Insultando no se gana una elección

Los seres humanos somos a la vez animales políticos y criaturas sociales. Por ello, las necesidades sociales son esenciales para nuestra sobrevivencia. Estamos diseñados para buscar conexiones sociales. Todos los días interactuamos con otros semejantes que tienen nuestras mismas necesidades sociales. En esa interacción, hacemos un juicio de valor rápido, un escaneo cerebral, sobre las personas con quienes nos topamos. En el acto, las dividimos, inconsciente o conscientemente, en dos grupos: “nosotros” y “ellos”.

Por instinto de supervivencia, tratamos a los demás como miembros del grupo de “ellos”, lejos del “nosotros”. Constituyen una amenaza a nuestra existencia hasta que demuestren lo contrario. Nuestro cerebro está programado para ayudarnos a sobrevivir, alejarnos del peligro y darnos seguridad, dice la neurociencia. Por eso, asumimos una conducta de evitación con un miembro del grupo de “ellos” o con todos “ellos”.

Percibimos a “ellos” más peligrosos aún si nos insultan, agreden, excluyen o menosprecian. En este marco de análisis, es bueno saber que los dolores sociales pueden ser más profundos y hasta imborrables en comparación con los dolores físicos. La reacción del cerebro al dolor físico y social es prácticamente idéntica, afirma la neuropsiquiatra Friederike Fabritius.

El dolor físico es olvidable porque cicatriza. En cambio, el dolor social puede ser inolvidable porque una herida abierta en el alma no cicatriza tan fácilmente. Por eso, la discriminación, la segregación y la exclusión son males que no solamente dividen un cuerpo político, sino que la pueden aniquilar.

En materia electoral es fundamental conocer cómo funciona la mente del elector que no piensa igual que uno. Los extremistas creen que hay que insultarlo, agredirlo y menospreciarlo para que vote por el candidato de su preferencia. Creen que al ponerse en el papel superior de inteligentes sobre los otros, a quienes consideran inferiores porque votan por otro líder que no es de “ellos”, van a lograr que cambien de opción.

Ante una actitud agresiva, el elector asume la conducta de evitación. Escapa porque “ellos” representan una amenaza. Por instinto de seguridad, refuerza su conducta de acercamiento con el grupo al que pertenece, su refugio natural, porque se encuentra en el “nosotros”. En este ámbito, siente confianza, tira sus armas, baja la guardia y se abre a quienes le rodean. Interactúa, delibera y decide en grupo.

El “nosotros” refuerza sus miedos porque cada uno de su grupo le nutre diciendo: “ellos” son hostiles y peligrosos. ¿Quién va a querer votar por el candidato de un grupo de fanáticos hostiles y peligrosos que buscan sangre y dolor en lugar de votos? En ese momento, se activa el sistema límbico del elector y su cerebro se anticipa al futuro. Predice lo que le podría pasar si “ellos” volviesen o quedasen en el poder.

Por disposición genética, a las personas no nos gusta la incertidumbre. Somos “máquinas de anticipación”, describe el filósofo y científico cognitivo, Daniel Dennet. Imaginamos lo peor. Los pensamientos y sentimientos negativos nos invaden y activan nuestros instintos de autopreservación. De inmediato, nuestro cerebro bloquea los mensajes de “ellos” porque nos presentan un futuro al que no queremos volver o ir. Por defecto, nos vinculamos más al “nosotros” y descartamos totalmente votar por el candidato de “ellos”.

La persona que quiere que todos piensen igual que ella está desconectada de la gente. Vive rodeada de su yo, yo y yo, y aislada de los demás. Deberían hacerse ver su salud mental por si acaso. En esencia, como criaturas sociales somos colaborativas; sabemos que necesitamos de los otros para realizarnos e incluso para diferenciarnos.

En democracia, se gana con votos, no con insultos; con argumentos bien dirigidos a la emoción, no con falacias bloqueadas por la razón. Una apertura de mente sobrepone el sentido relacional sobre el sentido emocional y construye una interacción horizontal entre el “yo” y “ellos”. De ese modo, los “ellos” pueden pasar a ser “nosotros”.

Para ganara elecciones, hay que pensar teniendo en cuenta a los demás. Pues nadie gana con votos propios, sino ajenos, diría el periodista y escritor Irving Alcaraz.

Conocer a los demás significa comprender a la gente a partir de sus circunstancias. Pensar desde el otro es el camino para ganar elecciones y la base para edificar una cultura pública democrática. Razonar desde el punto de vista del diferente a mi “yo” es una alta exigencia cognitiva que te enseña a situar tus propios deseos e intereses en el contexto de “ellos”, pero cerca del “nosotros”.

Los seres humanos somos criaturas sociales con necesidades sociales. Una de ellas: sentirnos valorados, no menospreciados. ¿Quién va a querer votar por un candidato rodeado de violentos? No se trata de simular. Los intentos no sinceros de congraciarse con los demás, sólo en tiempos electorales, pueden ser contraproducentes, y causar derrotas dolorosas en las urnas.

  • ANDRÉS GÓMEZ VELA
  • PERIODISTA. ABOGADO
  • *NDE: LOS TEXTOS REPRODUCIDOS EN ESTE ESPACIO DE OPINIÓN SON DE ABSOLUTA RESPONSABILIDAD DE SUS AUTORES Y NO COMPROMETEN LA LÍNEA EDITORIAL LIBERAL Y CONSERVADORA DE VISOR21