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CARLOS LEDEZMA
Uno de los episodios más ilustrativos de la mitología griega es la de Procusto, Hijo de Poseidón y Silea, a quién la historia recuerda como un posadero que vivía en las montañas del Ática. Con tratos amables engañaba a los viajeros ofreciendo su lecho de hierro para que puedan pasar la noche. Mientras dormían, se daba a la tarea de perpetrar los actos más despiadados y crueles en contra de sus víctimas. Los ataba y amordazaba, para acto seguido mutilarlos a golpe de hacha o estirarlos a golpe de martillo, en su empeño enfermizo de igualarlos a la medida de la cama siniestra, que no era otra, que la suya misma.
La magnífica tradición de la mitología griega extrae relatos que traspasan la línea del tiempo, invitándonos a reflexionar acerca de los aspectos profundos de la personalidad humana. Este relato nos transporta a los oscuros rincones de la antigua Grecia, en la que Procusto, conocido también como Damastes –por tratarse de un avasallador, manipulador y controlador–, aparentando hospitalidad y generosidad invitaba a los viajeros para que puedan descansar en su posada.
Dentro se encontraba una cama forjada en hierro, que sin que el viajero pueda apercibirse, resultaba la herramienta donde se ejecutaban las torturas más nefandas, con el único propósito de igualar a las personas de acuerdo a la visión del torturador. Cuando el visitante resultaba ser de mayor estatura, era mutilado con hachas, cuchillos y otras herramientas que lo ajustaran a la medida. Por el contrario, si el viajero resultaba ser de menor estatura, era estirado violentamente a martillazos, con sogas y pesos de metal. Este acto criminal, revelaba la obsesión que tenía Procusto por imponer de manera forzada la igualdad entre los hombres y su falta de capacidad para aceptar las diferencias.
Teseo, hijo del rey Egeo de Atenas –el mismo que rescató a Creta del terror provocado por el minotauro–, llegó de forma inesperada a la posada de Procusto. Tras hablar con él, dedujo rápidamente cuales eran sus malas intenciones. Lo desafió a que sea él (Procusto) quien se acostase primero en la cama de hierro. Al verse descubierto, ambos personajes libraron un combate intenso. Teseo con coraje y determinación salió vencedor y aplicó los castigos que el malvado utilizaba contra sus víctimas.
Ese mito surgido en la antigua Grecia en un tiempo en el que los dioses caminaban entre los mortales, resulta ser una historia de desafío a la opresión y la restricción de las libertades y sigue siendo relevante hasta nuestros días. La historia de Procusto y Teseo, muestra la importancia de respetar la diversidad, la autonomía y los derechos naturales de todos los hombres, en lugar de pretender imponer criterios de uniformidad en detrimento de la individualidad y la libertad del ser humano.
El síndrome de Procusto es apreciable en diferentes espacios de interrelación humana, haciendo referencia a las personas que se muestran intolerantes con el éxito ajeno. Quienes lo sufren detestan a quienes destacan del resto y se encargan de menospreciar las ideas y proyectos que son propuestas por ellos. Manifiestan permanentemente su deseo de igualdad sin hacer el mínimo esfuerzo por mejorar personalmente y justifican todos sus males con la tan vilipendiada “desigualdad”.
Los rasgos característicos del trastorno son: el exacerbado miedo a reconocer que otras personas puedan tener mayor y mejores conocimientos, detestan a quienes tienen iniciativa y proactividad, reiteran y se enfocan en hacer trabajos en equipo para descargar responsabilidades en espaldas ajenas, gustan hablar mucho y escuchar poco, buscan apoyos en terceros para poner frenos a los individuos que destacan y se muestran iracundos cuando alguien más tiene la razón.
Estamos caminando absurdamente a lo que Jerome K. Jerome, plantea en su obra titulada “La Nueva Utopía”, misma que refleja una alegoría de la igualdad en un mundo distópico que discurre en el siglo XXIX, donde las personas finalmente logran ser uniformadas. Habiéndoseles arrebatado la capacidad de amar, de sentir, de pensar, reciben sus alimentos siempre a la misma hora, vistiendo con las mismas ropas, peinados de la misma manera, durmiendo en bloques. A quienes crecían por encima de la talla, se les cortaba una pierna o un brazo para igualarlos, a los inteligentes, los operaban de sus cerebros reduciendo su capacidad de pensar a la mitad, siempre a nombre de “la mayoría”.
Las sociedades modernas están renunciando progresivamente de forma irreflexiva a su libertad, inspirados por una falsa seguridad puesta en manos del Estado Leviatán. Se ha pasado de la “igualdad ante la ley” a una idea de “igualdad mediante la ley”, criminalizando a los generadores de riqueza, expoliando por diferentes medios los recursos que permitan sostener el aparato de control que cada vez es más grande y por ende, más peligroso.