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CARLOS LEDEZMA

Aldous Huxley señala con acierto que, “Después del silencio, lo que más se aproxima para expresar lo inexpresable, es la música”. No es necesario subrayar, que la música tiene un componente muy particular que le permite diferenciarse de lo que representa la expresión hablada, el virtuosismo del “l’art pour l’art”, al igual que en la poesía, se encargan de derrochar un lenguaje almibarado con pericia y libertad, logrando alcanzar las fibras más sensibles de los corazones humanos.

El “Toque del Silencio” o “taps”, fue escrito en 1862. Usado originalmente para anunciar el fin de la jornada, se convertía en la instrucción que empleaba el ejército norteamericano en sus guarniciones y campamentos militares para anticipar la noche y el silencio que debía reinar en cada una de ellas. Durante la Guerra de Secesión de los Estados Unidos de América, la versión de “taps” alcanzó su máximo apogeo, convirtiéndose en homenaje fúnebre para los caídos.

Según señala el historiados castrense Jari Villanueva, una vez iniciada la Guerra Civil norteamericana, el General Daniel Butterfield, se encontraba descontento con la melodía del “toque del silencio” que provenía de las partituras de música militar francesa. Ante esta situación, el general pidió a su ayudante de nombre Oliver Wilcox Norton, que escribiera una nueva melodía para tocarla durante las noches. Butterfield, buscaba, una melodía que pueda rendir homenaje a los soldados caídos, por lo que el pedido fue bien recogido por Wilcox, que compuso una melodía titulada “taps”, que terminaría extendiéndose alrededor del planeta.

La melodía alcanzó un componente de luminosidad de principio a fin, pudiendo destacarse su impactante y sereno final. 24 notas secas fluyendo a repentinas, separadas por silencios marcados. Es sin lugar a dudas una de las melodías más originales y emotivas por todo el significado que encierra su interpretación. Claude Debussy decía: “La música es también el silencio entre las notas”, por lo que el silencio es parte de la melodía que se interpreta, haciendo que se disfrute con más brillo, logrando conmocionar y transmitir su mensaje.

El resultado de la composición sencilla y emotiva, permitió que se adapte rápidamente a las distintas guarniciones del ejército norteamericano, utilizándose fundamentalmente en los funerales militares, aunque con el paso de los años, también comenzó a emplearse como homenaje a los fallecidos en general. La primera vez que se utilizó fue el año de 1862, durante las campañas militares en la Guerra de Secesión o Guerra Civil de los Estados Unidos de América.

Una de las historias más conmovedoras que se cuentan a este respecto, es la del Capitán del Ejército de la Unión, Robert Elly, quien se encontraba acampando en Harrison’s Landing, cerca de Virginia, junto a sus hombres. Durante una larga jornada en la que habían combatido arduamente contra el Ejército Confederado, se encontraban descansando durante la noche. Un lamento agudo rompió el silencio y prorrumpía amplificado por el lastimero quejido de un hombre herido. Con el sueño interrumpido, interesado en rescatar al desafortunado, el Capitán abandonó su lecho y salió en su auxilio, sin interesarle si se trataba de uno de sus hombres o era algún soldado confederado.

A riesgo de su propia vida, el Capitán llegó hasta donde se encontraba el joven soldado, cargando con él a cuestas, pudo trasladarlo hasta su campamento. Para su desconcierto, cuando alcanzó zona segura, el soldado había muerto. En medio de la profunda oscuridad de la noche, Robert Elly encendió una linterna, descubriendo con estupor que aquel soldado confederado, con el rostro ensangrentado, no era otro que su hijo. Aquel que se había ido de casa a las tierras del Sur para estudiar música y se había enlistado en filas del ejército confederado sin decirles nada a sus padres, yacía en aquel lugar, muerto.

Inmediatamente dio a conocer la noticia a sus oficiales superiores, quienes no pudieron negarse al pedido del Capitán Elly, para proceder a dar cristiana sepultura a su vástago, aun tratándose de un soldado del bando enemigo. Lo que sí le negaron, fue el pedido de una guarnición de músicos que pueda rendirle homenaje, ofreciéndole tan solo a un músico que él eligiera. El Capitán eligió al corneta de la banda militar, quien interpretó con toda la solemnidad del mundo las partituras sangrantes encontradas en el bolsillo de aquel soldado caído, que no eran otras que las del “toque del silencio”.

La historia del “Toque del Silencio”, traspone los límites de la música para convertirse en testimonio perpetuo de conexión entre la vida y la muerte. En pleno desarrollo de una sangrienta guerra fratricida, emergió la melodía como un lamento, para ungir los corazones de quienes lloran la partida de sus muertos. Una tonada, convertida en eco de emociones que expresan lo que, en palabras simples, resultaría inexpresable.

Las notas musicales se convierten en susurros eternos de la memoria guardando silencio, magníficos recuerdos evocados por los sentimientos más profundos. Sonidos y melodías que trascienden el tiempo y las circunstancias en las que discurre la vida. Y en la luz desnuda vi / diez mil personas, tal vez más / personas hablando sin hablar / personas escuchando sin escuchar. / Gente escribiendo canciones / que las voces nunca comparten / nadie se atreve / a perturbar el sonido del silencio. / Necios, dije, no lo sabéis. / El silencio crece como un cáncer (The Sound of Silence).

CARLOS MANUEL LEDEZMA VALDEZ
Escritor. Investigador. Divulgador Histórico. Consultor de Comenius S.R.L. Ingeniería del Aprendizaje
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21