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CARLOS MANUEL LEDEZMA
Cuentan las crónicas del 15 de octubre del año 1990 que, el Comité Nobel del Parlamento noruego (Storting), daba a conocer la elección del por entonces presidente de la Unión Soviética, Mijaíl Gorbachov, para que sea reconocido como Premio Nobel de La Paz correspondiente al mismo año. Desde Oslo, la encargada de dar el anuncio era Gidske Andersson, misma que había asumido la presidencia del comité tras el fallecimiento de Egil Aarvid y se estrenaba en el cargo con tan importante comunicado.
Tras un severo debilitamiento de los estados del Este de Europa, exacerbado durante la década de los años ochenta, Mijaíl Gorvachov ponía fin a siete décadas de regímenes comunistas y posibilitaba que miles de jóvenes abracen la esperanza y recuperen su libertad, tras la simbólica caída de la Cortina de Hierro.
El cambio global marcado por el final de la Guerra Fría, trajo como resultado una supremacía de los Estados Unidos, consolidándola como la principal potencia del mundo. Las implicaciones no se dejarían esperar y derivarían en el surgimiento de nuevas dinámicas y nuevos problemas de orden nacional y multinacional. A la par, comenzaban a emerger posturas y debates teóricos que intentaban dar explicación a los nuevos fenómenos y determinar el alcance que traería consigo el quiebre de aquellos paradigmas.
En medio de aquel panorama, diversos investigadores de los Estados que experimentaban una crisis, daban a conocer las conclusiones de su trabajo. Un informe publicado por la revista estadounidense “Foreign Policy”, introdujo el término de “Estados fallidos”, en referencia a los países ineficientes en la provisión de servicios a su población, los mismos que carecían de instituciones políticas y sociales sólidas, Estados a los que consideraban una amenaza para sus propios ciudadanos, para los Estados vecinos y para el orden internacional.
Durante el gobierno de Gorvachov, la Unión Soviética intentó revertir sus políticas económicas, dando un vuelco total en dirección a la apertura económica con el resto del mundo, flexibilizando las políticas estatales y construyendo puentes de comunicación con los Estados capitalistas que habían permanecido aisladas por el régimen soviético. Redujo las tensiones políticas entre los polos que se habían creado y posibilitó que las disputas históricas entre capitalistas y comunistas fueran extirpadas del ideario de grupos de gente joven que alcanzaba a ver el mundo con optimismo.
A contracorriente, los grupos que habían quedado desamparados del patrocinio soviético, trabajaban en la reconstrucción de un proyecto que incluía a los países hispanohablantes. Personajes como Heinz Dieterich (alemán); Noam Chomsky (estadounidense): István Mészarós (húngaro); Alan Woods (británico); Juan Carlos Monedero (español), entre otros, comenzaban a configurar las políticas “gramscianas” que se enquistarían en buena parte de los gobiernos latinoamericanos y que han promovido una crisis institucional que se arrastra hace décadas.
Según algunos de estos intelectuales de izquierda, Latinoamérica sería “la esperanza del socialismo una vez que había colapsado el comunismo con la caída del Muro de Berlín”. Estableciendo un nuevo relato bajo el entendido de que los nuevos gobiernos serían algo diferente al totalitarismo soviético, libres de corrupción, llenos de “amor”, solidaridad e igualdad. Una vez puestos en práctica, han mostrado que las instituciones fueron devastadas, las economías más prósperas aniquiladas e impera el odio y el terror como instrumento para conservar el poder.
Tras la renuncia obligada de Mijaíl Gorbachov, Boris Yeltsin asumiría el poder el 10 de julio de 1991, poniendo fin a la Perestroika, que había buscado recomponer la política económica de la Unión Soviética y que había abierto la puerta a la reconfiguración política de las regiones en todo el planeta. Tras el fracaso, la reconfiguración vista en perspectiva tras varias décadas, no termina por convencer.
Para cambiar los sistemas que se han mostrado ineficientes en la búsqueda de soluciones a los distintos problemas, es imperativo trabajar en la construcción de un sentido común opuesto al que prevalece. Se debe ser capaz de incorporar ideas y conceptos que suenan impopulares, para que lleguen a convertirse en populares. Se debe permanecer escéptico ante cualquier situación que derive del Estado, asumiendo la responsabilidad individual, haciendo énfasis en la necesidad del respeto que debe existir por el proyecto de vida de las personas, buscando de forma incansable que se garantice la propiedad privada, en base a valores e ideas ancladas en la esperanza de ver una transformación real en la especie humana.