SAYURI LOZA
En la antigua Roma existía una figura punitiva denominada HOMO SACER, mediante la cual los ciudadanos juzgaban a un criminal y lo despojaban de su humanidad, de tal suerte que cualquier daño que se le causare, no fuese punible: desde la violencia física hasta la muerte.
El individuo en cuestión había ido en contra de la sociedad y puesto en peligro el orden y el bienestar, por lo cual la sociedad romana consideraba que no merecía ser llamado humano, se lo consagraba a los dioses en caso de que éstos quisieran salvarlo provocando algún hecho fantástico para su liberación, se le tatuaba la frente y era dejado a su suerte para que quien así lo quisiera, dispusiese de su vida; el único delito era usarlo como sacrificio a alguna divinidad.
Como no podía ser de otra manera, y por fortuna, los dioses nunca intervinieron para salvar a los condenados, tan pronto como los homo sacer eran “liberados” la muchedumbre se hacía cargo de ellos con la conciencia tranquila de saber que no recibirían castigo alguno ni divino ni humano. Nunca un homo sacer vivió más de un mes.
Hoy las sociedades “civilizadas” como la nuestra, permiten que criminales, asesinos, violadores, descuartizadores, infanticidas, feminicidas y otros tengan condenas irrisorias por cohecho o por ser menores de edad, que no las cumplan debido a la negligencia y corrupción del maltrecho sistema judicial nacional y cometan reincidencia, y que, en última instancia, anden por ahí haciendo gala de su inhumanidad.
En el aquí y el ahora, el HOMO SACER son las víctimas, sus victimarios les despojan de su humanidad por primera vez al someterlos a vejámenes indecibles y finalmente acabar con sus vidas de manera cruel y monstruosa, luego el Estado los despoja por segunda vez de su humanidad al no hacerles justicia y protegiendo a los criminales bajo el argumento de que son humanos y de que tienen derechos. Por último, estas pobres víctimas, totalmente deshumanizadas por el sistema, aparecen en los medios, siendo despojadas por tercera vez de su humanidad al ser expuestos sus despojos en busca de más rating, contando una y otra vez las desafortunadas historias que los llevaron a su fin. Algunos pretextan que esto provoca la indignación de la gente. ¿Y de qué sirve la indignación si al día siguiente nos vamos al Gran Poder o al clásico y nos olvidamos de todo?
Lo que pasó con el niño de Yapacaní fue monstruoso, y pienso que los vecinos que casi terminan con la vida de uno de los asesinos, no pudieron olvidar su indignación y ejercieron un acto de justicia en todo sentido, porque justicia es darle a cada quien lo que se merece y los violadores de este caso, no sólo merecen, sino que son reclamados por la conciencia “humana”, si existe alguna, a su aniquilación. ¿Qué rehabilitación puede haber para ellos?
Una sociedad justa los eliminaría, pues, sin importar su historia, los traumas del pasado con los que los “buenitos” justifican las iniquidades que sujetos como estos cometen, queda claro que son individuos perniciosos y reincidentes, y que nada de lo que se haga podrá cambiarlos. Está bien, la sociedad los hizo así, entonces la sociedad también tendría que hacerse cargo de ponerles fin a sus existencias fallidas.
Por si acaso, con esto no pido de manera alguna que en Bolivia se imponga la pena de muerte porque una pena así no puede implementarse en un sistema judicial podrido como el nuestro. Sin duda, veríamos condenados con pasmosa celeridad y particular saña a enemigos políticos de los gobiernos de turno mientras que verdaderos culpables saldrían libres o huirían gracias a coimas y/o influencias, exactamente igual que ahora.
Entonces ¿qué hacemos? No lo sé, yo la verdad, les confieso que si alguien toca a cualquiera de mis seres queridos, aplico el homo sacer con ese alguien sin remordimiento alguno. Así de simple.
SAYURI LOZA
Historiadora, diseñadora de modas, políglota, artesana, bailarina.
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21