En 1979, Gordon Tullock, profesor de economía y académico de la Escuela de la elección pública, regaló al mundo su libro: Los motivos del voto. El trabajo, a pesar de su pequeña cantidad de hojas, desmonta muy bien los sofismas y falacias que sostienen las campañas de marketing político y del sistema educativo, veamos:
El burócrata noble y el malvado empresario: se suele presentar a los empresarios como egoístas que, solamente, buscan su interés personal y, al mismo tiempo, al burócrata como un ser noble con los sentimientos más sublimes para con su prójimo. Sin embargo, ambos son egoístas, la diferencia radica en los medios con los cuales se alcanza satisfacer los intereses personales. El hombre de negocios, necesariamente, tendrá que hacer feliz al consumidor para poder conseguir sus objetivos pecuniarios, de ahí, la necesidad de identificar los gustos y preferencias de los clientes. Por su parte, el burócrata satisface sus egoísmos usando el poder del aparato político, por ejemplo, las coimas y mordidas para los permisos de construcción. El empresario lucra y el burócrata se aprovecha del gasto público, créame, es una enorme diferencia.
Las elecciones como mecanismos de alternancia de poder: ligado al punto anterior, la educación ha enseñado a las personas a mirar a los burócratas de una manera idílica y romántica, pero no como lo que realmente son: seres egoístas e imperfectos, igual que cualquiera de nosotros. La consecuencia directa es que, en lugar de limitar el poder del Estado, usamos las elecciones para buscar burócratas perfectos y nobles. Obviamente, caemos en la trampa de quien ofrece más cosas «gratis», o quien me da más «derechos». Ergo, no debería sorprendernos que los políticos puedan cambiar de banderines electorales y fetiches marketineros para cada proceso electoral, incluso para públicos diferentes en la misma semana.
Las fallas del mercado: las teorías económicas que apuntan a mostrar supuestos fallos en el mercado, por ejemplo, los monopolios, son, en realidad, pretextos para agrandar el poder y la esfera de acción de los burócratas. En el fondo, es un acto de superstición que convierte al burócrata en un ser omnipotente, omnisciente y omnipresente. Además, muchas de esas supuestas fallas tienen orígenes en leyes especiales y privilegios otorgados desde el poder, no en el mercado.
Sin embargo, hay una pregunta que nadie hace: ¿cómo se financian todos esos privilegios?
Fácil, con dinero privado.
Se empieza un programa de voracidad fiscal, pues los impuestos y regulaciones suben a límites intolerables, incluso amenazando la propiedad privada, por ejemplo, las «nacionalizaciones» y confiscaciones a nombre del «interés nacional».
Luego, especialmente, cuando se dan cuenta que subir impuestos no es muy popular, es hora de empezar a usar la maquina generadora de inflación. De hecho, el Siglo XX pasó a la historia como el siglo de la inflación, ya que las burocracias, en una mirada cortoplacista, usaron la máquina de imprimir billetes para contentar a sus sectores allegados, en unas ocasiones con transferencias directas a sindicatos y empresarios, u otras, con depreciaciones de la moneda local frente a las divisas internacionales. Al respecto, Juan Ramón Rallo, economista y especialista en temas monetarios, en su artículo: Devaluación o ajuste interno: no es lo mismo, explica que:
- La depreciación puede ser en algunos casos un atajo antipolíticos, pero un atajo que premia el rufián buscador de rentas y castiga al ingenioso servidor del consumidor. Nunca hacer las cosas bien será equiparable a hacerlas de manera chapucera; y la depreciación y demás salidas de políticos cerriles son unas chapuzas que nos salen muy caras.
¿Las consecuencias?
Sociedades quebradas, economías en crisis y poblaciones padeciendo dificultades de todo tipo. En conclusión, la búsqueda del tirano benevolente tiene una externalidad muy cara: el sacrificio de la libertad en el altar del poder estatal.
- HUGO BALDERRAMA FERRUFINO
- ECONOMISTA, MASTER EN ADMINISTRACIÓN DE EMPRESAS Y PHD. EN ECONOMÍA
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