ANDRÉS GÓMEZ VELA

Solo por haber ejercido mi libertad de expresión, el jefe del masismo, don Evo Morales, me dijo el pasado miércoles “desclasado”. No había escuchado este término desde finales de los 80 y principios de los 90, cuando frecuentaba un círculo de amigos y amigas en el que se hablaba de marxismo y revolución socialista. El término era usado de manera peyorativa para identificar a las personas que siendo de una clase social pensaban y actuaban como si fueran de otra.

Desde la perspectiva determinista de algunos marxólogos, si eras de la clase proletaria (o pobre) estabas predestinado a hacer la revolución o mínimamente a ser revolucionario de living si no lograbas el objetivo mayor de transformar las estructuras sociales y económicas de la sociedad donde habías nacido.

Por aquel mismo tiempo, ya habían sucedido dos hechos que habían derrumbado esta mirada (también voluntarista): 1) la caída del muro de Berlín, y 2) el desmoronamiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS).

Pese a estas evidencias que demostraron que la idea de la lucha de clases como motor económico de la historia había fracasado porque jamás condujo a una dictadura del proletariado, sino a la instalación de una clase política que vivía del Estado y a costa de millones de pobres que por no ser denominados desclasados (sinónimo de traidores) y luego enviados a los gulags, se resignaban a existir como vive la clase pobre pese al paraíso prometido.

La historia demostró que ni la lucha de razas ni la lucha de clases sociales fueron/son motores de la historia. La gente que puso en práctica este pensamiento determinista terminó sosteniendo a personajes como Hitler y Stalin (además de los Castro, Maduro y Ortega) y configurando el totalitarismo que significó un terrible retroceso de la humanidad por el terror, la violencia y el desprecio aplicado contra el propio ser humano con el objetivo de dominarlo en su totalidad.

Las evidencias fácticas prueban que la gente que se petrificó en aquella creencia, como el jefe del masismo, repite el término “desclasado” como mantra para reproducir, en otro tiempo, las prácticas stalinistas: 1) eternización en el poder; 2) uso de la maquinaria del Estado para acabar con sus “enemigos” de clase; 3) control total de medios de comunicación social para moldear la opinión pública; 4) purga de la gente de su propio partido con pensamiento crítico; y 5) instalación de una clase privilegiada (oligarquía) que cree que nació para gobernar, guiar y pensar por los pobres porque éstos no tienen capacidad de autogobernarse ni razonar porque no conocen la libertad y si conocieran no sabrían qué hacer con ella.

Entonces, para gente como Evo, el “desclasado” y derechista es aquel que se opuso a su reelección indefinida para instalarse como tirano, aquella que lo criticó por violar la Constitución Política del Estado (principal límite a la concentración del poder), aquel que lo combatió porque desobedeció la voluntad del pueblo que tanto menciona y que le ordenó en un referendo que no debía postularse más a la Presidencia, aquella que le pidió respetar el pluralismo, aquel que sugirió mantener las reglas de la democracia, aquella persona que salió a las calles para rechazar el fraude que hizo en 2019.

A propósito, la historiadora y bailarina, Sayuri Loza, escribió en mi post de Facebook: “Así nos dicen querido Andrés, para ellos el desclasado es el que no se somete, el que no defiende hasta lo indefendible, olvidan que el verdadero desclasado es el que se olvida de su gente y se vende al poder, cerrando los ojos a las necesidades de la clase (si vale el término en nuestro contexto) a la que se debe”.

Agrego un elemento al comentario de Sayuri: desclasado es aquel que usa a la gente a la que dice que pertenece para vivir como gente de clase alta entre helicópteros, aviones, vagonetas costosas, viajes costosos y otros lujos capitalistas a los que nunca accederá la clase pobre, porque paga con su sudor a un grupo parasitario que le hizo creer que como “revolucionario profesional” lo conducirá en pocos años a Suiza.

El tiempo ha descubierto que el motor de la historia es la educación porque es el mejor ascensor social que trajo consigo la democracia liberal con su principio educación para todos. Una persona con conocimientos, competencias blandas y formación en valores democráticos difícilmente será cordero de un demagogo porque ascenderá de clase por mérito propio y nunca por usar/robar la riqueza pública.

¿A quién le gusta quedarse en la clase pobre? A nadie que yo conozca. Las personas que un día fuimos pobres y que hemos migrado de pueblos pequeños hemos experimentado que la inversión de nuestras familias en nuestra educación nos han ascendido a la clase media y han evitado que salgamos a marchar para vitorear a un pajpaku que cabalga sobre los “no desclasados” resignados a servirlo.

ANDRÉS GÓMEZ VELA

Periodista y Abogado

*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21