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MAGGY TALAVERA
El desenlace que ha tenido el caso de César Apaza -preso político, torturado hasta casi la muerte y obligado a admitir culpas por delitos que no cometió- me ha conmovido al extremo de pensar, por un momento, que ya nada vale la pena. No lo conozco, ningún lazo familar o de amistad me une a él. Lo descubrí como dirigente cocalero, seguí la lucha que libraba en defensa de los derechos de los afiliados a Apdecoca y, luego, el calvario judicial al que fue sometido durante los últimos dieciseis meses.
No necesité conocerlo en persona para compadecerme de él. Tampoco para padecer por él. Hay que ser indolente y, peor aún, cruel para no sentir en carne propia el dolor y la humillación padecida por este hombre al que insisten en castigar hasta la muerte, tal como lo hicieron con José María Bakovic, el primer preso político del régimen del MAS, y luego con Marco Antonio Aramayo, este último militante del partido de gobierno. En ambos casos, crónicas de muertes anunciadas por el “delito” de denunciar corrupción.
Cito solo dos casos como antecedentes a lo que vive Apaza, pero son muchos más. Los elijo por la similitud que tienen. En los tres casos hay acumulación de denuncias por delitos no cometidos, decisiones arbitrarias de fiscales y jueces ampliando una y otra vez las medidas cautelares (sobre todo la detención preventiva) y el violento traslado de una a otra cárcel, provocando dolencias físicas y negándoles asistencia médica.
Bakovic fue detenido ilegalmente dos veces, la primera en 2006, ni bien comenzaba el gobierno de Evo Morales. Enfrentó más de 70 procesos iniciados en su contra en siete departamentos. Todo eso, en poco más de siete años. Un calvario que terminó solo con su muerte en octubre de 2013. Muerte provocada por sus verdugos que lo obligaron a ir a La Paz a una audiencia, a sabiendas que ese viaje ponía en riesgo su vida.
Recuerdo haber entrevistado al ingeniero José María, observarle porqué iba a viajar, si su vida corría peligro. Me dijo que no había otra opción: la Fiscalía había desoído uno de los informes médicos y forzó uno más, encomendado a otro médico. Dicho y hecho: Bakovic sufrió un infarto tras llegar a La Paz. Murió a los 74 años, con la esperanza de que se libraría antes de esos siete años de tortura. Su muerte quedó impune, como los casos de corrupción denunciados por el en el Servicio Nacional de Caminos.
El drama de Marco Antonio Aramayo fue aun mayor. Militante del MAS y designado director del Fondo Indígena en septiembre de 2013, fue destituido en febrero de 2015 y sometido, a partir de marzo de ese año, a procesos que sumaron 259 juicios en siete años y a un vía crucis que lo hizo recorrer más de 50 cárceles. ¿Su delito? Denunciar los hechos de corrupción detectados en Fondioc. En abril de 2022 sufrió un paro cardíaco y entró en coma diabético profundo. Murió. Tenía 54 años.
El caso de César Apaza iba por el mismo camino. Dirigente del comité de defensa de la Asociación de Productores de Coca de Yungas, fue detenido por policías encapuchados en septiembre de 2022 y trasladado a la cárcel de San Pedro, acusado por la quema del mercado de coca instalado por afines al MAS en La Paz. En noviembre del mismo año lo trasladaron a la cárcel de máxima seguridad, Chonchocoro, ampliaron la acusación a 12 delitos y también las órdenes de detención preventiva.
Al igual que lo ocurrido con Bakovic y Aramayo, la salud de Apaza se deterioró al punto de sufrir, el año pasado, un derrame cerebral que le dejó inmovilizada la mitad de su cuerpo. Apaza resisitó cuanto pudo la presión de fiscales y funcionarios del gobierno, para que se declarara culpable a cambio de su libertad. En diciembre del año pasado, César dio un grito de auxilio: “Por favor, ¡salven mi vida!” Solo Jhanisse Vaca y un par de otros activistas de Derechos Humanos dieron oída a ese grito.
No pasó nada. El jueves pasado, la decisión de Apaza de acogerse a un juicio abreviado, admitiendo culpa por 12 delitos que no cometió, sí fue noticia. A falta de auxilio desde afuera, tuvo que ceder a la extorsión para salvar su vida y las de su mamá y su hermana
Una decisión dolorosa que representa otro “éxito” de la cruel estrategia del régimen del MAS, que no ha cambiado sus 18 años en el poder, pero a la que tuvo que someterse César para “no salir en un cajón” de la cárcel, como bien lo dijo tras tomar la decisión. Fue en ese momento que sentí que ya nada valía la pena. Ninguna lucha por la libertad. Nada. Pero una lectura del momento me hizo cambiar de idea.
Lejos de apagar el fuego que alimenta el querer ver y vivir de verdad, César será el combustible que lo revivirá. “Un espíritu también necesita de combustible. Se puede quedar vacío”, dice Ayn Rand en “El manantial”. Para ella, su esposo Frank O’Connor fue ese combustible. Para mí, para muchos, sin duda César será nuestro combustible.