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CARLOS ARMANDO CARDOZO
Lo hecho por Javier Milei en Argentina va más allá de su carrera política, es un trabajo en solitario que fue encontrando más adeptos conforme su discurso eminentemente académico mutaba en un discurso sencillo, claro y contundente difundía las ideas de la libertad.
Argentina se enfilaba a un descalabro económico sin precedentes, incluso para ellos, consecuencia de la política pública del oficialismo kirchnerista, una suerte de peronismo inflado con progresismo moderno, que tomo el poder e institucionalizo su reproducción a costa de los ciudadanos argentinos. Desde que Milei, logrará la hazaña de llegar al congreso para sentarse frente a frente a toda la casta política que antes lo miraba por el hombro durante sus años previos como figura pública en medios de comunicación bajo la etiqueta de “loquito calentón” fungiendo como instrumento de polémica y rating. Su nombre empezó a retumbar en las calles como una alternativa diferente a los mismos de siempre, quería ser presidente ¿Javier Milei, por qué no?
Lo imposible había sucedido, después de mucho tiempo alguien en Argentina señalaba los problemas por su nombre: Inflación, Altos Impuestos, Políticas Irresponsables del Banco Central, circuito Burocracia – Gasto Público – Déficit Fiscal, Corrupción y Programas Sociales de Subvención a la Pobreza.
¿Por qué es tan difícil para el político promedio actuar con integridad conforme a la verdad de los hechos de la realidad?
En su lugar se toman la molestia de elucubrar historias, apoyadas de estadística creativa, a veces sin esta, para sostener una narración en la opinión pública que con suerte pegue.
Bolivia al igual que la Argentina, sufre de estas burbujas mediáticas creadas desde el poder político enquistado en el Estado. Desde el año 2005 cuando el oficialismo (MAS) tomó el poder se encargó de reproducirlo rápidamente a costa del erario público. Hasta hoy, 2023, podemos contar solo 2 presidentes bajo una supuesta “democracia representativa”. Evo Morales sostuvo el poder hasta su renuncia tras 15 años de administración, luego de un monumental fraude que obligó a su gabinete y bancada integra a escapar del país para desmarcarse de sus responsabilidades. Lejos quedaría la consigna de patria o muerte que los caracterizaba por otra que demuestra su verdadera faceta: plata a muerte.
Su ex ministro volvería en calidad de candidato para garantizar que el MAS retornará al poder tras ese vergonzoso episodio del 2019. Lo logró porque el sistema instalado por Morales se encontraba intacto, los ejecutores posicionados y la “oposición” totalmente desarticulada, desorganizada pero sobre todo sin ideas a la hora de poner en evidencia los problemas de fondo del país engendrados por quien fuera uno de su autores materiales, Luis Arce Catacora.
Correr la agenda de discusión hacia los problemas estructurales y que estos sean acompañados de propuestas a la altura es un escenario ideal para descolocar al poder y que este fuera de su zona de confort comience a derrapar en el relato, a no cerrar las cuentas y que toda la narración se caiga a pedazos por sus propias incongruencias y sus prejuicios teñidos de luchas sociales legítimas.
Bolivia en 2025 tiene dos eventos trascendentales y simbólicos. El primero la celebración del Bicentenario de la República, una oportunidad inigualable para mirar atrás y ver los errores y aciertos que dejaron a Bolivia en el lugar que hoy por hoy ocupa. Así también identificar los desafíos pendientes por cumplir en los próximos 30 a 50 años, grietas en el sistema boliviano que aún lo condenan al subdesarrollo.
Por otro lado se desarrollaran las elecciones generales con la oportunidad inmejorable de pasar la página y salir del circulo vicioso de las materias primas/recursos naturales y sus monopolios estatales que han dilapidado oportunidades permanentemente, para sentar los cimientos de una economía sólida, diversificada y moderna para el largo plazo.
Dejando de lado quimeras como las alianzas público- privadas o las empresas públicas que más allá de representar una supuesta soberanía en su mala gestión tuvieron como único logro ampliar los espacios de poder para pagar más favores políticos.
Bolivia vive engañada en una sola opción que marca la agenda de debate con consignas vacías y la ausencia de un diagnóstico serio. Tal es así que los ciudadanos escuchan que la oposición política levanta las mismas banderas del oficialismo: “el problema no es el sistema sino sus ejecutores, hagamos lo mismo, pero dando la oportunidad de cambiar esas malas fichas”.
Derecha e izquierda en Bolivia, todo se resume a una izquierda corporativa y una izquierda edulcorada que hace las veces de oposición sin propuesta, sin ideas propias, moderando un discurso radical y violento que la práctica no lo refuta simplemente lo disimula.
El efecto Milei, no consiste en el outsider político que cosecha el descontento generalizado de la ciudadanía en el sistema político de su país. Por el contrario, es el triunfo de las ideas de la libertad por encima de un relato, un relato que no condice con la realidad de los hechos. Una propuesta que identifique esos problemas y responda directamente a ellos sin ningún tipo de compromiso o atadura política, con datos y fundamentos objetivos. Obligar al sistema político acomodado a recoger esas ideas y hablar en estos campos es una victoria en sí, porque en su desesperación cometen errores que la ciudadanía no deja pasar y termina por despertar al electorado de la importancia de su participación para promover ese cambio efectivo tan ansiado.
La esperanza de enterrar malas ideas que den paso al recambio por ideas frescas para una sociedad detenida en el estatus quo.