El último espía de la Guerra Fría

ERICK FAJARDO

Detenido en diciembre en Miami, acusado de haber actuado encubierto como doble agente, al servicio secreto del régimen castrista por cuatro décadas, Manuel Rocha, diplomático del Departamento de Estado entre 1981 y 2002; el eslabón oculto de la Red Avispa; el partero de la era narco-guevarista en Bolivia, pasará a la historia como el último y más icónico espía de la Guerra Fría.

No hay hipérbole en esta premisa cuando ya en 2011 Fernando Morais inmortalizaba en una crónica a sus camaradas de la tan famosa cual infame Red Avispa como “Los últimos soldados de la Guerra Fría”. Con más razón Rocha, que estuvo en primera fila de la puesta en escena de la historia de Latinoamérica, o más bien, detrás de la cortina, operando el resurgimiento del castrismo, deja una estela que opaca aun la del doble agente británico Kim Philby, “El espía que huyó al frio” tras 30 años infiltrado por la URSS en el MI6.

Como un preludio, Rocha estuvo en cada escenario crítico para el socialismo latinoamericano. Asentado en Tegucigalpa durante la fase terminal del Irán-Contras (1987-1989), Representante en La Habana cuando Hermanos Sin Fronteras (1995-1997), Jefe de Misión en Argentina durante el ocaso de Menem y la génesis de la izquierda piquetera de Salas (1997-2000) y Embajador Plenipotenciario en La Paz durante la elección presidencial 2002, donde desataría la crisis política más prolongada de la historia de Bolivia.

Su accionar, bajo bandera de EEUU pero en interés estratégico de Cuba, desató un silencioso tsunami de efectos políticos siendo el más importante el haber llevado al extremo el deterioro de la legitimidad de los EEUU en Latinoamérica. Sus operaciones fueron, como él mismo confiesa, un torneo Grand Slam; no golpes aislados sino un esfuerzo sincrónico y consistente, fundamental para definir ese giro totalitario a la izquierda de la política latinoamericana que la retórica neo-castrista denominó “Socialismo del Siglo XXI”.

La Red Avispa no fue una burda operación de infiltración del anticastrismo, ni fue su mayor logro derribar un par de aviones con exiliados cubanos, sino que propició el rebranding del régimen cubano, asfixiado por su pobre manejo del estado y las relaciones exteriores, por el de una nación antiimperialista capaz de infiltrar a la primera potencia del mundo en un acto de desagravió y justicia histórica por la violación de su soberanía aérea y territorial, mostrándole al mundo que más allá del fracaso de sus campañas de internacionalización de la revolución, el David caribeño podía jugarle de igual a igual a Goliath en el tablero de la geopolítica.

En la misma lógica, lejos de las consideraciones superficiales de los actores políticos de esa época, su operación de intervención electoral en Bolivia no buscaba hacer a Evo Morales presidente sino generar el clima social que le daría a la izquierda las condiciones para instalar un régimen de largo plazo. Rocha tenía un propósito mucho más calculado que el mero efecto electoral: Unificar a los dispersos y variopintos movimientos sociales, distribuidos entre el sindicalismo del MNR, la social democracia del MIR y el emergente ordo liberalismo moderado del favorito NFR, unificándolas detrás del más improbable pero más letal de los posibles caudillos de izquierda: El favorito de Fidel, Evo Morales.

Rocha no le dio a Evo la silla, sino el hándicap de haber sido ungido por el imperio como su némesis y la autoridad política para subalternizar detrás suyo a líderes de organizaciones históricas que hasta antes de Rocha repelían a Evo y al sector cocalero como parias. En la perspectiva larga, Rocha desató la dinámica social que definiría la salida de la DEA de Bolivia, la expulsión del Embajador de los EEUU y la hegemonía socialista que llevaría a Morales a ser reelecto tres veces e intentar perpetuarse en una cuarta fallida elección.

A Bolivia llegó en 2000, a relevar a otro hueso duro de roer, la obstinada Donna Hrinak, desgastada por la fallida intentona de Tuto Quiroga contra Banzer y la Guerra del Agua. Luego de él vendrían David Greenlee y finalmente Phillip Goldberg, ambos ya de limitada autoridad. La era de los virreyes de la Avenida Arce terminaba con Rocha dejando el país en agosto de 2002.

Allan Moore, autor de “Desde el infierno” asume que Jack el Destripador dio a luz al Siglo XX, Manuel Rocha de muchas maneras, fue el partero del Socialismo del Siglo XXI. Su silenciosa saga es el triunfo final de la fábula política de Cuba sobre la narrativa geopolítica de occidente, el enemigo póstumo que Ian Fleming habrá soñado para el comandante James Bond, o Tom Clancy para una última saga del Dr. Jack Ryan tras haber dado Caza al Octubre Rojo.

ERICK FAJARDO POZO
Consultor en Comunicación Política
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21