IGNACIO VERA
Unos días atrás leí un tuit del joven pensador liberal cruceño Andrés Canseco Garvizu que aseveraba que es siniestro formar juventudes en los partidos políticos, puesto que ellas son legiones de pequeños fanáticos cuyos dirigentes, en nombre de la juventud o de las generaciones jóvenes del país, acceden al Órgano Legislativo o a algún otro puesto de poder y, una vez allí, nada bueno hacen. El tuit me pareció original y muy cierto, y luego me llevó a reflexionar lo que viví durante varios meses yo mismo en mi experiencia como dirigente en las juventudes del partido político donde milité.
Al cabo de darle varias vueltas al asunto, llegué a la conclusión de que formar juventudes partidistas constituye un rasgo autoritario y antirracional (ergo, antiliberal), pues lo que se busca con ello es fomentar el cuoteo; en otras palabras, la distribución proporcional —pero no necesariamente justa— del poder o la influencia política en función de la identidad —que en este caso es generacional o etaria— y no en función del mérito o la idoneidad para el cargo, como debería ser en un sistema democrático sólido. Luego, la formación de un grupo cerrado dentro de un partido en función de una identidad generacional y no de las ideas, destrezas o propuestas, termina siendo lo mismo que las cuotas de género, clase o raza, que tanto daño le hacen a la libertad, a la racionalidad y a la democracia verdadera.
Visto de otra forma, las juventudes partidistas se organizan de acuerdo con las formas del corporativismo de cuño marxista, cuyas fronteras de ingreso son herméticas para integrantes meritorios y cuyos miembros reclaman puestos o trabajos solamente porque pertenecen a una grey que se agrupa bajo el paraguas de la misma identidad y tiene la capacidad de ejercer presión en el poder decisorio.
Usualmente estos grupos terminan siendo cleptocracias o mediocridades en las que se imponen la astucia y la picardía, resultado de los años, en vez de la ilustración y la razón, fruto del estudio y la reflexión.
Que yo sepa, todos los partidos políticos bolivianos, como el de Hitler o el de Stalin, poseen juventudes en sus estructuras de militantes. Las juventudes, por una razón cronológica obvia, son generalmente revoltosas y proclives al dogma o la repetición acrítica de los postulados que formulan los viejos lobos de mar que ocupan las cúpulas y los dirigen desde arriba. Pero, al mismo tiempo, poseen cierta autonomía e independencia, las cuales las facultan para reclamar o exigir cuotas o espacios en las listas de postulantes a representantes antes de las elecciones o, si su partido accede al poder, en espacios de la burocracia pública. Hasta aquí, entonces, ¿hay alguna duda de que las juventudes partidistas no le hacen daño a la democracia y más bien fomentan el populismo en la cultura política?
Huelga decir que la conformación de juventudes deteriora también de manera personal a sus integrantes, pues los deja o en un estado dogmático o de fanatismo ciego, o frustrados y sin posibilidades de ascender para asumir algún puesto de liderazgo, ya que los cabezas son por lo general jóvenes que coquetean con la edad adulta, mañosos y conocedores de la astucia práctica y el disimulo —que son los conocimientos que sirven para escalar en los partidos bolivianos— y que se arrogan la representación del grupo supuestamente inmaculado que lideran. El joven de juventudes, por tanto, se convierte en un ser colectivizado, sin individualidad, sin identidad que no sea la de ser joven nada más, sin ideas propias ni criterio, ya que en las juventudes de los partidos no existen escuelas de formación política que toquen temas de derecho, economía, ciencia política o análisis de la realidad y que, por consecuencia, los lleven al pensamiento y la formulación de posibles soluciones para las controversias sociales, sino solamente talleres en los que se imparte apología del discurso y se enseña el culto a la personalidad (del caudillo).
La supresión de los grupos identitarios en la política podría dar la sensación de que se estarían suprimiendo las agendas políticas que a ellos atañen, o de que se estaría relegando al elemento ya sea joven, indígena, femenino o proletario de la praxis política y la toma de decisiones. Pero en una sociedad libre, participativa y meritocrática, nada de ello tendría que suceder. De todas maneras, en un partido liberal boliviano, si lo hubiera hoy o mañana, no tendría que haber estas llamadas juventudes, que lo que hacen es anular la capacidad y el talento individuales que puede poseer el individuo y, por tanto, el espacio de liderazgo al que podría acceder, no por ser parte de una identidad, que no es mérito alguno, sino por ser ente pensante y dialógico.
Con la colectivización de la juventud, los jóvenes van adquiriendo no solamente malas prácticas dentro del partido, sino una mentalidad mediocre y sindicalista que exige pegas sin haber realizado esfuerzo alguno, mentalidad que luego se proyecta en la vida pública del país. Representa, entonces, un envejecimiento prematuro; es por eso que esas juventudes son en realidad viejas, puesto que adoptan las mismas manías que las de los viejos jerarcas de la cúpula.
IGNACIO VERA DE RADA
Politólogo y docente universitario
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21