ANDRÉS GÓMEZ
El 22 de julio de 2009, el gobierno de entonces aprobaba la Política Nacional de Transparencia y Lucha Contra la Corrupción que comenzaba así: “Desde que el presidente Evo Morales asumió el mando de la nación el 22 de enero de 2006, ha promovido como Política de Estado la lucha abierta y frontal contra el flagelo de la corrupción”.
En septiembre de 2022, la encuestadora Diagnosis preguntó: Según su opinión, ¿en cuál de los últimos gobiernos hubo o hay mayor corrupción? En el de Evo Morales, respondió el 32%; en el de Jeanine Añez, 29%; en todos, 31%.
¿Cómo se explica que el gobierno que dice que luchó desde su primer día contra la corrupción resulte siendo percibido por la opinión pública como el gobierno más corrupto? ¿En qué falló o en qué fallamos? ¿Somos así nomás los bolivianos? ¿Por qué los daneses y finlandeses han reducido la corrupción y no nosotros?
¿Se puede a una persona enseñar a ser honesta? Sócrates, en el Protágoras, uno de los grandes diálogos de Platón, dice que no porque la virtud no es una ciencia o técnica que se puede aprender y enseñar. En cambio, Protágoras afirma que sí se puede aprender a ser virtuoso. Tiene razón. ¿Cómo? A través del ejemplo, no sólo de la familia, sino de los profesores, de las élites políticas, de las élites sindicales, de la comunidad, de los otros.
Jean – Jacques Rousseau, en su libro Emilio o de la Educación, sostiene que las personas nacen buenas y sus vicios son resultado de una sociedad maleada y de una educación falsa. Las personas que comparten esta idea sostienen que el cerebro humano es una hoja en blanco que debe ser escrita por la cultura y la experiencia ex nihilo.
En 17 años, el masismo se trazó como tarea escribir una doctrina en los cerebros de los niños con la excusa de educar. Su objetivo no fue la educación “en”, “de” y “para” la virtud, sino la brutalización de las relaciones y el odio como política. Pero los cerebros no vienen totalmente blancos, sino con algo de contenido.
El científico cognitivo y psicólogo experimental canadiense Steven Pinker indica que el cerebro viene programado con rasgos del carácter de las personas. En consecuencia, la mente del niño no puede ser llenada con los valores, principios y costumbres que prefieran los educadores, puesto que nacemos con predisposiciones genéticas insuperables.
La psicóloga estadounidense Judith Rich Harris coincide en que los genes de papá y mamá algo tienen que ver en el carácter de las personas. Agrega que la influencia de la educación de los padres es insignificante si se compara con la del grupo de pares. El del grupo es determinante en la formación del carácter de una persona (dime con quién andas, te diré quién eres). Don Evo Morales violó la ley para conseguir sus objetivos y sus seguidores aplaudieron el mal ejemplo. Ninguno intentó frenarlo.
Volvemos a las ideas de hace más de 2.500 años. Los genes son inmutables, pero las sociedades no, y los valores que se siembren en ella son determinantes. Una persona nace con una determinada herencia genética en Bolivia o en Finlandia. Es decir, tanto allá como aquí hay gente predispuesta a hacer trampas y a corromperse. Pero las circunstancias sociales, el orden económico y la política pueden inhibirla.
La educación puede formar élites con ética y respetuosas de las reglas democráticas. Será por ello que en Finlandia y Noruega no hay gobernantes que hayan roto los límites constitucionales para acumular poder, lo que no significa que todos sus ciudadanos sean virtuosos. Como en cualquier sociedad, hay buenos y malos. Pero hay una diferencia: los gobernados confían en los gobernantes. ¿Por qué? Porque los gobernados ven en tiempo real lo que están haciendo sus gobernantes con sus recursos. A esto se llama transparencia.
El filósofo Platón, en La República, cuenta la leyenda del anillo de Giges que describe dos causas de la corrupción: la sensación de impunidad y la convicción de que nadie ve al funcionario. En diálogo con Sócrates, Glaucón narra que un pastor llamado Giges se convirtió en rey de Lidia gracias a un anillo mágico que hace invisible o visible a la persona que lo lleva con solo girarlo.
Suponiendo que tuviéramos dos anillos como el de Giges y diéramos uno a un hombre justo y otro a uno injusto, los dos podrían obrar mal al hacerse invisibles (y saber que serán impunes), dice Glaucón, y agrega: lo único que nos obliga a obrar bien es que otros nos vean porque nos asalta el miedo a perder la buena reputación y a merecer un castigo.
El masismo borró toda posibilidad de ser vigilado por ojos públicos. Aquí fallamos como sociedad, no valoramos el peso de la información para gobernar a los gobernantes y creemos que la transparencia es una palabra inane. Entonces, dejamos anular a periodistas y medios independientes.
También fallamos al permitir a la élite gobernante a adoctrinar en lugar de sembrar valores. Por eso, sus seguidores se sienten impunes y creen que tienen el anillo de Giges para arreglar todo entre cuatro paredes y evitar ser quemados por el sol de la opinión pública.
ANDRÉS GÓMEZ VELA
Periodista y Abogado
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21