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Anahí Cazas Álvarez
Germán Quispe considera que el futuro es de color verde. En pleno altiplano y en uno de los años más golpeados por la sequía, él y su esposa, Gladys, cosechan lechugas frescas y de gran tamaño en las carpas solares que construyeron en el terreno de su abuelo, en la comunidad Cuno Cuno del municipio rural de Calamarca (La Paz).
“Debido a la falta de empleo, los jóvenes tienden a migrar a otros países, se van a Brasil o a Argentina”, asegura Quispe, antes de añadir que para no seguir ese camino encontró en las carpas solares la forma de producir todo tipo de hortalizas durante todo el año.
Hoy, Germán, Gladys y su familia se han convertido en un referente en el uso de carpas solares para producir hortalizas en Calamarca. Tanto es así que, desde diferentes comunidades y municipios, muchas personas, en especial jóvenes, llegan a su centro de operaciones para aprender la implementación de este sistema.
“Vienen y nos preguntan: cómo puedo hacer, yo quiero trabajar en mi comunidad”, cuenta Gladys, quien enseñó a sus hermanas menores y vecinas a sembrar y cosechar verduras en invernaderos. Germán agrega que al ver el emprendimiento muchos pobladores también se animaron a instalar carpas solares en sus casas.
En otra localidad, muy cerca de la frontera con Perú y en medio de un terreno árido, el profesor Evaristo José Alcón Tuco y sus estudiantes producen en carpas solares zanahorias, cebollas, acelgas y una variedad de hortalizas. Construyeron los huertos en un espacio de la unidad educativa de la comunidad Sombra Pata del municipio paceño de San Andrés de Machaca que se ubica a más de cuatro horas de la ciudad de La Paz.
“Al ver la producción de las carpas solares en el colegio, los comunarios ya están construyendo huertas familiares para tener verduras y hortalizas (…). Así también se garantiza la seguridad alimentaria de los estudiantes”, explica el profesor Alcón Tuco, director de la unidad educativa de la comunidad de Sombra Pata.
Para Fredy Villagómez, director de CIPCA Altiplano, además de producir con éxito una variedad de hortalizas en carpas solares, tanto la familia Quispe en Calamarca como el profesor Evaristo y sus estudiantes en San Andrés de Machaca son ejemplos clave sobre cómo se puede responder a los efectos del cambio climático a la hora de apostar por la producción agrícola.
Destaca que esas experiencias, además, se convirtieron en piezas importantes para garantizar la seguridad alimentaria de las localidades y enseñar a las nuevas generaciones, en especial a los niños y jóvenes, a cuidar el medio ambiente.
Villagómez explica que las familias “pueden responder a las crisis de la sequía” con proyectos de carácter integral, es decir con la capacitación, la construcción de carpas solares y la implementación de cosechas de agua en reservorios y tanques.
“Entre agosto y noviembre empieza la sequía, los que tienen reservorios y tanques pueden resistir hasta que lleguen las lluvias. Eso les permite tener agua para el consumo animal y (para el riego de) las carpas solares. Eso está mitigando para que las familias respondan mejor a las sequías y la crisis climática”, asegura.
EN VEZ DE MIGRAR, CARPAS
Germán Quispe en una de las carpas solares donde se plantaron lechugas, ahora están listas para cosechar / ALVARO VALERO
Germán y Gladys construyeron su primera carpa solar en 2017, con la ayuda de cooperación internacional. Al principio, la pareja dio el paso con un objetivo familiar. Así comenzó todo. Hoy, seis años después, la familia ya cuenta con 11 carpas, diez ya se usan en la producción y una está en plena edificación.
“A partir de eso se comenzaron a construir más carpas. Tenemos una asociación que está conformada por más de 20 personas”, cuenta Germán y destaca que con la implementación de proyectos apoyados por CIPCA también se consiguió equipamiento.
Al ingreso de la comunidad de Cuno Cuno de Calamarca, las carpas solares de Germán y Gladys se imponen en medio de un terreno árido. Cada instalación está equipada con un tanque y las puertas están rigurosamente cerradas. En el lugar se destaca una flamante infraestructura: es un Centro de Manejo de Alimentos, un espacio exclusivo para limpiar y embolsar las hortalizas.
