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MAGGY TALAVERA
Triste espectáculo el ofrecido las últimas semanas en la Asamblea Legislativa Plurinacional. Más que un espacio de deliberación, de aprobación de leyes y de fiscalización o control del Poder Ejecutivo, la ALP se ha convertido en un cuadrilátero. El debate ha sido suplantado por golpes y la palabra por insultos irreproducibles. Un cuadrilátero, además, con árbitros controlados por uno de los boxeadores que concentra también la atención del curador, la persona que debería auxiliar a cualquiera de los dos en combate.
Es lo que hemos visto en la ALP, en especial en la Cámara de Diputados: mujeres y hombres agrediéndose no solo de palabra, sino de hecho, con una violencia física absurda. Hay que decir también: mujeres, en su mayoría, afines o militantes del partido oficialista, el MAS. Y por si no bastara lo visto en el recinto/cuadrilátero parlamentario, con la acción de grupos de choque que se asemejan más a las barras bravas, que a grupos de ciudadanos atentos al accionar de los asambleístas/boxeadores.
Un espectáculo grotesco que ha pasado de ser una excepción, para convertirse en la regla. Una nueva normalidad, como se dice cuando se hace referencia a una situación en la que lo habitual u ordinario no será lo mismo que en la situación previa. Aunque si se revisa todo lo ocurrido en las últimas décadas, habrá que replantear no solo el término nueva realidad, sino también el parangón hecho con ironía entre asamblea y cuadrilátero.
Hay razones para ello. En primer lugar, porque la situación previa vista en lo que se llamó Congreso Nacional y luego Asamblea Plurinacional Legislativa, no se diferencia mucho de lo registrado en las últimas semanas. Que ahora el bochorno sea mayor o la confrontación más violenta, es otra cosa. Y en el otro caso, ese parangón entre ALP y ring, tampoco es justo. Hasta en un cuadrilátero hay reglas básicas a ser cumplidas por los boxeadores.
Veamos: no alterar los guantes con yeso o materiales que los endurezcan; no patear al contrincante; no golpear la nuca o detrás de la cabeza; no dar la espalda al contrincante; no se admiten golpes bajos; no se deben causar tropiezos; y no se deben dar cabezazos intencionalmente. Todas estas reglas han sido violadas en el recinto legislativo. Con una agravante: el transfondo del caos violento instalado en Diputados no afecta solo a un par de contrincantes. Su impacto negativo golpea a la ciudadanía y amenaza a la democracia.
Es una amenaza a la ya frágil estabilidad democrática, porque desmerece el rol importante que debe cumplir la ALP como representante y garante de los derechos ciudadanos. Es uno de los cuatro poderes del Estado, responsable además de la tarea fundamental de control y fiscalización del Ejecutivo. Al deteriorarse la imagen de la ALP, su credibilidad decrece y nada garantiza que pueda salvarse del rechazo de la población, cansada de tanta sin razón.
¿Será ese el propósito que persiguen quienes alientan el caos, la confrontación y violencia al interior de la ALP? ¿Quiénes quieren ver una ALP desprestigiada, reducida a un campo de batalla, incapaz de cumplir las tareas que le competen? ¿A quiénes les interesa y favorece el descrédito que puede derivar en el cierre de la ALP, por presión de la ciudadanía ante tal descalabro, ineficacia e incluso actuación o decisiones contrarias al interés ciudadano?
La mirada puede dirigirse a la cúpula del gobierno central, por supuesto, al que sin duda le incomoda una ALP que no puede controlar (ya no tiene dos tercios en ambas cámaras). Pero sería un error fijar la mirada solo en ese actor. Por lo visto los últimos días, también se vislumbran intereses personales o de facciones que han partido hasta en cuatro bloques a las enclenques agrupaciones ciudadanas opuestas al partido de gobierno (al menos en lo formal). Intereses que quedan en evidencia en el transfugio o tráfico de votos.
Un tráfico o cambio de orientación en el voto aparentemente opuesto al del oficialismo, sea por ingenuidad o porque corren maletines, como dicen las malas/buenas lenguas. Es muy probable que sea más por la segunda razón que por la primera, porque a esta altura del partido -o del pugilato- es muy difícil creer que los que están en la ALP no sepan lo que hacen. Creerlo así, eso sí que es ingenuidad. Pero bueno, más allá de la duda o la polémica, lo que importa y debe preocupar es lo que está en juego tras el bochorno en la ALP.