Carta de un empresario digno a Luis Arce

Presidente Luis Arce,

Se acabó. Le escribo esta carta para avisarle que a partir de ahora no me prestaré más a seguirle el juego y a “dialogar” con usted para que me siga tomando el pelo.

Y sí, pongo “dialogar” entre comillas porque usted sabe perfectamente bien que nuestras conversaciones nunca han sido un verdadero diálogo. Una y otra vez, usted y sus ministros pretenden escucharnos, ponen cara de consternación, dicen que entienden el problema, y juran que tienen toda la voluntad del mundo para resolver la crisis. Una y otra vez, sin embargo, mienten descaradamente, no solucionan nada, y solo están interesados en ganar tiempo hasta la siguiente pantomima.

Yo le seguía el juego porque quería creerle y aferrarme a algo. Confieso, sin embargo, que al sacarnos la foto de rigor sabía que Ud. se estaba riendo por dentro. Pues no más. Se acabó. Hasta aquí llegó mi ingenuidad y mi falta de orgullo. En el fondo siempre supe que el que produce soy yo, que el que crea empleo soy yo, que el que exporta soy yo, que el que innova soy yo… no usted. A usted le gusta poner su foto en gigantografías por todo lado, pero en realidad solo me pone trabas. ¿En qué mala hora le di a usted el derecho a manejar la economía cuando sé perfectamente que no tiene idea de cómo hacerlo? ¿En qué momento pensé que usted podría ser un interlocutor válido cuando lo único que quiere es implantar una dictadura sindical siguiendo la receta del Socialismo del Siglo XXI? Basta. Ahora recupero la poca dignidad que me queda y lo mando a freír pasteles.

Solo para que la gente que lea esta carta entienda mi frustración déjeme recordarle nuestras reuniones de los últimos dos años. Nos juntamos en abril de 2023 ¿Se acuerda? Fue ahí en ese horrible edificio que ustedes llaman La Casa del Pueblo. En esa época yo era más ingenuo que bebé de pecho. Nos prometimos trabajar “coordinadamente” para impulsar la economía y sacamos comunicados floridos en los que asegurábamos que “el diálogo y los consensos eran los únicos medios para avanzar hacia el crecimiento…” A esas alturas estábamos ya preocupados porque las reservas internacionales habían caído a $3.800 millones (¡ya quisiéramos tener ese monto ahora!), porque el Banco Central había decidido de forma muy desprolija vender dólares directamente a la ciudadanía, y porque Moody’s nos había bajado la calificación de riesgo y ya expresaba su preocupación por nuestra estabilidad. Usted llamó a la calma, dijo que todo era “especulación política,” que nuestra inflación trimestral era de solo 0,19%, que las reservas estaban “en un buen nivel,” y que ese año creceríamos al 4,8%… Todo piola. Nosotros le creímos y nos sacamos la foto. ¿Resultado? Tomadura de pelo. El 2023 crecimos solo al 3% (aunque el Banco Mundial asegura que fue al 2,4%) y las reservas internacionales para agosto del mismo año habían caído a $1.905 millones. La reunión no sirvió de nada. La crisis avanzaba sin pausa.

Nos volvimos a juntar entonces en octubre de 2023 y anunciamos con fanfarrias que la reactivación vendría con “una alianza por la industrialización con sustitución de importaciones.” Aquí confieso mi culpabilidad y me avergüenzo por asistir sabiendo del embuste. Yo sé perfectamente que la sustitución de importaciones es un cuento chino que nunca funcionó y que cuando se trató de aplicar en Latinoamérica generó una década entera de crisis (la década perdida de los 80). La sustitución de importaciones no funciona porque empuja a los países a hacer cosas en las que no poseen ventajas comparativas y para lograrlo desajusta la economía con controles de precios, subsidios, tipos de cambio diferenciados, etc. Yo sabía que eso no funcionaría, pero volví al “diálogo” porque la cosa se venía complicando y necesitábamos de tanques de oxígeno… en una de esas me tocaba un subsidio o algún contratito con el gobierno para ir paliando la situación… Usted volvió a prometer que todo era circunstancial y que no había que asustarse. La realidad era, sin embargo, que ya no teníamos gas que vender, que habíamos vivido los últimos años comiéndonos las reservas internacionales y endeudándonos, y que no teníamos un Plan B. Las colas para la gasolina y el diésel ya empezaban a ser parte de la nueva normalidad, pero usted y la ANH decían que todo se debía a “rumores.” Y otra vez el mismo resultado, nada de soluciones. Nada de nada.