Germán cuenta que el terreno pertenece a su abuelo y explica que emprendió en la construcción de carpas solares por dos razones: aprovechar una vertiente que hay en el lugar y consumar el deseo de vivir en su comunidad.
Pero la historia de Germán y su familia no estaría completa sin el resultado adverso que tuvo antes de las carpas solares. Entre 2013 y 2014, él y su familia decidieron emprender en el sector del ganado. No obtuvieron el resultado deseado y decidieron dar un giro: construir carpas solares para producir hortalizas.
Durante dos años -como una manera de aprendizaje- sembraron desde tomates cherry hasta cebollas. Se dieron cuenta que valía la pena, y con ayuda de varias instituciones construyeron más carpas. Hasta la fecha ya tienen once y anhelan más.
“La motivación continúa, cada año queremos implementar más carpas”, dice. Las primeras infraestructuras fueron construidas de adobe y demandaron un mes de trabajo. Las más recientes son de ladrillo y tardan dos semanas en edificarse. Esta última opción es la ideal para evitar el ingreso de plagas, pero también es costosa. Sólo para materiales se necesita unos 12.000 bolivianos y con la mano de obra, el precio se eleva a los 18.000 bolivianos.
La principal preocupación de Germán y su familia es enfrentar la helada. Para hacer frente a este problema, colocan botellas plásticas alrededor y en el centro de la carpa, también instalan una malla antihelada, que protege a los plantines con el incremento de tres a cuatro grados de temperatura.
En época de invierno, para producir con normalidad, colocan dos capas de la malla antihelada. “Nos dieron buenos resultados. En pleno invierno, entre junio y agosto, hemos tenido producción”, indica.
Rabanitos, uno de los productos que se cosechan en las carpas solares / ALVARO VALERO
Para Germán, producir en campo abierto en medio de los efectos del cambio de climático es muy difícil. Asegura que gracias a las nuevas tecnologías y el apoyo de las instituciones se puede producir todo el año y todo tipo de hortalizas, incluso el año pasado cosecharon papas.
En una carpa con un área de producción de 125 metros cuadrados, se consiguió cosechar siete quintales de papas. No obstante, el detalle es que consume más agua en comparación con las hortalizas.
Producen también acelgas, apio, rabanitos, cebollas, zanahorias y cilantro, entre otras hortalizas, pero al ver la demanda del mercado, Germán y Gladys apostaron por priorizar la producción de lechugas. “Es lo que más rápido sale y el rendimiento económico es mejor”, afirma.
En los invernaderos, cosechan lechugas cada 35 días, en invierno la espera es de 50 a 60 días. En una carpa, de 22 metros de largo y 6,20 metros de ancho, producen 1.600 unidades. En bolsas se acomodan más de 300 y están listas para el consumo.
Además de preparar la tierra, sembrar, trasplantar, regar y cosechar las lechugas, seis integrantes de familia, entre los padres y las hermanas de Germán y Gladys, se encargan de limpiar y embolsar los productos. Cada semana cosechan en una carpa.
Al tener un producto estrella, también apuestan por la variedad. Cosechan las lechugas señoritas y crespas o mantecosas, además ya comenzaron a sembrar lechugas suizas.
La familia Quispe siempre busca innovar y no se rinde ante las adversidades. Entre 2020 y 2021 se agudizaron los efectos del cambio climático en Calamarca, en especial por la sequía. Ante esa situación, y como una respuesta, cosechan agua en tanques y luego usan este recurso para el riesgo por goteo.
En el terreno también perforan pozos tanto para garantizar el sistema de riego por goteo como para el consumo familias y del ganado. Además, preparan y utilizan abono orgánico.
Según el director de CIPCA Altiplano, la comercialización de hortalizas es alta en Calamarca, puesto que incluso hay tres empresas que compran los productos a los comunarios.
Al ver que se pueden generar buenos ingresos, en las comunidades de este municipio paceño, al menos 400 familias han replicado la construcción de carpas solares. Las que tenían una, se animaron a edificar la segunda. Toda la comunidad de Jucuri tiene invernaderos, cada familia tiene entre dos y tres.
