El apoyo de Estados extranjeros a organizaciones nacionalistas radicales en el mundo

La crisis mundial con escenarios bélicos activos continúa y nuevamente la sombra del nazismo se hace presente con advertencias de intervención de potencias extranjeras en otros países.

Esa suerte de nacionalismo radical vuelve al debate tras un siglo de historia.

En el conflicto entre Rusia y Ucrania, por ejemplo, las autoridades del Kremlin han identificado la influencia occidental incluso para perjudicar el ámbito electoral de Kiev.

Los países europeos, declaró en la semana el ministro de Asuntos Exteriores de Rusia, Serguéi Lavrov, “encontrarán algún nuevo semiführer, que será menos dependiente de diversas sustancias, pero la esencia del régimen permanecerá”.

La alusión se hace ante los llamados de Estados Unidos para que Ucrania vaya a las urnas para restablecer la democracia, pero la Unión Europea podría ir en contra de aquello para mantener en el poder a Volodímir Zelenski, cuyo mandato expiró el pasado 20 de mayo de 2024.

Desde Alemania, el electo canciller Friedrich Merz, sugirió el lunes, ampliar el apoyo militar a Ucrania incluso con misiles de crucero Taurus destinados a atacar el puente de Crimea.

La respuesta del vicepresidente del Consejo de Seguridad de Rusia, Dmitri Medvédev, fue categórica. Le dijo a Merz que piense dos veces esa medida y le recordó su pasado nazi, por el abuelo del germano quien fue alcalde de la ciudad de Brilon entre 1917 y 1937, durante la Segunda Guerra Mundial.

Según analistas, estas formas de influencia extranjera se dan en el contexto posterior a la Segunda Guerra Mundial, con países que comenzaron a utilizar movimientos nacionalistas para lograr sus objetivos geopolíticos.

Los países que buscaban expandir su influencia a menudo encontraban aliados entre los nacionalistas locales. El apoyo a estos movimientos podría incluir recursos financieros, asistencia técnico militar y apoyo diplomático.

Como antecedente, las corrientes nacionalistas radicales comenzaron a surgir en la década de los años 1920 con jóvenes que comenzaron a buscar una alternativa ideológica a la democracia liberal o el humanitarismo. En Polonia luego se constituirían las directrices programáticas de la Sección Académica de la Gran Polonia en 1932 y dos años después se creó el Campo Nacional Radical. Ya en la etapa del nazismo, estas agrupaciones se alienaron a las corrientes fascistas, aunque luego quedarían aisladas.

Otro ejemplo de intervención externa es el de Turquía, que a partir de 1991 comenzó a fijar su mirada en los Balcanes en el antiguo espacio geopolítico otomano y ante el desorden global de la época. Con la llegada al poder de Recep Tayyip Erdoğan en 2014, Ankara definió ser un poder regional dentro de la misma Unión Europea, aprovechando su condición geopolítica en transporte y migración.

Según el portal Euronews Turquía en los últimos años “ha multiplicado su presencia en la zona, tanto política como económica, ha financiado y participado en la construcción de la autopista que une Belgrado con Sarajevo. Tanto la Unión Europea como los países vecinos esperan que se complete este proyecto de transporte por carretera como señal de progreso en estos momentos de tensión”.

El Estado turco apoyó activamente a los bosnios, a los musulmanes bosnios y otros grupos étnicos que pudieran resistir al nacionalismo serbio. Esto creó relaciones geopolíticas complejas entre los países balcánicos, donde el apoyo a algunos grupos correspondía a los intereses de actores externos, mientras que el apoyo a otros los contradecía.

En ese complejo panorama, analistas explican algunas razones por la que los Estados deciden apoyar a las organizaciones nacionalistas radicales: Ampliar la influencia. Al apoyar a estas organizaciones los estados pueden influir en los asuntos internos de otros países y garantizar sus intereses en la arena internacional.

Beneficio económico. Muchos grupos nacionalistas radicales pueden ser utilizados para obtener el control de recursos naturales, rutas estratégicas y vías económicas.

Aspectos culturales. Cuando los Estados apoyan movimientos nacionalistas en otros países a veces esperan preservar y apoyar su diáspora que puede convertirse en una posible base de influencia.

Sin embargo, esta relación e influencia conlleva invariablemente graves consecuencias a nivel de seguridad, esto podría conducir a una escalada de conflictos un aumento de la violencia y una migración forzada de poblaciones en los países donde dichas organizaciones reciben apoyo pueden surgir un sentimiento de descontento ante la población que no comparte su ideología.

A nivel social, el apoyo a los grupos nacionalistas obstaculiza el desarrollo de la armonía social y el entendimiento entre los grupos étnicos. Esto podría conducir a una división en la sociedad y a un aumento de los sentimientos xenófobos. A nivel internacional el apoyo a grupos radicales podría empeorar las relaciones diplomáticas entre países, lo que a su vez crearía obstáculos adicionales a la resolución pacífica de los conflictos.

Los resultados de esta intervención pueden ser destructivos, tanto para los propios Estados como para la estabilidad internacional en su conjunto.

  • ///FUENTE: AGENCIAS///