Y así llegamos a este año y a una nueva reunión en febrero. Esa fue grande e incluyó a la mayoría de los gremios privados. Resultado: el famoso acuerdo de los 10 puntos. Aquí usted y sus ministros ya reconocían la crisis (no les quedaba otra que aceptar la realidad) y entonces se comprometieron a políticas que sacudieran el tapete y generaran reactivación. Pero fue otra nube de humo, otra tomadura de pelo. Se comprometieron a “liberar” las exportaciones, pero nunca removieron los cupos; se comprometieron a una subasta de diésel para los grandes compradores, pero nunca lo hicieron ¡porque nunca hubo diésel suficiente!; se comprometieron a fomentar las inversiones, pero nunca pudieron generar seguridad jurídica y solo causaron más incertidumbre; etc. En fin, otra foto, otra humillación y nada de soluciones.

Aunque uno pensaría que a estas alturas yo tendría que haber aprendido a no sentarme a la mesa con usted, acudí terco y esperanzado a un nuevo “diálogo” solo unos meses después, en agosto de este año. Otra fanfarria y otro documento grandilocuente de acuerdo. Este era más largo y tenía 17 puntos. Y otra vez humo. Mi autoestima estaba ya tan baja que ¡hasta me comprometí a gestionar financiamiento externo! Lo que es la desesperación. Usted se comprometió a seguir avanzando en la importación libre de carburantes, a impulsar las exportaciones, a proveer seguridad jurídica, a permitir el uso de la biotecnología, etc. Y como siempre, nada de resultados. Encima, ese acuerdo incluyó la creación de un “Gabinete de Turismo” y una “Agencia de Promoción de Inversiones y Exportaciones”… más burocracia cuando todos sabemos que nuestra economía padece de excesivo gasto público y tramitología.

Y así llegamos a noviembre… en caída libre… A esta crisis no hay cómo pararla. No hay dólares y los pocos que se encuentran en el mercado negro llegan a costar casi Bs. 12 (casi el doble del precio oficial), no hay carburantes, no hay medicamentos, la inflación ya llegó al 8% de acuerdo con cifras oficiales (aunque todos sabemos que es mucho mayor), las empresas quiebran, los pocos inversionistas se van, no se pueden comprar pasajes aéreos en bolivianos para salir del país, no hay carne, no hay arroz… ¿Qué hacemos? Pues lo de siempre… llamar a un nuevo “diálogo.” Así se hizo la semana pasada.

En esta nueva pantomima se trató el tema de la libre importación de carburantes que establece el nuevo decreto 5271. Y ahí nosotros, los empresarios privados, volvimos a doblar las rodillas. Aceptamos que el gobierno nos fije un “precio referencial” para la importación y encima agradecimos por tan magnánimo decreto esperando con ansias su reglamentación. Y la reglamentación llegó y se confirmó la nueva tomadura de pelo. Más de 31 pasos burocráticos para poder importar carburantes, solo se lo podrá hacer por un año (y nadie en su sano juicio se meterá a un negocio tan caro con un horizonte de solo doce meses), los surtidores no podrán vender el combustible importado por privados, y todo además sujeto, como he dicho antes, a un “precio referencial.” Y así quedamos en las mismas. Nada de soluciones, nada de esperanza, nada de nada.

Así que me harté. Mi dignidad lo pide a gritos. Se acabaron los “diálogos.” No le volveré a pedir permiso a usted para hacer mi actividad, para llevar adelante mis negocios, para ganar plata dignamente. Yo cumplo con las normas cuando las normas cumplen conmigo, es decir, cuando las normas no me quitan el legítimo derecho a mi libertad y mi propiedad privada. Yo cumpliré las reglas cuando el gobierno cumpla con su responsabilidad y no destroce la estabilidad macroeconómica con su excesivo gasto y su corrupción galopante. El que crea economía soy yo, el que la destruye es usted, así que hasta aquí llegó mi ingenuidad. Usted ya no es un interlocutor válido. Al diablo con su gobierno. ¡Dialogue con su abuela!

  • ANTONIO SARAVIA
  • Economista liberal. PhD. en Economía
  • *NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21