo sin pedir permiso a los de siempre. Que el debate se haya generado desde una idea local, y no desde un despacho en La Paz. Que un roedor —sí, un roedor— haya hecho más ruido que muchas ONG con veinte años de financiamiento.

Dice Rendón que hay que exigir rendición de cuentas. Perfecto. Empecemos por la suya. ¿Dónde estaba su preocupación ambiental cuando se deforestaron miles de hectáreas? ¿Dónde su espíritu crítico cuando se silenció el ecocidio del Madidi? ¿Dónde su supuesta defensa de lo silvestre cuando el centralismo invisibilizó a las especies amazónicas por décadas?

Nos acusa de populismo por armar un festival cultural donde colegios, barrios y distritos enteros se organizan para celebrar algo que ya convive con ellos. ¿Populismo? ¿Desde cuándo cantar, pintar y marchar por lo que te representa es un delito? Ah, cierto. Desde que no se hace bajo su filtro.

Y hablemos claro: sí, se reprogramó el Capifest. No porque cedimos, sino porque ahora vamos con más fuerza. Porque el ruido que armaron nos confirmó que no estamos equivocados.

La capiguara no pidió ser domesticada. Pero tampoco pidió que se hable por ella con aire de superioridad. Ella está en nuestras calles, no en sus metáforas. Vive con nosotros, no con su retórica ambiental de escritorio.

Y si el debate es incómodo, mejor. Porque las grandes verdades nunca nacen entre aplausos. Nacen cuando alguien se atreve a decir “esto también somos”.

Nosotros, en Trinidad, no disfrazamos roedores. Les abrimos paso en nuestras calles. Y eso, señora Rendón, no lo entiende quien nunca los ha visto caminar entre su gente.

  • Sebastián Murillo
  • Escritor, Periodista y Director de Comunicación – Trinidad.
  • *NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21