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EMILIO MARTÍNEZ
La expansión del Tren de Aragua representa un salto cualitativo, dentro de un largo ciclo de formación de milicias ligadas al narcotráfico y a un proyecto político continental. En el principio fueron las narco-guerrillas de Colombia, que primero acudieron al tráfico como fuente de financiamiento, hasta que el “arma” se fue convirtiendo en su “alma”, en su razón de ser.
Después, en el marco de una estrategia de “guerra multidimensional” que incluía la desestabilización contra la democracia, aquellas narco-guerrillas fueron alimentando y organizando milicias sociales: campesinas, vecinales, estudiantiles y sindicales, en el marco de cuyas movilizaciones se utilizó frecuentemente, de manera perversa, a francotiradores encargados de producir bajas en el “campo popular”, generando victimismo y escalando los conflictos.
En el 2000-2003, este know how de milicias sociales fue exportado a Bolivia por las narco-guerrillas, contribuyendo a un golpe de Estado que fue tan exitoso en lo operativo como en lo comunicacional, con la instalación de una “versión de los hechos” que sólo en los últimos años ha comenzado a derrumbarse.
La experiencia de milicias sociales, ajustada y enriquecida en Bolivia, volvió a reactivarse después del primer gran reflujo electoral de las fuerzas continentales del narco-populismo (léase ALBA y Foro de Sao Paulo), aplicándola en Chile con luchas rurales preparatorias (en áreas mapuches), agitación estudiantil y un asalto final en 2019 con luchas urbanas.
Algo muy similar se volvió a aplicar en Colombia en el 2021, cerrando el círculo de exportaciones y reimportaciones del conocimiento revolucionario, o narco-revolucionario más precisamente.
Otras experiencias, en Ecuador (contra Lenin Moreno y Guillermo Lasso) y en Perú (contra Dina Boluarte) no fueron tan exitosas, mostrando los límites de esta metodología y la necesidad de llevar ese cúmulo de prácticas de guerra asimétrica a un nuevo umbral. Esto se produjo, finalmente, en Ecuador a comienzos del 2024, donde el uso de las milicias sociales dio paso a la acción directa de las bandas armadas del narcotráfico, contra infraestructuras civiles y comunicacionales.
Había llegado la hora del upgrade, de pasar a una fase superior, con la acción masiva de las bacrim (bandas criminales) a escala política y social.
Ahora, con la expansión por el continente de una de ellas, el Tren de Aragua, el proyecto narco-populista tiene un brazo operativo de alta peligrosidad, incluso con la capacidad de ejecutar una suerte de “Plan Cóndor” contra militares exiliados que representan alguna molestia para los regímenes del crimen organizado de la región, lo que debería estar concitando una activación mucho más seria de los mecanismos de alerta internacionales.