La crisis de abastecimiento de combustibles en Bolivia ha alcanzado un punto crítico, especialmente en ciudades como Santa Cruz de la Sierra, donde las filas de vehículos en busca de gasolina y diésel se extienden durante días. En cada esquina y estación de servicio se percibe la frustración, mientras la competencia entre ciudadanos por obtener carburantes se convierte en una lucha diaria. Tal es la desesperación, que incluso conductores de transporte público, que dependen del gas para trabajar, están viéndose perjudicados, porque los mismos ciudadanos aseveran que si los que tienen vehículos de diésel y gasolina no tienen dónde cargar estos carburantes, tampoco deberían tener los que quieren gas.
La señora Claudia López, entrevistada recientemente cerca de la Plaza del Mechero, relató cómo los bloqueos de ciertos sectores impiden que los choferes de microbuses accedan al gas. Estos grupos, al ver agotado el suministro de gasolina y diésel, buscan alternativas, mientras recrudece la competencia entre bolivianos que, en lugar de apoyarse, se ven empujados a una rivalidad sin fin. Este enfrentamiento refleja el deterioro de la economía y cómo el Estado de bienestar se está quedando sin sustento.
Las subvenciones, que en un inicio fueron un paliativo para algunos sectores, ahora se han convertido en una carga que consume el poco dinero que tiene el país. Bolivia ha perdido contratos de exportación de gas y con ellos la entrada de dólares que alimentaba a estas subvenciones.
Sin dólares, las importaciones de carburantes se ven afectadas, impactando no solo en el transporte, sino también en la canasta familiar. A medida que escasean los combustibles, los precios de los alimentos y bienes de primera necesidad suben, impulsando una inflación que golpea los bolsillos de los ciudadanos, sobre todo de aquellos de menores ingresos.
¿Cómo llegamos a este punto? La falta de diversificación productiva y la dependencia de una sola fuente de ingresos han debilitado la economía boliviana. En lugar de promover el crecimiento a través de exportaciones, producción e innovación, el Estado se ha convertido en un proveedor de subsidios, una práctica insostenible que ahora está cobrando su factura. Los precios suben y los recursos para mantener las subvenciones se esfuman. Sin una estructura económica sólida, el país se encuentra al borde de una crisis social donde el ciudadano común debe enfrentarse a sus propias decisiones, por haber elegido a un partido político que persigue el comunismo.
La situación actual, sin embargo, se ve agravada por factores políticos. Sectores afines a la reelección de un expresidente, cuestionado en términos de ética y legalidad, están utilizando el conflicto social como un medio de presión. Movilizan a sectores campesinos e indígenas, generando bloqueos y conflictos con fines políticos. Esta estrategia de manipulación busca recuperar el poder a toda costa, sin importar el perjuicio que causa a la ciudadanía. La ambición política, alimentada por líderes que deberían enfrentar sus procesos legales en vez de desestabilizar al país, exacerba la situación y profundiza la división entre los bolivianos.
La crisis de desabastecimiento de combustibles no solo evidencia la falta de planificación, sino también la desconexión entre los ciudadanos y el Gobierno. La escasez de gasolina y diésel, sumada a los bloqueos y enfrentamientos, muestra que el país necesita un cambio de rumbo urgente. Es momento de preguntarnos si realmente queremos continuar dependiendo de un sistema de subvenciones y bonos que ha demostrado ser insostenible. Debemos reflexionar como sociedad y considerar alternativas que nos permitan salir de este círculo vicioso.
Liberar a Bolivia de la dependencia de subsidios y construir una economía que se sostenga sobre la base de la producción y la exportación no será fácil, pero es posible. Debemos impulsar una ideología que valore el trabajo, la innovación y el emprendimiento, en lugar de una dependencia de bonos y ayudas temporales. A medida que el mundo avanza, Bolivia debe evolucionar hacia un modelo económico que no dependa de recursos naturales ni de políticas populistas, sino de la capacidad de su gente para crear, producir y competir en el mercado internacional.
Si queremos un país libre y próspero, debemos abandonar las prácticas que nos atan al pasado y adoptar una visión que fomente el crecimiento y la autosuficiencia. La solución está en manos de todos los bolivianos: trabajar juntos, no como egoístas, sino como ciudadanos comprometidos en construir un mejor futuro.
¡La independencia económica se logra cuando las personas pueden prosperar a través de su trabajo y talento, no a través de subsidios temporales!
Debemos impulsar una ideología que valore el trabajo, la innovación y el emprendimiento, en lugar de una dependencia de bonos y ayudas temporales.
- Escarlet Pérez
- Ingeniera Comercial. Abogada. Periodista en ejercicio. Coordinadora Local de Student For Liberty y columnista en Federación Internacional de Juventudes Liberales (IFLRY)
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