Con voz pausada, con aire reflexivo, el politólogo y analista Erick Fajardo respondió a Irguen Pastén de RTP, afirmando que veía emerger una Santa Cruz cunumi, mestiza y de provincia, por contraste a la Santa Cruz imaginada por (Rubén) Costas y los cabildos de la pasada década.
Anatema contra el sustancialismo de la “raza bendita” que se imagina heredera única del llano y que regenta la política cruceña desde hace siglos con una dinámica de señorío escocés; una regencia tipo normandos sobre sajones de la antigua Bretaña. La filosofía esencial de esa regencia se plasma en el lema de “La hospitalidad del cruceño es ley”, o, en paráfrasis foucauldiana, en la estructura social de Santa Cruz están los dueños de casa y luego todos los demás, que son huéspedes sujetos a esa ley.
Es ese primer mandamiento de la cruceñidad imaginada que fue enforzado contra Fajardo con la virulencia de la Ley del Lynch. El aparato represor y policía del pensamiento regional, sus redes de TV, agendaron la alevosa osadía de haber ensalzado lo cunumi y provinciano en tono de ofensa. Operaron como mejor saben: aislando los dichos y haciendo exponencial las paráfrasis por referido, es decir el “dice que dijo”, para jalar la lengua a despistados políticos conductualmente acondicionados para responder a ese tipo de estímulo.
Las primeras 48 horas fueron de desconcierto y trauma por el volumen de la operación mediática. Las posteriores 72 le permitieron a la intelectualidad entender y asumir posición.
El primero fue el constitucionalista Henry Pinto, que denunció en Facebook el deliberado afán de distorsionar, por vía de la descontextualización, lo expresado por Fajardo.
Luego siguió Javier Bejarano, que confrontó el intento en Twitter de un imberbe diputado de Carlos Mesa de llevar el linchamiento a La Paz, recordándole a Ormachea que, lejos de ofensas, Fajardo había planteado el debate de la sustitución de elites, algo por lo cual Carlos Mesa había sido castigado en la pasada elección por esas mismas elites.
Un día más tarde, Freddy Bobaryn tiró otro tuit llamando a “no matar al mensajero” de un debate que Santa Cruz debía enfrentar entre sus identidades emergentes y las imaginadas.
Pero, sin duda, el punto más álgido del debate se suscitó en Facebook el pasado lunes, cuando fue Carlos Hugo Molina quien respondió a la ironía de su coterráneo Pablo López Waissman – “Al final el pelón Fajardo tenía razón” – con un contundente “Claro que sí, también somos cunumis, provincianos y muchas cosas más, ¿alguna duda?”.
Maten al mensajero, pero la agenda está instalada. Hay otra Santa Cruz emergente y la represalia de las viejas elites contra quienes agenden el tema no van a detener este proceso social. El fin de ciclo del MAS dejó nuevas elites cunimis y migrantes huérfanas. Pero las elites tradicionales no lograron ni comprenderlas ni asimilarlas. Por eso que se revindique e interpele lo cunumi desde occidente los perturba y asusta.
- CLAUDIA MALLÓN VARGAS
- POLITÓLOGA. EX DIPUTADA NACIONAL
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