EXPERIENCIA EN UN COLEGIO
Estudiantes del colegio de Sombra Pata de San Andrés de Machaca siembran y cosechan hortalizas en una de las carpas solares / ALVARO VALERO
Desde el año 2015, el profesor Evaristo José Alcón Tuco comenzó a dar los primeros pasos para cumplir un sueño: “sembrar y cosechar en el desierto”. Construyó una carpa solar en la unidad educativa de Sombra Pata, que forma parte de un distrito del municipio de San Andrés de Machaca de la provincia Ingavi. Se ubica al oeste del departamento de La Paz y está en plena frontera con Perú, entre los hitos 37 y 38.
Para dar este primer paso, el profesor Evaristo hizo gestiones con CIPCA Altiplano y se logró construir una carpa solar en la unidad educativa, la primera en San Andrés de Machaca. “Ahí empezamos a sembrar las verduras y las hortalizas, producimos nabos de buena calidad y zanahorias. También cosechamos espinaca, apio y perejil”, cuenta.
Se fue luego por un tiempo, volvió en 2021 también como director y retomó la iniciativa de continuar con las carpas solares. Hizo gestiones en Pro-Camélidos, un programa del Ministerio de Desarrollo Rural y Tierras, Red ADA y CIPCA Altiplano.
“Ese año construimos dos carpas, una con Red-ADA y la otra con CIPCA Altiplano que dieron los materiales”, asegura, antes de recordar que como contraparte la comunidad dio arena, piedra y la mano de obra.
Con los dos invernaderos lograron producir acelgas, cebollas, apio, perejil, espinaca y una variedad de hortalizas. Hoy, la unidad educativa tiene cuatro carpas, cada una está bajo el cuidado de un determinado grupo de estudiantes y maestros.
El colegio tiene más de 70 estudiantes, 35 forman parte de los cursos de inicial y primaria. El resto es de secundaria. En la unidad educativa trabajan en total 10 maestros.
En la actualidad, de acuerdo con el director de CIPCA, se han implementado las carpas solares en al menos siete colegios y en casas de más de 200 familias de las comunidades de San Andrés de Machaca. Ello con la finalidad de producir hortalizas y diversificar la dieta alimentaria de los pobladores, en especial de los niños y los jóvenes.
“Las carpas solares no sólo sirven para diversificar la dieta alimentaria, también son espacios de aprendizaje para los alumnos. En las unidades educativas, los profesores y los estudiantes están sembrando hortalizas y se hacen cargo del cuidado”, explica el especialista.
Con una postura similar, el profesor Evaristo indica que las carpas solares “sirven como materiales didácticos para incorporar en todos los contenidos de los niveles inicial y primaria”.
“Se hace la teoría y la práctica en casi todos los contenidos. Hicimos exposiciones y experimentos, también aprendieron a preparar diferentes jugos y platos”, asevera respecto a los estudiantes de primaria y destaca que los de secundaria tienen un espíritu muy emprendedor y buscan producir de todo, ya sembraron semillas de sandía.
El profesor Evaristo José Alcón Tuco atiende a los pobladores de San Andrés de Machaca que llegan para adquirir hortalizas / ALVARO VALERO
En las carpas solares, los jóvenes ingresan y observan cómo está la plantación, cada curso tiene una parcela. Algunos entran y sacan tomates para comer en el recreo.
Los productos de las carpas se utilizan en la preparación de los desayunos o las meriendas escolares. Generalmente, explica Villagómez, el municipio de San Andrés de Machaca compra las raciones secas y la comunidad da la carne de llama y las verduras, pero antes sólo incluían cebolla y tomate, productos que adquirían de la localidad de Desaguadero.
Ahora, los escolares incluyen en su dieta alimentaria acelgas, apio, zanahorias, tomates y nabos, entre otras hortalizas. Lo hacen con los productos cosechados en las carpas solares de su colegio y de sus familias.
En los huertos escolares, la producción es más exitosa cada mes y hasta tienen excedentes de hortalizas, que ya se comenzaron a vender a las familias, al mercado local y a ferias, incluso internacionales. “Son productos de calidad, de buen nivel”, sostiene. Todos los recursos son destinados para los arreglos de las carpas y la compra de herramientas.
“Todos los días viernes, los comunarios iban a Desaguadero para comprarse (verduras) para toda la semana, pero al ver la producción (de las carpas solares del colegio) ya vinieron acá”, expresa el profesor Evaristo y cuenta que en 2022 presentaron un proyecto y consiguieron fondos para construir otras dos carpas de 10 metros por cuatro.
