ERICK FAJARDO
Espectral pero ineludible, cual personaje de Charles Dickens, el expresidente Gonzalo Sánchez de Lozada acaba de ser reintroducido en la narrativa política boliviana con una eficacia que los supervivientes de su organización partidaria no hallaban hace década y media.
La sola reaparición de Goni, que orbita un exilio de 20 años en el anillo exterior de la capital de EEUU, impactó con la fuerza de una circunstancia absoluta en la linealidad de una conversación política que el gobernante MAS ha controlado desde su asunción al poder en 2005.
Y es que el depuesto expresidente es en sí mismo un discurso que crispa el imaginario social más allá de la razón manifiesta para su reaparición: Una propuesta de reforma constitucional que se le atribuye y que sus herederos expectaticios aspiran a instalar como la nueva panacea, en un país políticamente adicto a las víctimas, los chamanes, los milagros y las secuelas baratas.
Pero igual que la aparición de cada actor en las calculadas narrativas contemporáneas, éste no es un evento casual. Hay en esta reaparición, instalada con precisión de carga de profundidad, un diseño de marketing de campaña con rasgos genealógicos fácilmente rastreables.
“Se necesita a uno para reconocer a otro”, dicen los estrategas en EEUU, y no resulta difícil distinguir la factura de James Carville y Stanley Greenberg en esta disrupción en la escena política boliviana que es un refrito de la que ya ambos consultores perpetraron en 2002, usando lo más oscuro de las artes de la consultoría electoral para entonces llevar por segunda vez, aunque por un efímero periodo, a Sánchez de Lozada a Palacio Quemado.
Y precisamente porque este “cameo” para nada incidental del nonagenario patriarca del neoliberalismo es un mensaje en sí mismo, la propuesta atribuida a Goni es apenas un señuelo, algo que los productores de este remake Clase B quieren que asumamos como motivo válido y justificable para esta reinserción con efectos CGI del expresidente.
Por todo ello, al menos desde la perspectiva analítica de la Comunicación Política, discutir la propuesta adjudicada a Sánchez de Lozada resulta simplemente tan poco productivo como debatir la autoría de los trinos en la cuenta de Twitter de Evo Morales. El verdadero mensaje es Goni mismo; su background histórico – la Capitalización, la Masacre de Octubre de 2003 en El Alto y su balsámico exilio posterior en un suburbio próximo a Washington DC –, que le otorgan una mística que lo hacen un estímulo ineludible a ambos extremos del campo político boliviano.
En consecuencia, y abstrayéndonos de picar el cebo de esa frase hecha que pide no cuestionar su reaparición y “discutir el fondo de su propuesta” – dispositivo psicológico clásico de Carville para empujar dentro de su encuadre y su agenda al rival –, sugiero más bien concentrarse en el efecto total de lo simbólico y lo psicosocial de la irrupción del hombre-mensaje.
Su reforma constitucional es mera coartada para reaparecer al mensajero y matizar toda la carga de impactos psicoemocionales que Goni estimula en la memoria corta de la Bolivia plebeya, y que quienes lo invocaron esperan reanime al resto del reparto de esa dicotomía complementaria de la que fueron largamente protagonistas él y Evo, y que ahora es amenazada por la revuelta interna de Arce que quiere sacar de la escena al “jefismo” y su oposición orbital.
Igual que hizo Lenin Moreno con Rafael Correa e intentó hacer Alberto Fernández con Cristina K, el MAS de Luis Arce puso en moción un proceso de descarte de Evo Morales como referencia política. Sin embargo, especies secundarias de su ecosistema político como el gonismo están tratando de preservar el microclima en que Evo y ellas han coexistido desde la era de la neoliberalización del estado.
Goni es el símbolo de una oposición de nombre solamente que se extinguiría sin Evo y cuya subsistencia depende, paradójicamente, de asegurar que Evo sobreviva políticamente. De hecho, fue el golpe de efecto de una maniobra electoral de Carville y Greenberg en 2002 lo que instaló a Morales como el némesis de Goni en el mito de poder que le construyeron.
Por eso la reaparición de Sánchez de Lozada reanima a Evo Morales; crea en el inconsciente colectivo de la clientela política de ambos la expectativa de un remake de ese film de horror indeleble que le hicieron vivir a Bolivia y que, ya en escena uno de sus protagonistas, estimula el condicionamiento del espectador por la aparición de su antagonista. Por eso hay que leer esta movida de marketing no literalmente, como los medios y los consultores liberales que la produjeron quieren, sino en código de Comunicación Política.
A tono con la política continental bajo la egida de las izquierdas Woke, Evo y Goni componen una dicotomía simbiótica, un par binario cuya marca es la crisis. Lo saben bien Carville y Greenberg pues Evo y Goni, y su largo reparto de actores secundarios y extras, son personajes de un guion que ambos consultores Demócratas escribieron para una funesta puesta en escena electoral, allá por el año 2003 en la Bolivia de la era Clinton.
ERICK FAJARDO POZO
Master en Comunicación Política y Gobernanza por la GWU de EEUU
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21