Arquitectura de la civilización

CARLOS LEDEZMA

Han pasado algo más de trescientos años desde que se escuchó una fuerte explosión en el planeta, cuya onda expansiva terminó cubriéndolo íntegramente. Esta explosión derrumbó antiguas sociedades y levantó otras completamente nuevas, fue sin lugar a dudas el fenómeno que transformo y aceleró el desarrollo de las civilizaciones. La revolución industrial golpeó al mundo con fuerza gigantesca e impetuosa, chocando contra las instituciones del pasado, para cambiar la forma de vivir y pensar de la humanidad.

Durante siglos la civilización había ejercido absoluta soberanía y control acerca de los territorios en los que se había asentado, quedando vastos territorios fuera de su alcance, por lo que las sociedades podían dividirse fácilmente en primitivas y civilizadas. Las sociedades primitivas eran aquellas que habían decidido permanecer viviendo en hordas o tribus, dedicándose a la pesca y la caza, apartados de la revolución agrícola.

Por su parte, el mundo civilizado estaba constituido por aquella parte del planeta donde la gente cultivaba el suelo y criaba a sus animales. Ese fenómeno permitió que una nueva sociedad emerja y eche simiente, convirtiéndose en una sociedad civilizada. Este cambio empero, no se produjo de la noche a la mañana, tomó varios miles de años hasta que pudo llegar a consolidarse.

El surgimiento de la civilización industrial fue forjándose durante un largo periodo de tiempo, a los que el renacimiento brindó un aporte significativo. Sin embargo, vale la pena mencionar que, en las antiguas Grecia y Roma, existían embrionarias factorías de producción en masa. Se abrieron rutas comerciales y surcaban por desiertos, océanos y montañas, los productos que se fabricaban por todas partes alrededor del mundo. Durante este periodo surgieron importantes metrópolis urbanas, lo que trajo consigo el fortalecimiento de la burocracia.

Este era el mundo en el que estalló la revolución industrial, desencadenando y creando una poderosa y febril civilización, que iba a contracorriente de la anterior. La industrialización fue algo más que chimeneas y cadenas de producción. Significaba un mundo de oportunidades y de riqueza, de un acelerado flujo de dinero multilateral, que posibilitó el surgimiento de nuevos grupos de poder en el mundo.

Una de las grandes transformaciones que se produjo, fue el cambio de la matriz energética. Las civilizaciones agrícolas obtenían su energía a través del sol, el viento, el agua, la potencia muscular animal y humana, cambiando durante la revolución industrial para obtener su energía del carbón y de combustibles fósiles. Fue la primera vez que una civilización consumía el capital de la naturaleza, en lugar de limitarse a vivir del interés que producía, pasando a tener valor las diferentes áreas donde se extraían estos elementos.

Paralelamente se dio el paso al desarrollo tecnológico. Si bien es cierto que las civilizaciones agrícolas habían descansado en las que Vitruvio llamó: “invenciones necesarias”, a través del invento de cuñas, catapultas, lagares, palancas o grúas, con las que amplificaban el esfuerzo humano o animal, las civilizaciones de la era industrial crearon máquinas electromecánicas que movían piezas, correas de transmisión, cojinetes y resortes, con las que hicieron algo más que incrementar la fuerza, proporcionando a sus máquinas de aparatos sensoriales que les permitía hacer el trabajo con mayor exactitud y precisión que los seres humanos.

Fue sobre esta base tecnológica que surgieron infinidad de industrias, desde las primeras orientadas a la producción de carbón, textiles o ferrocarriles, pasando por las acerías, fábricas de aluminio o de coches, surgiendo ciudades íntegras dedicadas a la producción. Grandes centros industriales desde los cuales iban saliendo millones de productos fabricados en serie, camisas, zapatos, relojes, juguetes, champú, entre muchos otros que permitieron a las personas mejorar su calidad de vida.

La revolución industrial posibilitó tener una fantástica ampliación de la esperanza humana. Por primera vez, la humanidad comenzó a creer que el momento de vencer a la pobreza, el hambre, la enfermedad, y la tiranía había llegado, lo cierto es que sí, parcialmente. No fue hasta que evidenciaron que aquellos deseos por alcanzar la paz y armonía, poniéndole fin a situaciones que durante miles de años parecían inmutables y que habían hecho de una gran parte de la población mundial simples esclavos, permanecerían.

La poderosa marea que arrastra a una nueva civilización que reemplace a la industrial es un hecho. Una nueva civilización que trae consigo nuevos estilos familiares, distintas formas de trabajar, amar o vivir, con una nueva economía, nuevos conflictos y conciencias humanas completamente modificada, es algo a lo que debemos hacerle frente o sumergirnos. Un salto cuántico hacia el vacío, un fenómeno que producirá conmoción social y necesitará reestructuración creativa, se presenta a su vez como una esperanza de liberación, sea moral o intelectual. Sin advertirlo, la humanidad se encuentra frente a un desafío superlativo, que puede permitirle a cada individuo ser parte de la construcción de esta nueva civilización “posindustrial” o simplemente resignarse y perecer como le terminó ocurriendo a la civilización agrícola en su tiempo.

CARLOS MANUEL LEDEZMA VALDEZ
Escritor. Investigador. Divulgador Histórico.
*NdE: Los textos reproducidos en este espacio de opinión son de absoluta responsabilidad de sus autores y no comprometen la línea editorial Liberal y Conservadora de VISOR21