El educador cuenta que ahora cosechan una variedad de hortalizas e incluso frutas. “Da todo. Da tomate, repollo y hasta frutilla y durazno”, comenta antes de decir sorprendido: “Se imagina que se consiguió producir en un clima tan frío, esto ha causado repercusión en San Andrés de Machaca”.
Y en este proyecto también están involucrados los consejos educativos, los mallkus, los padres y las madres de familia. Es un trabajo integral y todos trabajan en el cuidado de los invernadores. Hacen turnos para regar y abrir las ventanas, entre otras tareas.
Para las carpas solares, utilizan el sistema de riego por goteo y realizan la crianza de “lombrices californianas” para fertilizar la tierra de una manera orgánica y sana. Aprendieron todos estos métodos gracias a capacitaciones que fueron dictadas por técnicos de diferentes instituciones. “Nos enseñaron desde cómo preparar la tierra hasta cómo se realiza el riego de las carpas, además de prevención de las plagas”, destaca.
En los últimos meses, las comunidades de San Andrés de Machaca viven una fuerte sequía y escasez de agua. En este contexto, la unidad educativa de Sombra Pata se ha convertido en una salvación para acceder a alimentos fresco. Casi a diario, los pobladores van al lugar para comprar hortalizas. “En este momento tenemos zanahoria, perejil, espinacas y repollos”, resalta.
Al ser un terreno árido y registrar menos lluvias, para conseguir agua, se han implementado tanques subterráneos de 20 mil litros, explica el director de CIPCA Altiplano. “Hicimos excavaciones con tractor, hemos hipermeabilizado con geomembrana”, asegura e indica que también dotaron tanques para almacenar agua de los techos.
DE CONSUMO FAMILIAR A GENERAR INGRESOS
La señora Gladys cosecha lechugas en una de las carpas solares de Cuno Cuno de Calamarca / ALVARO VALERO
Al igual que Gladys, las mujeres son las protagonistas del manejo de las carpas solares. Participan activamente en la siembra, la cosecha y la comercialización de hortalizas. Se encargan también de enseñar todo este proceso a sus hijos y hermanos menores.
Para Villagómez, la producción de alimentos en carpas solares es también una manera de empoderar a las mujeres. “Les genera ingresos y contribuyen a su economía”, asegura y destaca que, en muchas familias, los hijos desde pequeños se involucran en las cosechas, tienen sus parcelas y hasta llevan tomates o pepinos como meriendas al colegio.
Explica que uno de los objetivos de producir alimentos en carpas solares o en campos abiertos es reflexionar sobre la importancia de seguridad y soberanía alimentaria. Sostiene que, con este tipo de proyectos, se busca generar mayores opciones de empleo en el área rural.
Invitados especiales y autoridades de San Andrés de Machaca visitan las carpas solares / ALVARO VALERO
Hay tres tipos de carpas solares, la primera es para autoconsumo, la segunda es para autoconsumo y venta y la tercera es para la comercialización, según técnicos de CIPCA Altiplano. En las comunidades de San Andrés de Machaca, por la distancia, las familias apuestan por las dos primeras opciones. En el caso de Calamarca, los pobladores ya aplican la tercera.
Las carpas solares funcionan con un sistema de riego por goteo, por eso cuentan con tanques y grifos. Tanto en Calamarca como en San Andrés de Machaca, muchas familias cosechan agua en reservorios para resistir los meses de sequías.
En CIPCA Altiplano se da apoyo prioritario a las mujeres y los jóvenes. “Si hay familias jóvenes que están interesadas, les ponemos su carpa, su reservorio de agua y sus tanques de agua, (además les) ponemos un cobertizo para sus llamas. La idea es que las familias tengan más opciones y se queden en las comunidades”, manifiesta su director.
Asegura que ya es una contribución importante que, de 10 jóvenes, dos se queden en sus comunidades. Germán también comparte esa idea, por eso, poco a poco, junto a su familia, aprendió a hacer frente a los efectos contra el cambio climático.
Este reportaje fue realizado en el marco del Fondo de Apoyo Periodístico “Crisis Climática 2023”, que impulsan la Plataforma Boliviana Frente al Cambio Climático y la Fundación Para el Periodismo (FPP)